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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 176 – 19 de Septiembre del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Atravesando la calle

 

Renato, dueño de empresa y hombre de negocios, aguardaba a un amigo con quién había marcado un encuentro en una esquina del centro de la ciudad.

Mirando el movimiento intenso de personas, Renato reparó en un niño pequeño, que calculó tendría unos siete años, parado en el semáforo, aguardando.

El niño miraba alrededor, examinando las personas que esperaban el cambio de la señal. En eso, percibió que el chico se aproximó a un viejito que mostraba gran dificultad para atravesar la calle, y, cuando el semáforo abrió para los peatones, él se ofreció para ayudarlo; cogiendo el brazo del viejito, lo condujo gentilmente y con seguridad para el otro lado de la calle. Después, el chico quedó esperando del otro lado, para volver al lugar de donde había venido.

Renato, curioso, quedó observando al chico. Del otro lado de la calle, el niño examinaba las personas que aguardaban la señal abrir, dedicando especial atención a aquella que presentara mayor dificultad.

En ese momento, apareció un ciego que quedó parado, indeciso y temeroso.

Viendo al invidente, el chico se aproximó a él y, gentilmente, cogió su mano ayudándolo a atravesar la calle movida.

Impresionado con la actitud del niño, Renato continuó observándolo atentamente. Enseguida, lo vio ayudar a una señora llena de paquetes, después a un chico, una señora embarazada con un carrito de bebé y muchos paquetes, una viejita y hasta un perro que, con el rabo entre las piernas y la cabeza baja, no se atrevía a enfrentar el tráfico.

Notó que el niño quedaba yendo y viniendo en el semáforo, de un lado para otro de la calle, entregado a su actividad de ayudar a personas en dificultad.

Ahora de este lado de la calle, como el movimiento estaba más tranquilo, el chico paró un poco para descansar.

Aproximándose a él, Renato comenzó a hablar:

— ¡Hola! ¿Todo bien? No pude dejar de notar tu esfuerzo para ayudar a las personas con problemas para atravesar la calle.

El chico levantó la cabeza mirando para el desconocido con los ojos claros radiantes de satisfacción.

— Me Gusta mucho ese trabajo. Ayudar a quien necesita me hace bien. Siempre que puedo hago eso. Vivo aquí cerca y veo la dificultad que algunas personas tienen para atravesar la calle. Así, uso una parte de mi tiempo libre para ser útil.

El hombre estaba sorprendido y encantado. Extendió la mano, presentándose:

— Me llamo Renato. ¿Y tú?

— Julio — dijo el niño apretando la mano extendida.

— Un placer en conocerte, Julio. Pero, dime: ¿por qué te preocupas en ayudar a personas que ni conoces?

El chico pensó un poco y respondió:

— ¿Está viendo aquel edificio de allí? — mostró un edificio que quedaba casi en la esquina. — Es allí que yo vivo y he visto ocurrir muchos accidentes en esta avenida. Hace algún tiempo, en la escuela, mi profesora dijo que todos nosotros tenemos que dar nuestra colaboración para la sociedad en que vivimos. Recibimos bastante y necesitamos aprender a colaborar haciendo nuestra parte. Pregunté a ella lo que yo podría hacer. Ella me respondió que, si yo pensara en el asunto, encontraría la respuesta. Entonces, como ese problema está próximo de mi casa, decidí ayudar a las personas para que no ocurran más accidentes. Por lo menos, no que yo pueda evitar.

— Julio, ¡pero tú aún eres un niño!...

Con expresión seria y digna, el niño respondió:

— Exactamente por eso, hago sólo lo que puedo. Existen muchos adultos que podrían colaborar realizando tareas mucho más grande y no lo hacen.

Renato estaba conmovido con el chico y su propósito de amparar a los menos favorecidos. “Si todos actuaran como él, las cosas en el mundo serían mucho más fáciles” — pensó.

En aquel momento, Julio vio a una señora de edad, gorda y con problemas en las piernas, temerosa de atravesar la calle.

Pidió permiso al nuevo amigo y partió para ayudar a la señora. Dio el brazo a ella y, mientras se preparaba, esperando la señal abrir, se volvió y saludó con la mano alegremente para Renato. Después, cuidadoso, acompañó a la viejita para cruzar la avenida.

Encantado, Renato seguía con los ojos aquel chico que había conocido de manera tan casual. Si todos pensaran como él, ¡el mundo sería mucho mejor!

En ese momento, el amigo que Renato estaba esperando llegó, disculpándose por el retraso.

— Discúlpame, Renato. ¿Esperaste mucho? Tuve un imprevisto.

Tranquilo y satisfecho, se sintió ligero y con otra disposición, Renato afirmó:

— No te preocupes. Aproveche bien mí tiempo.

— ¡Bien! ¿Pensaste en aquello que hablamos,

Renato?  

— Lo pensé. Acepto tu invitación. Pretendo colaborar en la entidad asistencial que con tanta dificultad tú diriges hace años. Haré lo que sea necesario. Quiero ayudar aún. Dispón de mí cómo mejor te parezca;

Satisfecho, el recién llegado sonrió:

— Me siento muy feliz. ¿Vamos a tomar un café allí en la esquina? Así podremos conversar mejor.

Acompañando al amigo, Renato se volvió y vio a Julio, del otro lado de la calle, esperando para atravesar con un viejito.

Saludó con la mano y sonrió para el chico, que retribuyó el gesto, ya preparándose nuevamente para la travesía. 

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita