En
aquella calle vivían
varios chicos, pero
Valtinho, de diez años,
era el más vivo,
inteligente y astuto de
todos los niños de los
alrededores.
Sin embargo Valtinho,
que era un líder nato,
usaba su capacidad para
desafiar a los amigos y
humillarlos, inventar
juegos de mal gusto o
crear competiciones
entre ellos, de las
cuales siempre salía
vencedor.
Todos lo temían, porque
tenía siempre una
palabra feroz en la
punta de la lengua y
respuestas para todo.
Cierto día, cuando
Valtinho fue para la
escuela, notó que una
casa que estaba cerrada
en la vecindad ahora
tenía habitantes nuevos.
Los próximos días quedó
conociendo al nuevo
vecino, César, que
comenzó a estudiar en la
escuela del barrio y fue
matriculado en su sala.
Tenía la misma edad de
Valtinho, pero era bien
grande, con tamaño de
doce años para más, y
más pesado.
Al comienzo, Valtinho
intentó humillarlo ante
los compañeros de clase,
llamándolo Gigantón, lo
que hizo que la clase
toda cayera en
carcajadas. Pero, el
chico sólo sonrió y no
dio respuesta, como él
esperaba.
Aquella reacción dejó a
Valtinho muy irritado.
Entonces, a partir de
ahí, comenzó a hacer al
nuevo compañero víctima
de sus bromas de mal
gusto. Pero, para
sorpresa suya, el
gigantón no reaccionaba.
Simpático y agradable,
poco a poco César fue
ganando la amistad de
los compañeros. Era
servicial, siempre listo
a ayudar y nunca perdía
la ocasión de auxiliar a
los compañeros que no
habían entendido la
materia.
La primera vez que
fueron a jugar a la
pelota, Valtinho desafió
a César:
— Gigantón, ¿con ese
peso todo será que
consigas correr detrás
del balón? — gritó él,
irónico.
— ¡Vamos a ver! ¡Hago lo
que puedo, Valtinho! —
respondió él con una
sonrisa mansa.
El juego comenzó e
inmediatamente César
mostró para toda la
escuela que sabía jugar
bien, haciendo un lindo
gol, para desesperación
del compañero.
|
Y así fue en las
carreras y en todas las
actividades de que ellos
eran obligados a
participar. Gigantón se
hizo estimado por todos.
Ahora, todos lo llamaban
por el mote, que se
había hecho cariñoso y
agradable.
De repente, Valtinho
notó que los amigos ya
no lo buscaban más.
Cuando él los buscaba,
no le daban tanta
atención.
Él se quedó preocupado.
¿Qué estaría pasando? ¿Siempre
fue un líder y ahora
|
los
amigos evitaban su
compañía, prefiriendo la
del bobo del Gigantón? |
Amargado, Valtinho
sentía crecer dentro de
él la rabia contra el
compañero. De ese modo,
pensó bastante planeando
qué hacer para
desacreditar a Gigantón
ante todos de la escuela.
Llegando a su casa, tiró
la mochila en el suelo y
cayó sentado en el sofá.
La madre, que lo
observaba hacía muchos
días, preocupada, se
aproximó a él con cariño:
— Hijo mío, siento que
tú no estás bien. ¿Qué
pasó?
Con lágrimas, el niño
contó a la madre lo que
estaba pasando. Después
preguntó:
— ¿Por qué de repente
todo cambió en mi vida,
mamá? Mis amigos no me
llaman más, ¡sólo
quieren saber del
Gigantón!
La madre pensó un poco y
respondió:
— Mi hijo, sólo tú
puedes saber lo que está
ocurriendo. Lo que sé es
que nosotros cogemos
siempre lo que
plantamos. Entonces,
piensa en cómo tú
tratabas a los
compañeros y como el
Gigantón los trata. La
gente recibe siempre por
aquello que da a los
otros.
Entonces, Valtinho
comenzó a pensar en como
actuaba con los
compañeros, comparando
con la manera de ser del
Gigantón, y vio que eran
bien diferentes.
Sentado en un banco, en
la placita al lado de la
escuela, pensaba en todo
lo que había oído de la
madre, cuando alguien se
sentó a su lado.
Sorprendido, él levantó
la cabeza y vio que era
Gigantón. La sangre le
subió a la cabeza, la
respiración se aceleró
y, casi explotando de
odio, se preparaba para
lanzarle un chorro de
insultos, cuando el otro
preguntó:
— ¿Estás sintiendo
alguna cosa, Valtinho?
Yo te vi de lejos y creí
que tú no estabas bien.
Me quedé preocupado,
pues me caes muy bien.
Valtinho miró para él,
no creyendo en lo que
estaba oyendo. Como
continuara callado, el
otro continuó:
— Tú fuiste mi primer
amigo en esta ciudad y
te lo agradezco por todo
lo que has hecho por mí
desde que llegué aquí. ¡Nuestros
compañeros están
extrañando que tú te
alejaste de ellos sin
razón!
Valtinho lo miró
atentamente, intentando
percibir si él estaba
fingiendo. ¡Pero, no! Él
era así con todos.
Gigantón hablaba con voz
suave y su mirada era
limpia y pura.
Entonces, de repente,
Valtinho entendió que
todo lo que había
ocurrido durante aquel
tiempo no era por culpa
del Gigantón, sino por
su propia culpa. Su
madre tenía razón.
Siempre había actuado
mal con todos.
Calmándose, la
respiración volvió a lo
normal, y él, por
primera vez, dijo:
— Gigantón, quiero
pedirte disculpas si
alguna vez te traté mal.
Hoy entiendo que tú eres
diferente.
— ¿Pedir disculpas por
qué, chico? ¡Tú nunca me
ofendiste! Tú tienes un
modo diferente de tratar
a las personas y te
gusta hacer bromas
graciosas, pero nunca me
sentí ofendido.
— ¿Entonces, somos
amigos?
— ¡Claro! De hecho, ¿quieres
almorzar en casa hoy,
Valtinho? A mi madre le
va a gustar conocerte.
Siempre hablo de ti.
— Acepto. Sólo necesito
pasar por casa para
avisar a mi madre. ¡Tengo
seguridad de que ella
también le va a gustar
conocerte!... |
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Y ambos caminaron lado a
lado, hablando como
viejos amigos.
Aliviado, Valtinho
entendía ahora que su
comportamiento generaba
todo el malestar.
A partir del día
siguiente, se aproximó a
sus amigos tratándolos
de forma amigable y sin
las bromas de mal gusto
de antes.
— ¿Tú estás enfermo,
Valtinho? — preguntó uno
de ellos, extrañando.
El chico sonrió y
respondió:
— No, estoy bien. En
verdad, reconozco que
actué mal con vosotros y
quiero pediros disculpas.
Delante de eso, los
compañeros se extrañaron,
juzgando que podría ser
una más de las bromas de
Valtinho, pero después
entendieron que él había
realmente cambiado y
volvieron a ser los
amigos de siempre.
Y a partir de ese día
comenzó a realmente
existir amistad,
compañerismo y
fraternidad entre ellos,
para alegría de todos.
Meimei
(Recibida por Célia X.
de Camargo, en
13/9/2010.)
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