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Consideraciones
sobre el
suicidio
Parte
2 y final
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A finales de la
primera parte de
este artículo
dijimos que en
este mundo, por
imposición del
poder religioso,
nos habituamos a
concebir el
funcionamiento
de la existencia
humana como un
viaje que
comienza en la
cuna y acaba
inapelablemente
en la tumba,
teniendo como
único bienestar
la esperanza de
que, tal vez,
¡si fuéramos
buenecitos y
libres de
pecados,
podremos ir para
el cielo!
Ahora, ser libre
de pecados es
juego perdido en
el nacimiento,
ya que el
concepto de
pecado es apenas
estructurado, y
el real
crecimiento se
prende, antes, y
obligatoriamente,
a ensayo y error
– ¡a aquel
mismo tipo de
mecanismo
simplista que
dice al niño que
no debe colocar
la mano en el
fuego para no
quemarse!
El ser humano
nace, entonces,
y pronto se
descubre, o
cargado
demasiado de
culpas para
alcanzar el
hipotético cielo
(¡ya que la
recompensa viene
siempre después,
sólo después, y
de modo alguno
en el aquí y
ahora!), y, por
lo tanto, ya
destinado al
limbo o al tal
infierno, o - se
disponga de un
espíritu más
lúcido y
sofisticado en
comprensión,
pero, por otro
lado, tan
perdido de
comprensión de
las realidades
mayores de la
Vida como
cualquier
religioso
ingenuo -
inmediatamente
se ve saturado
de un tedio
natural y
decurrente de la
situación de
quien está como
sellado dentro
de una caja de
zapatos
apretada, sin
salida, sin
alternativas. En
la riqueza o en
la pobreza, todo
lo que tiene en
mano es lo que
la fugaz
trayectoria en
este mundo
perdido en el
Cosmos ofrece:
sus limitaciones
humanas, sus
deseos no
satisfechos, sus
flaquezas y
alegrías
pasajeras, y sus
bienes, que
inmediatamente
pasarán a las
manos de otros,
cuando se de la
despedida de
este mundo...
Y entonces, a
veces, el
individuo, en el
intento de
suplir un vacío
que a él mismo
es
ininteligible,
subyugado por
descontado tipo
de
compulsiones...
va acumulando
más bienes, y
más, en los
casos en que la
riqueza material
lo favorece.
Sólo que eso no
llena el extraño
vacío. Así como
las teorías
acerca de sólo
una sola vida, y
el cielo y el
infierno, no
atienden a la
comprensión de
aquellos que,
meras marionetas
en la masa
poblacional en
el mundo, no
atinan con el
propósito mayor
de las cosas, y
con este
engranaje
aparentemente
arbitrario que
les gobierna las
vidas, tirándose
así, por
instinto,
vencidos, a la
mediocridad
alienante de la
lucha por la
supervivencia,
sin ni al menos
una parada para
la reflexión.
Les resta, por
lo tanto, el
cansancio
espiritual a
inspirarles,
vuelta y media,
el mismo tedio
avasallador que
a otros sugiere
la extraña falta
de sentido en
una existencia
confinada entre
las paredes de
la inmensa caja
que es este
mundo - nuestro
objetivo único,
según las
explicaciones
insuficientes
ventiladas por
los creadores de
la fe ciega.
