Nelinho vio, caminando
por las calles de la
ciudad, a un grupo de
muchachos mucho más
mayores que él, cuya
apariencia le llamó la
atención. Eran calvos y
andaban vestidos de
negro, cubiertos de
cadenas y metales,
pendientes y piercings.
Más que la apariencia
física de ellos, le
llamó la atención la
actitud de
determinación, de
coraje. Mantenían las
cabezas erguidas, como
si no temieran nada, ni
a nadie.
Aquel grupo encantó a
Nelinho, que atravesaba
problemas en la escuela
por creer que los
compañeros no gustaban
de él y no lo
respetaban. Entonces,
resolvió que sería cómo
ellos. Iba a imponer
respeto a todos los
compañeros.
Así, al entrar en casa,
pidió:
— Mamá, yo necesito
comprar algunas cosas
para la escuela. ¿Puedes
darme el dinero que el
abuelo me dio y que tú
guardaste?
La madre solícita,
respondió:
— ¡Claro, hijo mío!
¿Pero puedo saber lo que
vas a comprar?
— Es secreto. Después te
cuento.
— Está bien, Nelinho —
concordó la madre,
cogiendo el dinero y
entregándoselo al hijo.
Contento, él dio las
gracias y salió. Volvió
un tiempo después con
algunas bolsas y fue
para su cuarto. La madre
lo vio llegar con los
paquetes, pero no dijo
nada.
Una hora después Nelinho
apareció en la sala. ¡La
madre casi se desmayó
del susto!
— ¡¿Qué es eso, hijo
mío?!...
— ¿Te gusta, mamá? Es
así que me voy a vestir
de hoy en adelante.
Ella miró al niño sin
poder creer en lo que
estaba viendo: Nelinho
tenía rapada la cabeza,
que estaba sangrando,
llena de pequeños
cortes; estaba todo
vestido de negro, con
cinturón de cadenas de
metal y en las orejas
tenía pendientes.
La madre cayó sentada en
un sillón, perpleja, y
mal consiguió balbucear:
— ¿Por qué... por qué
eso, hijo mío?
Y el chico, abriendo los
brazos, explicó:
— ¡Ah, mamá! ¡En la
escuela los compañeros
no me respetan! Hacen
poco caso de mí y se
ríen de mi aspecto.
¡Ahora ellos van a tener
que respetarme!...
Todo lo que él decía
venía acompañado de
palabrotas. Horrorizada
— pues el hijo siempre
fue un buen niño —, ella
pensaba qué hacer para
convencerlo de que no
era el cambio de la ropa
o de las palabras que
haría a sus compañeros
que gustasen más de él.
Nelinho fue para la
escuela todo orgulloso
de las ropas nuevas y
del cambio de actitud.
La madre, aún en chock,
continuó pensando en el
problema hasta que,
finalmente, tomó una
decisión.
Más tarde, el padre y la
hermana más mayor de
Nelinho llegaron a casa
y, al verlo, quedaron
igualmente asustados,
pero la madre les hizo
una señal y actuó con
naturalidad.
Había preparado la cena
como siempre. En aquella
tarde había hecho una
sopa de legumbres, que
todos apreciaban. Cuando
la colocó en la mesa,
todos reaccionaron, al
comentario de Nelinho
que estaba hambriento:
|
— ¡Mamá! ¿Qué es eso?
¡El olor no está
bueno!...
— ¡Está diferente!... —
dijo la hermana con un
gesto.
El padre permaneció
callado, aunque tampoco
le hubiese gustado. Con
tranquilidad la madre
aclaró:
— Nelinho decidí dar a
las personas lo que
tiene de peor: en las
ropas, en el
comportamiento, en las
|
palabras.
Entonces, decidí
que podemos
también
alimentar
nuestro cuerpo
con alimentos no
tan gustosos
como tenemos
siempre. |
— ¡Por favor, mamá! ¡No
quiero tomar esta
sopa!...
— Pero tú decidiste dar
lo peor de sí a las
personas, hijo mío. ¡A
comenzar por las
palabrotas que ahora
estás usando! Entonces,
creí que iba a gustarte
si nuestra cena
acompañara tu nuevo modo
de ser.
El niño pensó un poco y,
avergonzado, acabó por
confesar:
— Mamá, tienes razón.
Hoy, en la escuela, los
compañeros se burlaron
de mí, se rieron de mis
ropas y de mi aspecto,
diciendo que les gustaba
cómo yo era
antes.
Él pasó la mano por la
cabeza, forzado, y
consideró:
— En cuanto a las ropas
y a los pendientes, es
sólo quitarlos. ¡Pero no
sé lo que voy a hacer
ahora que estoy
calvo!...
La madre lo abrazó con
cariño, consolándolo:
— Eso es lo de menos,
hijo mío. ¡Los cabellos
crecen rápido! Esa
lección, sin embargo, es
importante para que tú
entiendas que existen
cosas y actitudes que no
vamos a poder cambiar
tan fácilmente y, si lo
hiciéramos, tendremos
que sufrir las
consecuencias. Por eso,
nuestras decisiones
deben ser bien pensadas.
El niño sonrió
admitiendo:
— Yo sé, mamá. Más todo
eso sirvió para que yo
entendiera que a mis
compañeros les gusto,
sí. ¡Yo es que no sabía
eso!...
Felizmente la situación
fue resuelta, pero
aquella sopa mala, sin
sabor, continuaba sobre
la mesa y estaban todos
con hambre. La madre
sonrió mirando a los
seres queridos y los
calmó:
— No os preocupeis. Todo
está bajo control.
Auxiliada por la hija,
ella retiró los platos
de la mesa, llevándolos
para la cocina. Después,
volvió con un lindo
rollo de carne salada
que ella había preparado
y guardado en el horno.
Como era hábito,
pidieron las bendiciones
de Jesús para la cena
que tenían en la mesa y,
con sonrisa satisfecha,
se pusieron a comer.
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Nelinho respiró
aliviado. Gracias a
Dios, todo estaba bien
de nuevo. Nunca más iba
a olvidar aquel día ni
la lección, que con
seguridad recordaría
toda la vida.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, Rolândia-PR,
em 17/10/2011.)
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