La
desencarnación
y
sus aspectos
Muerte física y
desencarnación
son hechos
distinguidos que
no ocurren
simultáneamente.
Una persona
muere cuando el
corazón deja
definitivamente
de funcionar,
admitiéndose hoy
en diversos
países como
válido el óbito
si es registrada
la muerte
encefálica.
Desencarnación
es otra cosa. El
alma desencarna
cuando se
completa el
desligamiento,
lo que puede
llevar algunas
horas o algunos
días.
Enseña el
Espiritismo que,
de un modo
general, el alma
continúa
conectada al
cuerpo mientras
son en ella muy
fuertes las
impresiones de
la existencia
corpórea.
Individuos
materialistas se
quedan retenidos
por más tiempo,
hasta que la
impregnación
fluídica
animalizada de
que se revisten
sea reducida a
niveles
compatibles con
el
desligamiento.
La
tardanza en ese
desprendimiento
es, a veces,
necesaria para
que el
desencarnado
tenga más
pequeñas
dificultades
para ajustarse a
la realidad
espiritual.
Ernesto Bozzano,
en el libro
La Crisis de la
Muerte, tras
examinar 18
casos
documentados
sobre las fases
inherentes al
trance de la
muerte, enumeró
en 12 puntos sus
conclusiones. De
entre ellos,
destacamos los
tres siguientes:
-
Todos los
que
desencarnan
afirman que,
durante
algún
tiempo,
ignoraron lo
que, de
hecho, les
ocurrió.
-
Casi todos
informan
haber
pasado,
después de
la muerte,
por una
especie de
“sueño
reparador”
-
Los que
desencarnan
gravitan
automáticamente
y fatalmente
para la
esfera
espiritual
que les
habla al
respecto, de
obediencia a
la “ley de
afinidad”.
León Denis, en
el libro
Después de la
Muerte, dice
que la
separación que
se da entre el
alma y el cuerpo
es seguida por
un periodo de
perturbación,
periodo ese que
es breve para
las almas justas
y buenas,
que
inmediatamente
se separan, pero
largo, a veces
muy largo, para
las almas
culpables,
impregnadas de
fluidos
groseros.
El asunto fue
examinado
también por
Allan Kardec en
El Libro de
los Espíritus,
en que podemos
leer en las
cuestiones 149 a
165 que el
estado de
perturbación es
un hecho natural
en todas las
personas y varía
de acuerdo con
el grado de
elevación moral
del
desencarnado.
El
desprendimiento
del alma – que
es lo que
caracteriza la
desencarnación –
comienza por las
extremidades del
cuerpo y se va
completando en
la medida en que
son
desconectados
los lazos
fluídicos que
prenden el alma
al vehículo
somático.
Hay, según
leemos en el cap.
XIII del libro
Obreros de la
Vida Eterna,
de André Luiz,
psicografiado
por Francisco
Cândido Xavier,
tres regiones
orgánicas
fundamentales
que demandan un
grande
cuidado en los
servicios de
liberación del
alma: el centro
vegetativo,
conectado al
vientre; el
centro
emocional,
acogido en el
tórax, y el
centro mental,
localizado en el
cerebro. En esa
orden es que a
obra citada
describe cómo se
procesó el
desprendimiento
de Dimas, uno de
los personajes
del libro.
La oración es
muy importante
en ese proceso y
debería, pues,
estar presente
siempre en los
llamados
velatorios.
Kardec relata a
propósito, en el
libro El
Cielo y el
Infierno, un
interesante caso
ocurrido en 1863
con Augusto
Michel, que
pidió a un
médium fuera
hasta el
cementerio a
orar en su
túmulo. El
fallecido
suplicó tanto,
que el médium
acabó
atendiéndolo y,
en el propio
cementerio,
fue
intermediario de
un mensaje del
Espíritu,
agradecido por
quedar aliviado
de la
constricción que
antes lo tenía
prendido a la
materia.
Comentando el
caso, Kardec
indaga si la
costumbre casi
general de orar
al pie de los
difuntos no
provenía de la
intuición
inconsciente que
se tiene de ese
efecto.
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