¡La vida es
eterna! Y, en el
panorama
material, la
expresamos
dentro de
variadas
situaciones
Este, por lo
tanto, el
estrago supremo
en las
mentalidades de
todos los
últimos siglos
de un
oscurantismo de
orden
espiritual,
otorgado a pulso
de los intereses
de poder y de
manipulaciones
religiosas. Se
robó del ser
humano el
conocimiento
puro y simple de
un
mero mecanismo
evolutivo en la
jornada del
hombre rumbo a
la luces mayores
de la vida;
mecanismo, sin
embargo, donador
de libertad y de
una
auto-suficiencia
que nos enseña,
a través de las
lecciones de
nuestro propio
día a día, que
somos nosotros
los creadores,
en último
análisis, de
nuestros
destinos, y que
toda la
historia, en
función de eso,
posee
desdoblamientos,
siendo mucho más
vasta de lo que
sugiere el
pequeño enredo
de una sola vida
vivida en
nuestro tímido
mundo, diminuto
entre los
gigantes del
cielo estrellado
e infinito;
que no
necesitamos
desesperarnos,
porque la fuerza
y la capacidad
de superación de
las dificultades
en nuestro
aprendizaje
comienza y
termina en
nosotros mismos,
así como las
directrices de
lo que vendrá
después, en
consecuencia - y
no en algún dios
humanizado,
despótico
y arbitrario,
más aún que
nosotros lo
somos en
nuestras
limitaciones -
puniendo y
recompensando en
alguna situación
atemporal ajena
al presente,
según
contrariemos o
no sus
ininteligibles
caprichos; que,
finalmente, no
necesitamos
cometer la
idiotez de
dejarnos engañar
por el intento
vano de dar fin
al que, de sí,
no tiene fin: la
Vida, que ha de
latir en
nosotros y a
pesar de
nosotros, en
cualquiera
dimensiones
donde nos
encontraremos en
el transcurso de
nuestras
decisiones,
movidas o no por
desesperación, y
cobrándonos,
¡siempre y en
cualquier época,
posicionamiento
ante las
consecuencias de
nuestras
elecciones!
¡La vida es
eterna! Y, en el
panorama
material, la
expresamos
dentro de
variadas
situaciones y
papeles
desempeñados
ocasionalmente,
en medio a
nuestro infinito
recorrido
evolutivo. En
este menester,
creamos,
literalmente,
las causas más o
menos dramáticas
en nuestro
camino, por
intermedio del
uso de las
elecciones de
nuestro libre
albedrío, que -
¡sólo estas! -
atraen para
nosotros todo
tipo de
consecuencia
bien o mal
aventurada, ¡por
ley de efecto
respondiendo a
una causa, y por
nada más!
Es un concepto y
tanto en lo
tocante a la
responsabilidades
que nos caben en
cuanto a
nuestros propios
actos y
pensamientos, y
que, por eso
mismo, cobran
honda madurez
espiritual de
cada uno de
nosotros.
¡Porque pone un
basta definitivo
a ángeles, a
demonios y a un
tipo de
Dios despótico y
vengador que
nada más hace
que juzgarnos
durante todo el
tiempo! Es la
noción de una
libertad
ilimitada y
maravillosa que,
sin embargo,
como todo, cobra
su precio: el de
enfrentarse todo
sin
desfallecimientos,
ya que, aquí o
en cualquier
lugar,
nunca
encontraremos el
fin del túnel -
y haremos de la
vida exactamente
lo que queremos
que ella sea.
Suicidio
inconsciente fue
la causa de la
desencarnación
del autor del
libro Nuestro
Hogar
En Nuestro
Hogar, obra
psicografiada
por el añorado
Chico Xavier, y
que tuvo su
deslumbrante
versión
cinematográfica
el año pasado,
el autor
espiritual,
André Luiz -
¡vale repetir! -
relata sus
angustias,
vividas al ser
recibido como
suicida
inconsciente por
tutores y
médicos amables
y lúcidos en la
ciudad
espiritual,
después de un
demorado estadio
de sufrimiento
en los parajes
del umbral.
(1)
“ – Es de
lamentar que
haya venido por
el sucidio.
(...) Sentí que
singular asomo
de revuelta me
hervía en el
interior.
¿Suicidio?
Recordé las
acusaciones de
los seres
perversos de las
sombras. No
obstante el
caudal de
gratitud que
comenzaba a
acumular, no
callé la
incriminación.
- Creo que hay
engaño -
aseveré,
susceptible - Mi
regreso del
mundo no tuvo
esta causa.
Luché más de
cuarenta días,
en la Casa de
Salud,
intentando
vencer la
muerte.
Sufrí dos
operaciones
graves, debido a
una oclusión
intestinal...
