Siempre malhumorado y
colérico, Vicente tenía
gran dificultad en
relacionarse con las
personas. En la calle,
era normal que Vicente
se desentendiera y
creara problemas con los
otros por pequeñas
cosas.
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Si alguien tropezaba con
él, sin querer, él ya
estaba enfadado,
creyendo que la persona
había querido
provocarlo, e iniciaba
una pelea.
En la escuela, los
compañeros tenían miedo
de él. Si su grupo hacía
un trabajo y la nota no
era buena, peleaba con
los demás, acusándolos
de desear perjudicarlo,
sin darse cuenta de que
la nota era la misma
para todos los del
grupo.
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Si la profesora le daba
una nota baja en una
prueba, discutía con
ella, acusándola de
haber sido parcial y de
no gustarle.
En casa, Vicente era un
problema serio para
todos los miembros de la
familia, y sus hermanos
más pequeños temían
contrariarlo.
En virtud de ese
comportamiento, sus
padres estaban bastante
preocupados, orando a
Jesús para que pudieran
ayudarlo.
Un día en que una gran
tempestad había caído
sobre la región, y
Vicente estaba
particularmente
insoportable, la madre
se aproximó a él llena
de paciencia y cariño.
Envolviéndolo con mucho
amor, ella dijo:
— Mi hijo ¿por qué tú
actúas de ese modo?
El chico, irritado, se
justificó:
— Porque parece que
todos quieren
provocarme, madre. ¡A
nadie le gusto!...
Loa madre le acarició
los cabellos y dijo con
delicadeza:
—
¿O eres tú que no
te gusta nadie, hijo
mío?
El chico miró a la
madre, sorprendido.
Con cariño, ella
prosiguió:
— ¡Sí, Vicente! Tú
siempre ves el mal en
todo, sólo miras el lado
negativo y piensas
siempre lo peor de las
personas. Tú no
disculpas nada en los
otros, ni un acto
involuntario. Nadie es
perfecto y todos
nosotros necesitamos que
nos perdonen. Pero tú te
juzgas perfecto,
hallando siempre que los
otros son los que están
equivocados. ¡Piensa
bien!..
Vicente permaneció
callado, y la madre notó
que él estaba
reflexionando de sus
palabras. El temporal
había pasado y el sol
había vuelto a brillar.
Entonces, la madrecita
le dijo:
— Vicente, ven a ver
como el día está bonito.
Aún delante de la
tempestad, que las
personas encaran como un
mal, la Naturaleza se
esfuerza a través de sus
elementos, para ofrecer
lo mejor en la victoria
del bien. Ve hijo mío,
después de la lluvia, el
aire quedó limpio de las
impurezas y las plantas
agradecen la humedad; el
sol seca el barro, el
canto de los pájaros
sustituye el ruido del
trueno y los árboles,
muchas veces heridos con
las ramas quebradas, no
protestan; se regeneran
interiormente, para
ofrecer nuevas flores y
frutos; y las cosechas
reciben la corriente sin
rebeldía,
transformándola en adobo
útil.
La madre paró de hablar
por un instante, dando
al hijo la oportunidad
de reflexionar; después
prosiguió:
— Si la Naturaleza actúa
así, ¿por qué nosotros
conservaremos el
despecho dentro del
corazón? Aún delante de
situaciones difíciles,
aprendamos a educarnos,
actuando siempre para el
bien, utilizando
nuestras energías para
enriquecer la vida. El
amor, hijo mío, es un
tesoro de bendiciones en
todas partes, desde que
sepamos utilizarlo para
generar el bien. La
fuente, humilde,
recibiendo el barro,
jamás se entrega,
trabajando las impurezas
en su interior y
continúa corriendo,
hasta transformarlas en
bendiciones para
beneficio de todos.
El chico pensó...
pensó... pensó...
después dijo:
— Mamá, yo quiero
cambiar. Quiero ser
feliz y hacer felices a
los que me rodean.
¡Pero, no lo consigo!
Cuando me veo, estoy
peleando, gritando y
discutiendo con las
personas.
— Tú lo conseguirás,
hijo mío. Basta que haya
buena voluntad y
determinación. Busca ver
el mundo con los ojos
del amor. Olvida el mal
y ve sólo el lado bueno
de las personas. Y no te
olvides de orar pidiendo
el amparo de Jesús.
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Vicente abrazó a la
madrecita y, de ese día
en adelante, fue fiel a
los cambios que deseaba
establecer en sí mismo.
Él enfrentó muchas
dificultades, pero, a
cada nuevo desafío
vencido, se reconocía
más fuerte y con más
determinación para
continuar mejorando.
Así, se hizo mucho más
alegre y simpático a
todas las personas, que
lo miraban con
admiración y respeto por
los cambios que
consiguió operar en él.
Meimei
(Psicografia de Célia
Xavier de Camargo, en
4/10/2010.)
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