 |
La justicia
social, Platón y
El Libro de los
Espíritus |
1. A medida que
el progreso
enseña la lenta
y penosa
evolución de la
humanidad,
evolucionó
también su ideal
de justicia y su
esperanza en la
construcción de
una sociedad
realmente justa.
Sin embargo, los
intentos en ese
sentido
tropiezan, en
todas las
épocas, en el
insuperable
óbice resultante
de las propias
imperfecciones
humanas, sobre
todo lo que dice
respecto a su
egoísmo innato.
Esa
característica
llevó a Thomas
Hobbes a
sostener que los
valores morales
nada más eran
que
manifestaciones
de ese mismo
egoísmo: “El
bien y el mal
son
sólo lo que
agrada o lo que
ofende el
instinto de
conservación y
los intereses
del individuo”.
“La sociedad se
somete al
Estado, cual
nuevo Leviatán y
el hombre es el
lobo del
hombre.”
(A respecto,
Guido de
Ruggiero,
BREVE HISTORIA
DE LA FILOSOFÍA,
Coimbra Editora
Ltda., Coimbra,
1.965, p. 261).
Eso implica el
predominio del
instinto y de la
animalidad aún
vigentes, tanto
del punto de
vista individual
como del social,
y una mínima
preocupación con
el espiritual,
muchas veces
confundido con
las
supersticiones y
supersticiones
populares. Tal
estado de cosas
propició el
surgimiento del
materialismo
exacerbado del
final del siglo
XVIII y que hoy
actúa, soberano
y
paradójicamente,
no sólo en los
países del
primer mundo,
sino también en
aquellos que
comienzan a
despuntar entre
las demás
naciones, a
ejemplo de
Brasil. En base
de eso, ningún
sistema político
o filosófico
logró ecuacionar
el siempre
creciente
problema de las
injusticias
sociales. Es
indudable que,
bajo ese
particular
aspecto, el
progreso
material
alcanzado por
determinados
países no puede
ser aceptado y
definido como
sinónimo de una
sociedad más
solidaria, pero
fraterna y más
justa,
principalmente
en base de la
dolorosa verdad
acerca de la
forma como casi
siempre ese
progreso es
alcanzado, en
detrimento y
perjuicio de
miles de seres
humanos.
2. Esa situación
es, no obstante,
la contingencia
natural de la
condición
evolutiva de la
Tierra, como
planeta de
expiación y de
pruebas. No es
irreversible ni
retratar, por
cuanto podrá ser
modificada para
mejor, en la
misma proporción
en que el hombre
se modifique y
promueva,
mediante sus
propios
esfuerzos, su
mejoría
interior.
Implicará la
renovación
psíquica de la
humanidad, que
tendrá,
inevitablemente,
que volver a ver
y repensar sus
valores morales.
El esfuerzo en
ese sentido, de
que poco a poco
ella va tomando
conciencia,
permitirá la
sustitución del
egoísmo, como
alabanza
propulsora del
comportamiento
humano, por los
sentimientos de
fraternidad,
solidaridad y
compasión,
independientemente
de nacionalidad,
filiación
religiosa o
posición social.
Ineludiblemente,
el Espiritismo,
a pesar de
su corta
existencia de
154 años –
tomándose con el
punto de
referencia la
publicación del
LIBRO DE LOS
ESPÍRITUS -
podrá desempeñar
un papel de alta
relevancia, pues
él, como destacó
Kardec, “no
tiene
nacionalidad y
no forma parte
de ningún culto
existente;
ninguna clase
social lo
impone, ya que
él puede
conducir a todos
los hombres a la
fraternidad. Si
no se mantuviera
en terreno
neutro,
alimentaría las
disensiones, en
vez de
apaciguarlas” (El
EVANGELIO SEGÚN
El ESPIRITISMO,
Introducción, Ed.
Feb, Río, 1.944,
p. 29).