- Sí -
esclareció el
médico (...) -,
pero la oclusión
se erradicaba en
causas profundas
(...) El
organismo
espiritual
presenta en sí
mismo la
historia
completa de las
acciones
practicadas en
el mundo (...)
La oclusión
derivaba de
elementos
cancerosos, y
estos, por su
parte, de
algunas
liviandades de
mi estimado
hermano, en el
campo de la
sífilis (...) Su
modo especial de
convivir, mucha
vez exasperado y
sombrío, captaba
destructoras
vibraciones en
aquellos que lo
oían. ¿Nunca
imaginó que la
cólera fuera
manantial de
fuerzas
negativas para
nosotros mismos?
(...)
(Obra citada,
pág. 32.)
Útil a cualquier
época que de
tiempo en tiempo
echemos mano de
estas vertientes
valiosas de
enseñanzas
venidas de la
espiritualidad
asistente a los
reencarnados,
para ponderar
acerca de
aspectos de
nuestro
comportamiento
de molde a que
tal vez, e
inadvertidamente,
mañana o después
nos veamos, para
nuestra
desagradable
sorpresa,
incluidos en el
cuadro
lamentable
descrito sin
temor por el
autor
desencarnado, de
la obra arriba
mencionada.
Además de la
explicación
destacada en el
extracto, el
médico de la
ciudad de las
dimensiones
invisibles a los
reencarnados aún
advierte André
Luiz sobre una
serie de otros
factores
cruciales a los
cuales no dio la
debida atención
mientras estaba
entretenido con
los aspectos de
la vida
material, y que
determinaron su
muerte precoz en
tal estado
íntimo precario.
La
despreocupación
en considerar la
vida de una
óptica más
válida,
acordándose de
la Autoría
Suprema de la
creación,
actitud que
naturalmente nos
evoca reverencia
y respeto por
todas las
manifestaciones
de vidas
circundantes -
por encima de
todo en nuestro
prójimo -
nutriéndose las
virtudes de la
tolerancia y de
la compasión,
que
espontáneamente
refuerzan los
vínculos de
amor.
La displicencia
con relación al
tabaco muchas
veces utiliza
alegaciones
cuestionables
La liviandad de
vivir con
hábitos
alimentarios y
de conducta
sobrias, sin el
celo exagerado
de placeres
autodestructivos
como el de la
bebida, del
tabaco, o de
cualquier
adicciones de
modo a provocar
desequilibrios
en el organismo
espiritual, a
partir del cual,
en verdad, se
enraízan las
desarmonías
vibratorias que
terminan por
desencadenar las
molestias más
graves, de orden
físico…
¡¿Cuántas veces,
inadvertidamente,
no nos
abandonamos a
ímpetus,
excesos, o a
hábitos
perjudicáis, en
primer lugar, a
nosotros mismos,
comprobando aún
aquí, y en corto
intervalo de
tiempo, los
resultados
desalentadores?!
Cuánta amargura
y rencor íntimo
alimentados en
proceso casi
inconsciente,
sin atender
debidamente que
tales emociones
vibran en patrón
tan pesado y
deletéreo que
las
repercusiones,
invariablemente,
alcanzan en
primer lugar
nuestro estado
de ánimo - y por
consiguiente el
desempeño
saludable del
sistema
inmunológico -
boqueándonos en
depresión
continua y en
adicciones
comportamentales
lamentables y
reincidentes,
¿como los de
quejarse
demasiado o
arengar
continuamente
con los de
nuestra
convivencia?
En cuantas
situaciones la
displicencia con
el tabaco, bajo
alegaciones
cuestionables:
“- ¡Mi abuelo
murió con
ochenta y cinco
años y fumó toda
la vida entera!"
- olvidándose
convenientemente
que el mismo
abuelo podría
tal vez haber
usufructuado una
sobrevida de más
de
cinco o diez
años, si no
fuera por el
hábito lúgubre
de intoxicación
del delicado
aparato
respiratorio con
lo que
visualmente, en
exámenes
cuidados, nos
revelan
resultados en
forma de
residuos de lama
que, si fuese
antevisto a la
adicción
indeseable,
ciertamente
lanzarían al
fumador en dudas
sinceras sobre
lo de ensuciar
de esta forma
agresiva el
cuerpo, ¿de cuyo
equilibrio y
salubridad
depende todo el
repertorio de la
calidad de vida
que sostendrá
durante su
periodo de vida?
