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Era una vez un pavito
que vivía en una
hacienda muy bonita,
pero extremadamente
orgulloso y vanidoso de
su imagen.
Lalau, el pavito, vivía
exhibiéndose y haciendo
poco caso de los otros
habitantes de la
hacienda.
Cuando la gallina rojiza
decía: — ¡Lalau, ven a
ayudarme a cargar ese
maíz!
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— ¡No puedo! ¡Voy a
ensuciarme! ¿Tú no ves
como soy bonito? — él
respondía pavoneándose
todo.
Cuando el patito lo
invitaba para jugar, él
decía:
— No voy. ¡No quiero
estropear mi ropa!
Cuando el cerdito lo
llamaba para jugar a
esconderse, él
respondía mal educado:
— ¿Tú no te ves?? ¡No
juego con cerdos!
A nadie le gustaba él.
La lechuza, que era muy
sabida, siempre
aconsejaba:
— Lalau, un día tú vas a
arrepentirte. ¡Tenemos
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que tener amigos
y ayudar a los
otros, pero tú
sólo piensas en
ti mismo!... |
Un bello día, Lalau no
vio una cáscara de
banana y tuvo una caída
enorme. ¿Y saben dónde
él fue a caer? ¡Dentro
de un gran pozo de
barro!
Todos se reían de él y
nadie fue a ayudarlo a
levantarse.
— Ved como el Lalau
quedó todo sucio. ¿Donde
está su belleza? —dijo
la vaca.
Lalau lloraba de rabia,
tristeza y humillación.
Todo mojado y lleno de
barro, sus lindas plumas
coloreadas quedaron
horribles.
Avergonzado, él protesto
para su madre, llorando:
— Todos están burlándose
de mí. ¡A nadie le
gusto!
Y la madre decidió
aprovechar el momento
para decirle la verdad:
— ¿Estás viendo, Lalau,
como es duro no tener
amigos? Fuiste tú quien
lo quiso así, hijo mío.
Siempre fuiste
orgulloso, egoísta y
vanidoso. Plantantes y
ahora estás cogiendo los
resultados de tu
comportamiento.
Lalau bajó la cabeza,
reconociendo que su
madre tenía la razón.
Pero los amiguitos, que
en verdad tenían pena
por él, se aproximaron y
el conejito gentilmente
le extendió la pata:
— Lalau, ¿vamos a ser
amigos?
El pavito aceptó el
generoso ofrecimiento
muy feliz. Y, desde ese
día en adelante, él
buscó modificarse.
Cuando alguien pedía su
ayuda, él decía:
— Pues cómo no. ¡Con
mucho gusto!
Cuando los amiguitos lo
llamaban para jugar, él
iba todo satisfecho.
Así también ocurre con
nosotros. Cada uno coge
lo que planta. Para
tener amigos es preciso
que sepamos esparcir
amistad a nuestro
alrededor.
Si fuéramos buenos,
ayudemos a los otros,
estemos siempre alegres
y bien humorados, todos
a nuestro alrededor
también quedarán
felices, y nosotros nos
sentiremos satisfechos y
en paz.
TIA CÉLIA
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