Renato, dueño de empresa
y hombre de negocios,
aguardaba a un amigo con
quién había marcado un
encuentro en una esquina
del centro de la ciudad.
Mirando el movimiento
intenso de personas,
Renato reparó en un niño
pequeño, que calculó
tendría unos siete años,
parado en el semáforo,
aguardando.
El niño miraba
alrededor, examinando
las personas que
esperaban el cambio de
la señal. En eso,
percibió que el chico se
aproximó a un viejito
que mostraba gran
dificultad para
atravesar la calle,
y, cuando el semáforo
abrió para los peatones,
él se ofreció para
ayudarlo; cogiendo el
brazo del viejito, lo
condujo gentilmente y
con seguridad para el
otro lado de la calle.
Después, el chico quedó
esperando del otro lado,
para volver al lugar de
donde había venido.
Renato, curioso, quedó
observando al chico. Del
otro lado de la calle,
el niño examinaba las
personas que aguardaban
la señal abrir,
dedicando especial
atención a aquella que
presentara mayor
dificultad.
En ese momento, apareció
un ciego que quedó
parado, indeciso y
temeroso. |
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Viendo al invidente, el
chico se aproximó a él
y, gentilmente, cogió su
mano ayudándolo a
atravesar la calle
movida.
Impresionado con la
actitud del niño, Renato
continuó observándolo
atentamente. Enseguida,
lo vio ayudar a una
señora llena de
paquetes, después a un
chico, una señora
embarazada con un
carrito de bebé y muchos
paquetes, una viejita y
hasta un perro que, con
el rabo entre las
piernas y la cabeza
baja, no se atrevía a
enfrentar el tráfico.
Notó que el niño quedaba
yendo y viniendo en el
semáforo, de un lado
para otro de la calle,
entregado a su actividad
de ayudar a personas en
dificultad.
Ahora de este lado de la
calle, como el
movimiento estaba más
tranquilo, el chico paró
un poco para descansar.
Aproximándose a él,
Renato comenzó a hablar:
— ¡Hola! ¿Todo bien? No
pude dejar de notar tu
esfuerzo para ayudar a
las personas con
problemas para atravesar
la calle.
El chico levantó la
cabeza mirando para el
desconocido con los ojos
claros radiantes de
satisfacción.
— Me Gusta mucho ese
trabajo. Ayudar a quien
necesita me hace bien.
Siempre que puedo hago
eso. Vivo aquí cerca y
veo la dificultad que
algunas personas tienen
para atravesar la calle.
Así, uso una parte de mi
tiempo libre para ser
útil.
El hombre estaba
sorprendido y encantado.
Extendió la mano,
presentándose:
— Me llamo Renato. ¿Y
tú?
— Julio — dijo el niño
apretando la mano
extendida.
— Un placer en
conocerte, Julio. Pero,
dime: ¿por qué te
preocupas en ayudar a
personas que ni conoces?
El chico pensó un poco y
respondió:
— ¿Está viendo aquel
edificio de allí? —
mostró un edificio que
quedaba casi en la
esquina. — Es allí que
yo vivo y he visto
ocurrir muchos
accidentes en esta
avenida. Hace algún
tiempo, en la escuela,
mi profesora dijo que
todos nosotros tenemos
que dar nuestra
colaboración para la
sociedad en que vivimos.
Recibimos bastante y
necesitamos aprender a
colaborar haciendo
nuestra parte.
Pregunté a ella lo que
yo podría hacer. Ella me
respondió que, si yo
pensara en el asunto,
encontraría la
respuesta. Entonces,
como ese problema está
próximo de mi casa,
decidí ayudar a las
personas para que no
ocurran más accidentes.
Por lo menos, no que yo
pueda evitar.
— Julio, ¡pero tú aún
eres un niño!...
Con expresión seria y
digna, el niño
respondió:
— Exactamente por eso,
hago sólo lo que puedo.
Existen muchos adultos
que podrían colaborar
realizando tareas mucho
más grande y no lo
hacen.
Renato estaba conmovido
con el chico y su
propósito de amparar a
los menos favorecidos.
“Si todos actuaran como
él, las cosas en el
mundo serían mucho más
fáciles” — pensó.
En aquel momento, Julio
vio a una señora de
edad, gorda y con
problemas en las
piernas, temerosa de
atravesar la calle.
Pidió permiso al nuevo
amigo y partió para
ayudar a la señora. Dio
el brazo a ella y,
mientras se preparaba,
esperando la señal
abrir, se volvió y
saludó con la mano
alegremente para Renato.
Después, cuidadoso,
acompañó a la viejita
para cruzar la avenida.
Encantado, Renato seguía
con los ojos aquel chico
que había conocido de
manera tan casual. Si
todos pensaran como él,
¡el mundo sería mucho
mejor!
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En ese momento, el amigo
que Renato estaba
esperando llegó,
disculpándose por el
retraso.
— Discúlpame, Renato.
¿Esperaste mucho?
Tuve un imprevisto.
Tranquilo y satisfecho,
se sintió ligero y con
otra disposición, Renato
afirmó:
— No te preocupes.
Aproveche bien mí
tiempo.
— ¡Bien! ¿Pensaste en
aquello que hablamos,
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Renato? |
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— Lo pensé. Acepto tu
invitación. Pretendo
colaborar en la entidad
asistencial que con
tanta dificultad tú
diriges hace años. Haré
lo que sea necesario.
Quiero ayudar aún.
Dispón de mí cómo mejor
te parezca;
Satisfecho, el recién
llegado sonrió:
— Me siento muy feliz.
¿Vamos a tomar un café
allí en la esquina? Así
podremos conversar
mejor.
Acompañando al amigo,
Renato se volvió y vio a
Julio, del otro lado de
la calle, esperando para
atravesar con un
viejito.
Saludó con la mano y
sonrió para el chico,
que retribuyó el gesto,
ya preparándose
nuevamente para la
travesía.
Tía Célia
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