¿Cuántas
adicciones
degradantes y de
repercusiones
futuras
desesperantes no
empiezan con la
impensada
primera dosis?
¿Cuántas
actitudes apenas
sopesadas, y
tenidas en
cuenta del
contexto común
de lo cotidiano
agitado de las
poblaciones, no
van a
desencadenar un
crecimiento de
otros episodios
que habrán de
escapar por
completo del
control, con
resultados
infelices de
dimensiones
inimaginables a
corto o medio
plazo?
El suicidio
inconsciente se
construye en el
proceso
paulatino, día a
día, gota a gota
Cuántas intrigas
por la adicción
del mal uso de
la palabra
contra el
semejante;
cuántos embates
familiares que
destruyen
diariamente el
sosiego íntimo
de personas que
en poco tiempo,
y sin atinar con
las causas
atraídas por las
leyes
energéticas de
la sintonía, se
ven lanzadas a
síntomas
insidiosos y de
difícil
solución: en
jaquecas
repetidas,
dolores
diversos,
descontrol
nervioso, mal
funcionamiento
intestinal,
males cardíacos,
finalmente, todo
un cortejo de
molestias que,
más que
supuestamente
determinadas por
los factores
conectados a la
deficiencias
recurrentes de
la calidad de
vida del mundo
actual, con sus
sobresaltos,
ansiedades,
cuestionables
patrones
alimentarios y
de consumo, se
fundamentan, en
gran suma, en
hábitos
adoptados, por
invigilancia,
¡antes de todo
por nosotros
mismos!
Es recurrente
que individuos
habituados a
gastar más de la
mitad del tiempo
hablando y
atemorizándose
acerca de
enfermedades y
fatalidades
acaben siendo
víctimas
exactamente por
aquellos mismos
fantasmas que
aterran su
universo mental.
Quién habla
demasiado
de dolores,
inconscientemente
atraviesa los
días dentro de
consultorios
médicos detrás
de terapias y de
tratamientos
para un inmenso
cortejo de
dolores; los que
oscilan
repetidamente
para
acontecimientos
drásticos,
sorprendentemente
vuelta y media
nos llegan con
noticias de
fatalidades y de
actos pungentes
de los cuales se
vuelven
víctimas. Para
ejemplo,
mencionamos el
caso de una
señora de
nuestro círculo
personal de
amistades que,
después de
largos años
temiendo
accidentes en
autobuses,
recelo que
proclamaba en
verso y prosa en
cada
conversación con
conocidos, casi
todo el día,
terminó por
sufrir un
accidente dentro
de uno de esos
colectivos,
saliendo del
episodio con
varias heridas.
El suicidio
inconsciente,
del que podemos
aprender de la
enseñanza
valiosa de los
mentores de la
invisibilidad y
de la
observación
ofrecida por
nuestras
vivencias, se
construye en
proceso
paulatino, gota
a gota.
Oportuno, por lo
tanto, que la
cuestión sea
examinada a
tiempo y sin
temor
por cada uno de
nosotros,
porque, en
siendo así,
nunca será tarde
para el
auto-examen que
nos prevenga de
incurrir en el
perfil
indeseable
descrito por
André Luiz, en
la obra
esclarecida de
los requisitos
íntimos
fundamentales a
que aportemos,
mañana o
después,
en las colonias
o estancias de
las dimensiones
inmateriales,
para la
continuidad de
un aprendizaje,
tanto como sea
posible,
orientado por
bases saludables
adquiridas
durante nuestras
vivencias más
recientes - y no
como réprobos de
nosotros mismos,
por el
envilecimiento
voluntario del
precioso don de
la Vida.
(1)
Umbral – esfera
espiritual
próxima a la
superficie, de
baja condición
vibratoria.
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