Las cuestiones
sociales no han
recibido el
cuidado
que
merecen
3. Se habla
mucho, en la
actualidad, de
“Nueva Era” o
“Era del
Espíritu”. El
testimonio de la
historia es
elocuente en el
sentido de
demostrar que
hasta 1857,
cuando vino a la
luz la primera
edición del
LIBRO DE LOS
ESPÍRITUS,
muy poco se
meditaba del
lado espiritual
del
hombre, y el
binomio
espíritu-materia,
dentro del cual
deberían ser
vistos,
examinados y
ecuacionados
todos los
problemas
humanos, aún era
tenido a cuenta
de brujería, de
obra del demonio
o de artes de
los alquimistas.
La reacción en
cadena provocada
por la
divulgación de
las
primeras obras
de la
codificación
constituyó un
elocuente
atestado de que
los ideales que
contenían
incomodaban y
ponían en
peligro el
status quo de
las clases
dominantes, del
punto de vista
intelectual,
político o
religioso, una
vez que,
consciente o
inconscientemente,
tales segmentos
de la sociedad
sintieron que
era llegada la
hora de
profundas
modificaciones
en la vieja y
carcomida
civilización
occidental. Y,
a toda
evidencia, tales
modificaciones
no les
interesaban,
como al resto
aún no les
interesan.
4. Las
cuestiones
sociales – que
hoy no se
restringen sólo
a la relaciones
de individuo
para individuo,
o de nación para
nación, sino que
claman también
por un
consciente,
respetuoso y
amorosa relación
de toda la
humanidad con la
naturaleza, a
fin de salvarse,
mientras es
tiempo, la
“madre-tierra” –
no han merecido
de ella,
Humanidad, el
cuidado
indispensable.
Algunos
Espíritus más
esclarecidos que
aquí
reencarnaron,
antes y tras
Jesús, huyeron
de esa regla
general marcada
por el comodismo
y por el
egoísmo. Sin
embargo, no
fueron
comprendidos y
acabaron
rechazados por
sus
contemporáneos,
a ejemplo de lo
que ocurrió con
Sócrates, una de
las grandes
víctimas de la
indigencia
espiritual del
ser humano.
Platón, uno de
los precursores
del
Cristianismo,
reveló, en LA
REPÚBLICA,
su preocupación
con el tema,
formulando
algunos
postulados que
entendía
indispensables a
la creación de
una sociedad
ideal. Sus ideas
eran muy
superiores a
aquellas
propuestas más
tarde, por
ejemplo, por el
marxismo, por el
socialismo o por
el capitalismo,
por cuanto
están
destituidas del
materialismo de
que estos se
hallan
impregnados.
Comenzaba por
cuestionar
aquello a que
llamó como un
problema ético:
“¿Cómo sería
posible la
instauración de
la justicia? La
justicia sólo
existiría en una
organización
social justa: el
Estado justo.
Luego, la
justicia
consistiría
en un problema
político”. Se
sigue la
indagación sobre
el problema
político: “¿Como
obtener el
Estado justo? El
Estado justo
sería aquel
gobernado por
estadistas
justos o por los
más capaces”. De
ahí resultaría
un tercer
problema, de
orden
psicológica, una
vez que
implicaría la
respuesta a la
pregunta:
“¿Más cuáles
serían los
gobernantes más
justos y
capaces?” En la
solución de esa
pregunta se
encuentra un
contenido
eminentemente
cristiano y una
sintonía muy
grande con la
enseñanza de los
Espíritus: “El
problema humano
es anterior al
político. Los
Estados dependen
de los hombres
que lo componen.
Mejorar a los
hombres es
mejorar los
Estados.
Reformas
sociales no
mejoran a los
hombres.
Conclusión: es
preciso estudiar
antes el hombre
(problema
psicológico).
Los hombres se
clasifican en
tres clases
principales: los
productores, en
los cuales
predomina el
alma
concupiscente,
de apetitos,
impulsos e
instintos; los
militares,
dominados por el
alma irascible,
de coraje,
entusiasmo y
emoción; los
guardianes,
sabios o
reyes-filósofos
que se afirman
por la razón, la
meditación, el
desprendimiento
por los bienes
materiales y el
deseo de
saber. La
función de los
hombres del
primer tipo es
la producción;
la del segundo
tipo es la
protección y la
función de los
del tercero es
el gobierno.
