Cierta ocasión Jesús
viajaba con sus
apóstoles para
Jerusalén, cuando, entre
Samaria y Galilea, él
entró en una aldea.
(1)
Al reconocerlo, diez
leprosos fueron a su
encuentro, pero,
temerosos en virtud de
su condición de enfermo,
quedaron lejos.
La lepra era una
enfermedad que no tenía
cura y que todos temían
por sus consecuencias y
por las duras leyes que
obligaban a los enfermos
a ser alejados de sus
familias, pues eran
considerados impuros.
Nadie podía aproximarse
a ellos, y eran llevados
para el Valle de los
Leprosos, localizado en
las inmediaciones de
Jerusalén, donde
tendrían que quedar por
el resto de sus vidas.
Entonces, en virtud de
la enfermedad, los
pobres enfermos sabían
que no podían
aproximarse a Jesús.
¡Pero, que duda cruel!
Sabían también que en el
profeta residía la
esperanza de quedar
curados, una vez que las
noticias de la curas que
él hubo hecho en otras
localidades se esparcía,
siendo conocidas por
todas las personas.
Entonces, incluso a
distancia, ellos
comenzaron a llorar y a
gritar, implorando:
— ¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros!
Y Jesús, que los viera y
llenándose de piedad por
los diez leprosos, sin
aproximarse, para no
molestarlos, les dijo:
— Id, y mostraros a los
sacerdotes.
Despues de esas
palabras, Jesús y los
apóstoles continuaron su
camino.
Desanimados, los
leprosos bajaron las
cabezas, y también
prosiguieron su rumbo,
tal vez un tanto
decepcionados por haber
perdido la oportunidad
de ser curados, pues el
Maestro nada hubo hecho
a favor de ellos o de
sus curas, limitándose a
mandarlos a buscar a los
sacerdotes.
Así, seguían ellos por
el camino, llorando y
quejándose de la suerte,
cuando uno de ellos, que
era samaritano, mirando
para el propio cuerpo,
percibió que estaba
limpio. Lleno de
sorpresa y de alegría,
se puso a gritar:
— ¡Estoy curado! ¡Estoy
curado! ¡Jesús me curó!
¡Aleluya!...
¡Aleluya!...
¡Los otros, sorprendidos
con el griterío, se
miraron y notaron que
también ellos estaban
libres de las llagas!
¡Sus pieles estaban
limpias!...
Y todos se pusieron a
cantar y a bailar de
alegría en medio del
camino. Comieron,
bebieron y festejaron.
Estaban felices y
necesitaban conmemorar
la cura.
El samaritano, sin
embargo, reconociéndose
libre de la enfermedad,
dejó que su corazón se
llenara de gratitud por
Jesús, el profeta que lo
hubo curado.
Arrodillado, él oró al
Maestro, agradecido por
haber recuperado la
salud.
Entonces, pasados los
momentos de alegría, los
demás resolvieron
continuar el camino,
satisfechos. Deseaban
retomar sus vidas y
contar la novedad a los
familiares y amigos, ya
que podrían volver a
vivir en sociedad.
El décimo ex-leproso,
sin embargo decidió
volver para agradecer a
Jesús.
Dio media vuelta y
retornó sobre sus pasos,
rehaciendo el mismo
trayecto y tomando el
rumbo que el Maestro
hubo tomado. Por el
camino, a todos los que
encontraba, él pedía
noticias sobre el
paradero de Jesús.
Tanto buscó que acabó
encontrando el profeta.
Lo reconoció luego, en
medio de la multitud que
lo cercaba esperando por
la cura.
Entonces, el ex-leproso
se aproximó, dando
gloria a Dios en voz
alta, de modo que todos
pudieran oír. Después se
tiró a los pies de
Jesús, con el rostro en
tierra, agradeciéndole:
— ¡Maestro, estoy
curado! ¡Gracias!
¡Gracias!...
Jesús, que sabía que él
era samaritano, esto es,
natural de Samaria,
pueblo despreciado por
los judíos, le preguntó:
— ¿No quedaron limpios
los diez? ¿Donde están
los otros nueve? ¿No se
halló quien volviera a
dar gloria a Dios sino
este extranjero?
Y dijo al hombre, a sus
pies:
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— Levántate y ve. Tú fe
te curó. |
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Jesús quiso mostrarnos,
con ese episodio, que la
gratitud es sentimiento
raro entre los hombres.
Gran parte de las
personas que recibió un
beneficio no se acuerda
de agradecer.
Así también ocurrió con
Jesús, que curó a mucha
gente, personas que
reconocieron la gran
bendición de él
recibida, pero no se
tiene noticia de que
ellos hayan vuelto para
agradecer al Maestro.
Tampoco sabemos, de
todos los que fueron
curados, cuantos
permanecieron sanos,
visto que Jesús alertaba
a cada uno:
— Ve y no vuelvas a
pecar, para que no te
ocurra cosa peor.
Meimei
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
28/2/2011.)
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(1)
Adaptada de Lucas,
17:11-19.
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