Cierto pastor cuidaba de
sus ovejas en un campo
muy extenso.
Entregadas a sí mismas,
las ovejitas pastaban
tranquilamente.
El pequeño pastor,
acomodado bajo la copa
de un árbol, abrió un
pequeño saco, cogió su
sándwich y comió con
placer.
Estaba hambriento.
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Enseguida, cogió su
flauta y se puso a tocar
dulces melodías, que
invadían el campo en
suaves acordes.
Envuelto por la música y
por el cansancio, el
pastor acabó
durmiéndose.
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Las ovejitas, mientras,
sin tener quién cuidara
de ellas, se esparcieron
por los campos y por los
montes.
Cuando el pastorcillo
despertó, algo asustado,
ya era tarde. El sol
descendía en el
horizonte y la noche no
tardaría en llegar.
Con miedo de las
reprimendas que
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recibiría de su
padre, y también
preocupado con
los pobres
animales
indefensos que
corrían peligro,
pues en la
región había
lobos feroces
que podrían
atacarlos, el
pastorcito se
puso a buscar,
intentando
reunir el
rebaño. |
¡Pero era muy difícil!
¡Ellas se habían
esparcidos por todos
lados!
Él no sabía qué hacer
más. Había intentado de
todo, sin resultado.
Arrepentido de su
descuido, el pastorcillo
suplicó ayuda a Jesús:
— ¡Oh Señor, que eres el
Divino Pastor, que
socorre a todas las
criaturas, ayúdame a
encontrar mis ovejitas
que están perdidas! No
sé que hacer más y temo
por la seguridad de
ellas, tan frágiles e
indefensas. Ayúdame,
Jesús, para que yo pueda
encontrarlas sanas y
salvas.
El pastorcillo, con
lágrimas de tristeza y
preocupación, oró a
Jesús varias veces.
Ya estaba cansado y casi
desanimado, cuando tuvo
una idea.
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Él sabía que a los
animalitos les gustaba
oír las melodías que
ejecutaba en su
instrumento. Entonces,
acordándose de eso, se
sentó en lo alto de un
pequeño monte y,
cogiendo la flauta del
saco, se puso a tocar.
El sonido de la música
se esparció por las
montañas y por las
campiñas. No
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tardó mucho, él
percibió que las
ovejitas,
atraídas por la
melodía, se
aproximaban. |
Feliz, tocó aún con más
ánimo y renovada
esperanza, hasta que
todas ellas estuvieran
allí cerca, atendiendo a
su llamado.
Y así, cercado por su
rebaño, el pastorcito
nuevamente oró a Jesús,
agradeciendo el auxilio
que le había enviado y
prometiendo que, de
ahora en adelante, jamás
se descuidaría en el
cumplimiento de sus
obligaciones.
Después, volvió para
casa, satisfecho y
tranquilo con sus
ovejitas, mientras los
últimos rayos de sol
teñían el horizonte de
lindo coloreado.
Tía Célia
Nota:
Las ilustraciones, son
recogidas de archivos de
internet, son de
Rarindra Prakarsa.
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