Conclusión: la
justicia sólo
puede ser
conseguida si el
Estado sea
dirigido por los
sabios o
reyes-filósofos”.
(Ney Lobo,
ESTUDIOS DE
FILOSOFÍA SOCIAL
ESPÍRITA,
Ed. Feb, Río,
1.991, ps. 25 y
26.)
Platón y
Sócrates son
considerados
precursores
del
Espiritismo
La educación –
una de las metas
principales del
Espiritismo –
sería el
instrumento
básico para la
formación del
estadista justo
o del
rey-filósofo:
“Después de 20
años de
educación, desde
el nacimiento y
a cargo del
Estado, todos
son sometidos a
pruebas. Los
reprobados van
para la
formación del
estadista justo
o del
rey-filósofo:
“Después de 20
años de
educación, desde
el nacimiento y
a cargo del
Estado, todos
son sometidos a
pruebas. Los
reprobados van
para la
producción. Los
aprobados
continúan la
educación.
Después de un
segundo estadio
de 10 años, los
reprobados van
para la
protección como
militares y los
aprobados
continúan.
Después de un
tercero estadio
de cinco años,
en el cual
aprenderán la
Doctrina de las
Ideas, pasarán
al 4º estadio,
de 15 años de
práctica en
contacto con el
mundo real y,
al fin del
cual, ya con 50
años de edad,
son considerados
aptos para
gobernar”. (Ney
Lobo, op. cit,
p. 26.)
5. Si bien no se
pueda negar el
carácter
idealista o
utópico del
Estado
Platónico, él
contiene
verdades que,
más tarde,
vinieron a ser
confirmadas por
los Espíritus,
en la Parte
Tercera de EL
LIBRO DE LOS
ESPÍRITUS.
No fue, pues,
sin razón que
Kardec atribuye
a
Platón,
juntamente con
Sócrates, la
condición de
precursores del
Espiritismo.
Ambos
consideraban la
reencarnación
como hecho
natural,
predicaban la
distinción entre
el principio
inteligente
(alma o
Espíritu) y el
principio
material, la
supremacía de
aquel sobre este
y la
responsabilidad
del hombre por
sus propios
errores. Además
de eso,
reconocían que
la justicia,
reveladora de la
caridad en su
acepción más
auténtica, era
el factor
primordial para
una convivencia
fraterna entre
los integrantes
de la sociedad,
adelantándose a
las propias
enseñanzas de
Jesús: “Nunca se
debe retribuir
con otra
injusticia, ni
hacer mal a
nadie, sea cuál
sea el daño que
nos hayan
causado. Pocos,
sin embargo,
serán los que
admitan ese
principio, y los
que se
desentienden a
tal respecto
nada más harán,
sin
duda, del que se
voten unos a los
otros mutuo
desprecio”. (Op.
cit., “Resumen
de la doctrina
de Sócrates y
Platón”, Nº.
XII.)
Esos principios
coinciden con
algunos de los
llamados
Principios
Básicos del
Espiritismo, que
están
desarrollados a
lo largo de toda
la Codificación
y que se hallan
sintetizados, a
ejemplo del que
se verifica en
una
Constitución, en
El LIBRO DE
LOS ESPÍRITUS.
La construcción
filosófica
platónica – en
la cual se
incluye su
Estado ideal –
tuvo como
cimiento,
guardadas las
debidas
proporciones,
los mismos
principios o
presupuestos
que, más tarde,
los Espíritus
Superiores
dictaron a la
Humanidad, como
directrices
generales para
su progreso
espiritual y,
consecuentemente,
para su
perfeccionamiento
moral, dentro de
la escalada
natural de todo
Espíritu, que va
de la
simplicidad y de
la ignorancia a
la perfección.
