Nuestros muertos
trajeron
y aun
traen noticias
del Más Allá
De vez en cuando
se oyen frases
como esta:
“Nadie jamás
volvió para
decir si la vida
continua”.
Afirmaciones de
ese tipo son
comprensibles
cuando dichas
por quien no
profesa el
Cristianismo,
pero
absolutamente
impertinentes se
apartan de los
que aceptan el
Nuevo Testamento
como obra
confiable y
depositaria de
la fe cristiana.
Finalmente, es
en él que leemos
la descripción
detallada de la
vuelta de Jesús
a la convivencia
de los
discípulos
después de su
muerte en el
Gólgota y, antes
de eso, su
recepción a dos
personajes del
Antiguo
Testamento –
Moisés y Elías –
que vinieron a
confortarlo
momentos antes
de su prisión.
No queremos aquí
mencionar los
hechos
contenidos en el
Antiguo
Testamento, que
son incontables
y expresivos, ya
que vivimos en
un país que se
enorgullece de
decirse
cristiano y
tiene en el
Nuevo Testamento
el libro que da
base a su fe.
Las criaturas
mínimamente
informadas saben
que fueron
exactamente las
comunicaciones
de los llamados
muertos que
dieron y
continúan dando
fuerza al
Espiritismo, por
cuanto los
principios
espíritas no se
basan en
opiniones ni en
concilios, sino
en hechos, como
los que el
profesor Carlos
Augusto
Perandréa mostró
en sus
investigaciones
sobre mensajes
psicografiadas
por Chico
Xavier, de lo
que resultó un
trabajo
científico
inédito hasta
aquella
oportunidad,
publicado
inicialmente en
la revista
científica
Semina, de
la Universidad
Estatal de
Londrina, y
después
transformado en
el libro “La
Psicografía a la
Luz de la
Grafoscopia”.
En el referido
trabajo, el
autor comprobó
la realidad de
las
comunicaciones
mediúmnicas
comparando la
letra patrón del
individuo antes
de la muerte con
su firma puesta
en el mensaje
psicografiado,
con que llegó,
por medio de
análisis
técnicos, a la
verificación de
la autenticidad
gráfica en
incontables
casos.
Para quien aún
no sabe,
informamos que
Perandréa no era
espírita hasta
que los hechos y
su propia
experiencia en
el campo de la
mediumnidad
modificaron su
concepción
religiosa.
Los Espíritus,
por lo tanto, ya
volvieron, sí, y
continúan
volviendo del
Más Allá,
trayendo
noticias sobre
la vida
extrafísica, en
la cual, según
dicen, son
muchas las
ocupaciones y
misiones a
desempeñar.
Además del
trabajo de
mejorarse
personalmente,
les incumbe –
conforme ellos
mismos revelan –
la tarea de
ejecutar la
voluntad de
Dios,
concursando, de
ese modo, para
la armonía del
Universo.
La ocupación de
los Espíritus
es, según
comprueban los
hechos, continua
en el mundo
espiritual, pero
nada tiene de
penosa, una vez
que no están
ellos sujetos a
la fatiga ni a
las
necesidades
propias de la
vida terrestre.
Y, cosa curiosa,
hasta los
Espíritus
inferiores e
imperfectos
desempeñan
funciones útiles
en el mundo en
que viven, si
bien muchas
veces no tengan
conciencia de
eso.
De acuerdo con
las enseñanzas
espíritas, deben
los Espíritus
recorrer todos
los grados de la
escala evolutiva
para
perfeccionarse,
y por eso es por
lo que habitan
en todas partes
y
adquieren por el
estudio y por la
experiencia el
conocimiento
gradual de todas
las cosas. Hay,
sin embargo,
tiempo para
todo, y cada
cosa viene en el
momento propio,
de modo que la
experiencia
por la que un
Espíritu está
pasando hoy,
otro ya superó y
otros deberán
más tarde
enfrentar.
Las misiones de
los Espíritus
buscan siempre
el bien. Estando
encarnados o
desencarnados,
son ellos
incumbidos de
auxiliar el
progreso de la
Humanidad, de
los pueblos y de
los individuos,
dentro de un
círculo de ideas
más o menos
amplias, más o
menos
especiales,
cabiéndoles aún
velar por la
ejecución de
determinadas
cosas. Algunos
desempeñan
misiones más
restringidas y,
de cierto modo,
personales o
enteramente
locales, como
asistir a los
enfermos, los
agonizantes, los
afligidos, velar
por aquellos de
quienes se
constituyeron
guías y
protectores,
dándoles
consejos o
inspirándoles
buenos
pensamientos.
Hay tantos
géneros de
misiones como
las especies de
intereses a
resguardar,
tanto en el
mundo físico
como en el
moral, y el
Espíritu se
adelanta
conforme la
manera por la
cual desempeña
su tarea.
En lo tocante al
mundo de los
encarnados, los
Espíritus se
ocupan con las
cosas que nos
hablan de
respeto, de
conformidad con
el grado de
evolución en que
se hallan. Los
superiores sólo
se
ocupan con lo
que sea útil al
progreso. Los
inferiores se
conectan más a
las cosas
materiales y de
ellas se ocupan.
La felicidad de
los Espíritus
bienaventurados
no consiste,
pues, en la
ociosidad
contemplativa,
que sería una
eterna y
fastidiosa
inutilidad.
Sus atribuciones
son
proporcionadas a
su grado
evolutivo, a las
luces que
poseen, a su
capacidad,
experiencia y al
grado de
confianza que
inspiran al
Supremo Creador.
Por todas
partes, como se
ve, la actividad
es constante, de
la base al ápice
de la escala, lo
que enseña a
todos, sin
ninguna
excepción,
oportunidad de
instruirse y
alcanzar la
meta, que es la
perfección.
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