Biluca, el osito, vivía
con su madre, Doña
Ursulina, y su padre, el
señor Osote, en un
bosque muy bonito.
Biluca era un osito que
tenía un hábito muy feo:
comer demasiado.
Comía todo lo que
apareciera a su frente y
nunca estaba satisfecho.
Y, debido a su grande
gula, era muy egoísta,
nunca compartía nada con
nadie.
Cuando aparecía alguien
masticando alguna cosa,
él inmediatamente pedía
un pedazo o un mordisco.
Pero Biluca, cuando un
amiguito suyo le pedía
un pedacito de lo que él
estuviera
|
 |
comiendo, ¡no
daba de ninguna
manera! |
|
Cierto día, Biluca
encontró un pedazo de
tarta que alguien había
dejado caer en el
bosque. Un conejito lo
vio y pidió un pedacito
al osito, que se negó a
dar.
Doña Ursulina lo
reprendió, diciendo:
— ¡Biluca, hijo mío, eso
es feo! Tú no debes
comer tanto. Cualquier
día de estos, tú vas a
enfermar. Tenemos que
aprender a repartir
nuestras cosas. Vamos,
da un pedazo de tarta a
tu amigo conejito.
— ¡No, no y no! —
Repetía él — Voy a
comerlo todo solo. ¡La
tarta es mía!
Hasta que un día, doña
Ursulina escuchó gemidos
y llanto.
Era Biluca que lloraba,
rodando por el suelo y
apretando la barriga con
las dos patas
delanteras.
— ¿Qué pasó, Biluca? —
preguntó la madre,
afligida.
— ¡Ay! ¡Ui! ¡Ay!...No
sé. Ando con mucho dolor
en la barriga. ¡Creo que
voy a morir! ¡Socorro!
¡Socorro! — gritaba
Biluca.
Doña Ursulina,
preocupada, preguntó:
— ¿Tú comiste mucho hoy,
Biluca?
— ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... No,
mamá. Sólo unas dos
frutitas silvestres...
Y lloraba de dolor,
contorsionándose de
dolor.
Doña Ursulina cogió al
hijito en los brazos y
salió en búsqueda de
socorro. Inmediatamente
encontró a doña Búho,
que es el bicho más
sabido del bosque.
 |
— ¿Qué está ocurriendo?
¿Cuál es el motivo de
tanto griterío? —
preguntó doña Búho con
sus ojos grandes y
saltones.
— ¡Ah! ¡Doña Búho!
Ayúdeme, por favor. Mi
hijo está muy enfermo y
no sé lo que hacer.
¡Ayúdeme, por caridad!
Doña Búho pensó y dijo
resuelta:
— Bien, tengo algunos
conocimientos de
medicina. Coloque el
chico sobre aquel tronco
del árbol allí.
|
La madre obedeció, con
cariño, y doña Búho, muy
compenetrada, se puso a
examinar al paciente.
— No tengo dudas.
Tenemos que operarlo.
— ¡¿Operar, doña
Búha?!...
— Sí. No veo
alternativa. Pero no se
preocupe, todo saldrá
bien. Voy a buscar mi
maleta y ya vuelvo.
De hecho, en pocos
minutos doña Búho volvía
surtida con lo necesario
para hacer la cirugía.
Se colocó el delantal,
ajustó las gafas y se
preparó para la cirugía.
Abrió la barriga del
osito, pero
inmediatamente paró,
sorprendida:
— ¡Dios mío! ¡Cuantas
cosas!
Y comenzó a retirar todo
lo que estaba dentro de
la barriga de Biluca:
varias frutas, raíces,
hierbas, dos peces, tres
trozos de árboles...
— ¡¿Hasta una lata
vieja, Biluca?! —
exclamó asombrada.
Cosió cuidadosamente al
pequeño oso y en poco
tiempo Biluca estaba
bien.
— ¿Cómo estás, hijo mío?
— indagó la madre,
ansiosa.
— Muy bien, mamá. ¡Estoy
sintiéndome hasta un
poco vacío!...
Doña Ursina agradeció a
la Búho y dirigiéndose
al hijo, acentuó:
— Si no fuera por doña
Búho, tú podrías hasta
morir, hijo mío. Aprende
de una vez por todas,
Biluca, que comer
demasiado no hace bien a
nadie. Tenemos que
aprender a repartir lo
que es nuestro. Lo que
sobra de nuestra
alimentación puede estar
faltando para otros
animales. ¿Sabes que
existen seres pasando
hambre? Mientras tú
comes tanto, otros no
comen nada. Ayúdate a ti
mismo y a los otros
dividiendo lo que
posees. Además de estar
ayudando a otras
criaturas y ejercitando
la fraternidad y la
caridad cristiana,
también estarás
beneficiándote a ti
mismo, pues no comiendo
en exceso no sufrirás
más de esa manera.
Y en cuanto Biluca movía
la cabeza estando de
acuerdo, ella completó:
— Debemos comer para
vivir, hijo mío, y no
vivir para comer.
¿Entendiste?
— Entendí, mamá. Nunca
más comeré tanto.
Y a partir de ese día,
siempre que ganaba
alguna cosa, Biluca la
repartía con sus
amiguitos del bosque.
Tía Célia
|