En LA
REPÚBLICA,
Platón afirma
que el
fundamento de
una sociedad
fraterna es la
instauración de
la justicia. No
la justicia de
las apariencias
y de los
rituales
solemnes y
formales, sino
la que se sitúa
por encima de
los
convencionalismos
humanos, como
Jesús advierte
en el Sermón
del Monte:
“Porque os digo
que, si vuestra
justicia no
excediera la de
los escribas y
fariseos, de
modo alguno
entraréis en el
reino de los
cielos”. (Mateo,
5: 20.)
El sentimiento
de justicia está
implícito en la
Naturaleza
6. Se trata de
un gravamen que,
del punto de
vista jurídico,
continúa
encontrando
obstáculos de
difícil
transposición,
por cuanto los
hombres, aún
hoy, no se
entienden acerca
de los conceptos
de Justicia y de
Derecho, que,
como siempre
ocurrió en todas
las fases de la
historia,
continúa siendo
elaborado al
sabor de los
intereses
individuales o
de determinados
grupos. El
asunto se
coloca, sin
embargo, fuera
de los objetivos
de estas
consideraciones,
una vez que se
trata de materia
específica del
área de la
Filosofía del
Derecho, y sería
de todo inocuo
un ingreso por
los sinuosos
laberintos de
las discusiones
doctrinarias
existente al
respecto.
Lo que importa,
en el caso, es
el recuerdo
acerca de la
postura de
Platón en base
del tema, con
miras a la
proximidad de su
pensamiento con
la de los
Espíritus. La
justicia, en su
acepción, de la
misma forma que
se observa entre
los auténticos
cristianos,
solamente puede
ser entendida
dentro de una
visión
universalista y
que se revela
indispensable a
la vida
individual y
social. Giorgio
Del Vecchio (LA
JUSTICIA,
traducción
portuguesa de
Antonio Pinto de
Carvalho, Ed.
Saraiva. São
Paulo, 1960, p.
18) se refiere
al asunto
diciendo:
“Platón pretende
elevar la
justicia a la
categoría de
principio
regulador de la
vida individual
y social toda
como, (sic)
descuida o
rechaza todas
las concepciones
tendentes a
conferirle
función
específica o
particular
esfera de
aplicación”. Aún
según el mismo
autor (op. cit.,
p. 18), él
“repone la
esencia de la
justicia en la
“actuación del
propio deber”.
Ahora, el deber,
como algo que
debe ser hecho o
evitado en
beneficio del
prójimo y de la
colectividad,
está impreso en
la conciencia
del hombre y se
identifica con
el sentimiento
natural de
justicia que
todos poseemos.
La cuestión 873
de EL LIBRO
DE LOS ESPÍRITUS
esclarece que
ese sentimiento
de justicia
“está de tal
modo en la
naturaleza, que
os rebeláis a la
simple idea de
una injusticia.
Es fuera de duda
que el progreso
moral desarrolla
ese sentimiento,
pero no lo da.
Dios lo puso en
el
corazón del
hombre. De ahí
viene que,
frecuentemente,
en hombres
simples e
incultos se os
deparan nociones
más exactas de
la justicia de
los que no
poseen gran
caudal de
saber”.
7. Al tratar de
la sociedad
justa, que él
llama de la
ciudad justa,
Platón, aunque
reconociendo la
dificultad para
llegar a una
definición
exacta de
justicia, cree
que ella, como
virtud, es común
al hombre y a la
ciudad: “En la
ciudad, ella se
encuentra, de
alguna
forma, inscrita
en caracteres
mayores y, así
pues, más
fáciles de
descifrar. Es
ahí, pues, que
conviene
estudiarla
primero; cumple
enseguida
aplicar los
resultados al
alma humana y,
siendo
necesario,
completarlos o
modificarlos”
(de acuerdo con
Robert Bacou,
LA REPUBLICA,
Introducción,
Difusión Europea
del libro, Sâo
Paulo, 1.973,
1º.
Vol., p. 21).
En el capítulo
VIII de la Parte
Tercera de EL
LIBRO DE LOS
ESPÍRITUS,
bajo el título
“De la Ley del
Progreso”, la
Espiritualidad,
no obstante la
diversidad del
lenguaje, se
refiere a la
responsabilidad
individual y
colectiva y de
las
consecuencias
que la
observancia, o
no, de sus
reglas puede
acarrear para
los hombres y
para los
pueblos.
La cuestión 875,
por su parte,
muestra la
importancia de
la justicia como
atributo
absolutamente
necesario a una
sociedad
realmente justa,
como se espera
que sea la de la
nueva era que se
aproxima: “La
justicia
consiste en cada
uno respetar los
derechos de los
demás”.
En el mundo en
que vivimos lo
legal no
siempre es lo
justo
La idea de
justicia
predominante en
las culturas más
antiguas,
entendida como
una forma de
“hacer el bien a
los amigos, y el
mal a los
enemigos”
(Giorgio Del
Vecchio, op.
cit., p. 18) no
fue sólo
repudiada por
Jesús (Mateo,
5:43 a 46),
pero ya merecía
la censura de
Platón, que
no concordaba
expresamente con
ella. Respetar
el derecho de
los demás es un
deber de todos,
y ninguna
importancia
puede tener,
para el pleno
cumplimiento de
ese deber, la
condición de
amigo o de
enemigo del
titular del
derecho. Eso
Jesús proscribió
en el más
perfecto
pronunciamiento
ético-jurídico
de que se tiene
noticia en la
faz de la
Tierra, el
Sermón de la
Montaña; eso
Platón condenó
cerca de
trescientos
cincuenta años
antes del
Maestro; eso los
Espíritus
enseñaron,
principalmente
cuando cuidaron
de la perfección
de la Justicia
Divina y de su
ley, “la única
verdadera para
la felicidad del
hombre. Le
indica lo que
debe hacer o
dejar de hacer y
él sólo es
infeliz cuando
de ella se
aleja”. (Op.
cit., q. 614.)
8. Es
incontestable la
fragilidad del
Derecho creado
por el hombre, a
pesar de su
teórica
condición de
instrumento para
la realización
de la Justicia.
Por ser obra del
hombre, se
sujeta a las
vicisitudes, a
los errores,
fallos y
omisiones que
toda realización
humana contiene.
De ahí la razón
de
porqué él sigue,
incontables
veces, camino
diametralmente
opuesto a aquel
que debería
recorrer y
conduce a
resultados de
manifiesta e
incontestable
injusticia. Lo
legal no
siempre se
identifica con
lo justo, una
vez que el
Derecho
solamente se
define como
justo cuando
equivale a la
Ley Natural, en
los términos del
enfoque dado por
los Espíritus en
la citada
cuestión 614.
Transciende a
todas las
especulaciones y
creaciones de
naturaleza
política, social
o jurídica, está
inscrita en la
conciencia de
cada hombre, y
aunque todos
puedan
conocerla, no
todos la
comprenden: “Los
hombres de bien
y los que se
deciden a
investigarla son
los que mejor la
comprenden.
Todos, sin
embargo, la
comprenderán un
día, por cuanto
forzoso es que
el progreso se
efectúe” (op.
cit., cuestiones
621 y 619,
respectivamente).
Los hombres que
se deciden a
investigarla y a
aplicarla, tanto
en lo que se
refiere a la
vida particular
de cada uno,
como en lo que
concierne a su
vivencia en la
comunidad a que
pertenecen, son
aquellos que se
encuadrarían
entre los
estadistas
justos o más
capaces
referidos por
Platón. A ellos
cabría gobernar
el Estado, una
vez que se
situarían entre
los
reyes-filósofos
o sabios,
posición a que
llegarían por el
único camino
realmente capaz
de elevar y de
propiciar la
elevación moral
del ser humano:
el camino de la
educación.
Esos hombres
habrían
alcanzado la
cima en que se
sitúa el hombre
de bien, lo que
implica su
progreso real y
la elevación de
su Espíritu en
la jerarquía
espírita. Según
la cuestión 918,
“El Espíritu
prueba su
elevación,
cuando todos los
actos de su vida
corporal
representan la
práctica de la
ley de Dios y
cuando con
antelación
comprende la
vida
espiritual”. En
comentarios a
esa respuesta,
el Codificador
realzó:
“Verdaderamente,
hombre de bien
es el que
practica la ley
de justicia amor
y caridad, en su
mayor pureza. Si
interroga la
propia
conciencia sobre
los actos que
practicó,
preguntará si no
transgredió esa
ley, si no hizo
el mal, si hizo
todo el bien que
podía, si nadie
tiene motivos
para de él
quejarse,
finalmente se
hizo a los otros
lo que hube
deseado que le
hicieran”.
La sociedad del
tercer milenio
fue vislumbrada
por Platón
8. Al meditar de
la necesidad de
la vida social,
los Espíritus
afirmaron como
presupuestos
fundamentales de
la evolución
humana el
destino del
hombre para
vivir en
sociedad
(cuestión 766),
la agresión a la
ley de la
naturaleza que
significa el
aislamiento
absoluto, por
concursar
inclusive para
el obstáculo del
progreso
(cuestión 767),
y la absoluta
necesidad de la
convivencia
entre los
hombres, como
única forma
capaz de enseñar
el desarrollo de
sus facultades
(cuestión 768).
Utopía de lado,
la nueva
sociedad del
tercer milenio
fue vislumbrada
por el filósofo
griego en los
siguientes
términos: “La
ciudad perfecta
posee las cuatro
virtudes por
excelencia:
sabiduría,
coraje,
templanza y
justicia. La
sabiduría o buen
consejo para la
preservación de
la ciudad reside
en los
magistrados; el
coraje, opinión
recta y
disciplina sobre
lo que se debe
temer o no,
pertenencia a
los guerreros;
la templanza,
armonía y
sinfonía
voluntaria entre
las partes
superior e
inferior del
alma, sólo puede
ser en el alma
colectiva o en
la ciudad, un
mutuo y total
acuerdo entre
los gobernantes
y los
gobernados. El
resto es
justicia. Por lo
tanto, el
principio
esencial de la
República – cada
uno debe
permanecer en su
lugar y cumplir
la misión para
que nació. Es
este el
principio que
rige todas las
otras virtudes,
que mantienen el
gobernante
en su puesto de
vanguardia, el
soldado en la
lucha, el
zapatero en la
aguja – como
mercenario,
auxiliar o
guardia, si cada
uno ocupa su
puesto y cumple
su deber, la
justicia estará
realizada en la
ciudad”. (Robert
Baccou, op. cit.
Presentación.)
La evolución del
planeta, que lo
transformará en
mundo de
regeneración,
con la
predominancia
del bien sobre
el mal, excluye
la necesidad de
los guerreros en
la acepción
primitiva y
común de la
palabra, aún
porque la guerra
desaparecerá de
la faz de la
Tierra, “cuando
los hombres
comprendan la
justicia y
practiquen la
ley de Dios. En
esa época, todos
los pueblos
serán hermanos”
(op. cit.,
cuestión 743).
Pero el propio
Platón antevió
esa situación,
clasificándolos
como los
portadores de
coraje, opinión
recta y
disciplina,
delante de las
situaciones más
difíciles
y que exigen del
hombre esas tres
cualidades. La
Tierra aún irá a
convivir con
esas
situaciones,
aunque en escala
bien más pequeña
que aquella que
se observa
actualmente,
durante el
periodo en que,
progresivamente,
será operada su
cambio y su
elevación en la
jerarquía de los
mundos.
En verdad, todo
lo que el gran
pensador de la
antigüedad
enseñó y propuso
fue debidamente
retomado por el
buen sentido y
genialidad de
Kardec,
encuadrado por
los Espíritus
bajo la ótica
evangélica y
resumido por el
Codificador, ¡al
decir que la
misión del
Espiritismo es
hacer que todos
los hombres se
unan en torno a
la bandera de la
fraternidad!
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