Continuamos con el
Estudio Metódico del
Pentateuco Kardeciano,
que focalizará las cinco
principales obras de la
Doctrina Espírita, en el
orden en que fueron
inicialmente publicadas
por Allan Kardec, el
Codificador del
Espiritismo.
Las
respuestas a las
preguntas presentadas,
fundamentadas en la 76ª
edición publicada por la
FEB, basadas en la
traducción de Guillon
Ribeiro, se encuentran
al final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Puede
el futuro ser revelado
al hombre?
¿Por qué?
B. Kardec
resume la pregunta sobre
el libre albedrío
explicando que existe
diferencia en el
ejercicio de esa
facultad, estemos
encarnados o no. ¿En que
consiste el libre
albedrío cuando estamos
en la erraticidad?
C. Según
Kardec, ¿en qué consiste
el libre albedrío cuando
estamos encarnados?
D. ¿Qué
es justicia y cuál es su
fundamento según la ley
natural?
E. Se
sabe que el derecho de
vivir es el primero de
los derechos naturales
del hombre. ¿Tiene
además el derecho de
acumular bienes que le
permitan reposar cuando
no pueda trabajar más?
Texto para la lectura
508. La
expresión “Nacer con
buena estrella” viene de
una antigua
superstición, que
relacionaba a las
estrellas con el destino
del hombre. Alegoría que
algunas personas cometen
la tontería de tomar al
pie de la letra.
(L.E., 867)
509. Si
el futuro debe
permanecer oculto, ¿por
qué Dios permite que sea
revelado en algunas
ocasiones? Dios lo
permite cuando el
conocimiento anticipado
del futuro facilita la
ejecución de algo, en
vez de estorbar. A
menudo, también es una
prueba. La perspectiva
de un acontecimiento
puede sugerir
pensamientos más o menos
buenos. Si un hombre
llega a saber, por
ejemplo, que recibirá
una herencia con la que
no contaba, puede
suceder que esa
revelación en él
despierte el sentimiento
de codicia, deseando tal
vez, hasta la muerte de
aquél a quien heredará.
O, por el contrario, esa
perspectiva le inspirará
buenos sentimientos y
pensamientos generosos.
Si la predicción no se
cumple, allí está otra
prueba, que consiste en
la manera como soportará
la decepción. Pero no
por ello dejará de tener
el mérito o demérito de
los pensamientos buenos
o malos que la creencia
en la ocurrencia de
aquél hecho le hizo
nacer en lo íntimo.
(L.E.,
870)
510.
Puesto que Dios lo sabe
todo, no ignora si un
hombre sucumbirá o no en
determinada prueba.
Entonces, ¿cuál es la
necesidad de esa prueba,
ya que nada agregará a
lo que Dios ya sabe
sobre esa persona?
Formular tal pregunta
equivale a preguntar por
qué no creó Dios al
hombre perfecto y
terminado, y por qué
pasa el hombre por la
infancia, antes de
llegar a la condición de
adulto. La prueba no
tiene como objetivo
esclarecer a Dios sobre
el hombre, pues Dios
sabe perfectamente lo
que éste vale, sino dar
al hombre toda la
responsabilidad de su
acción, puesto que tiene
la libertad de hacer o
no hacer. Dotado de la
facultad de elegir entre
el bien y el mal, la
prueba tiene por efecto
ponerlo en lucha con las
tentaciones del mal y
conferirle todo el
mérito de la
resistencia. Ahora bien,
sabiendo de antemano si
saldrá bien o no, Dios
no puede, en su
justicia, castigar ni
recompensar por un acto
que todavía no se ha
realizado. (L.E., 871)
511. Lo
mismo sucede entre los
hombres. Por muy capaz
que sea un estudiante,
por grande que sea la
certeza de que alcanzará
el éxito, nadie le
confiere grado alguno
sin un examen, es decir,
sin pasar una prueba.
(…) Cuanto más se
reflexione sobre las
consecuencias que
tendría para el hombre
el conocimiento del
futuro, mejor se ve cuan
sabia fue la Providencia
en ocultarlo. La certeza
de un acontecimiento
dichoso lo conduciría a
la inacción. La de un
acontecimiento infeliz
lo sumiría en el
desánimo. En ambos
casos, sus fuerzas
quedarían paralizadas.
De allí que sólo le es
mostrado el futuro como
meta que debe
alcanzar por sus
esfuerzos, pero
ignorando los procesos
por los que tendrá que
pasar para lograrlo.
(L.E., 871, comentario
de Kardec)
512. Sin
el libre albedrío, el
hombre no tendría ni
culpa por practicar el
mal ni mérito en
practicar el bien.
(L.E.,
872)
513. La
fatalidad, tal como es
entendida comúnmente,
supone la decisión
anticipada e irrevocable
de todos los sucesos de
la vida, cualquiera que
sea su importancia. Si
así fuese el orden de
las cosas, el hombre
sería una máquina sin
voluntad. (…) Semejante
doctrina, si fuera
verdadera, supondría la
destrucción de toda
libertad moral; ya no
habría responsabilidad
para el hombre y, por
consiguiente ni bien ni
mal, delitos o virtudes.
(L.E., 872)
514. Sin
embargo, la fatalidad no
es una palabra vana.
Existe en la posición
que el hombre ocupa en
la Tierra y en las
funciones que allí
desempeña, como
consecuencia del género
de vida que su Espíritu
escogió como prueba,
expiación o misión.
Sufre fatalmente todas
las vicisitudes de esa
existencia y todas las
tendencias buenas o
malas que le son
inherentes. Pero allí
termina la fatalidad,
pues de su voluntad
depende ceder o no a
esas tendencias. Los
pormenores de los
acontecimientos quedan
subordinados a las
circunstancias que él
mismo crea por sus
actos, siendo que en
esas circunstancias los
Espíritus pueden influir
por medio de los
pensamientos que le
sugieren. (L.E., 872)
515.
Existe fatalidad, por lo
tanto, en los
acontecimientos que se
presentan, por ser éstos
consecuencia de la
elección que el Espíritu
hizo de su existencia
como hombre. Puede dejar
de haber fatalidad en el
resultado de tales
acontecimientos, puesto
que es posible para el
hombre modificar su
curso por su prudencia.
Nunca hay fatalidad en
los actos de la vida
moral.
(L.E., 872)
516. Es
en lo que concierne a la
muerte, que el hombre se
encuentra sometido,
absolutamente, a la
inexorable ley de la
fatalidad; por eso es
que no puede escapar a
la sentencia que le
marca el término de la
existencia, ni al género
de muerte que cortará
este hilo. (L.E., 872)
517. El
sentimiento de justicia
está de tal manera en la
naturaleza, que os
rebeláis ante la simple
idea de una injusticia.
Queda fuera de dudas que
el progreso moral
desarrolla ese
sentimiento, pero no lo
origina. Dios lo puso en
el corazón del hombre.
(L.E., 873)
518. Los
derechos humanos son
determinados por dos
leyes: la ley humana y
la ley natural. Las
leyes formuladas por los
hombres son apropiadas a
sus costumbres y
caracteres, y por eso
establecen derechos que
cambian con el progreso
de los conocimientos, no
siempre conformes con la
justicia verdadera.
Además, ese derecho
regula sólo algunas
relaciones sociales,
mientras que en la vida
privada hay una
inmensidad de actos que
son únicamente de la
competencia del tribunal
de la conciencia. (L.E.,
875-a)
519. El
criterio de la verdadera
justicia está en querer
cada uno para los demás
lo que se desea para sí
mismo, y no en querer
para uno mismo lo que se
desea para los otros,
que no es lo mismo. La
sublimidad de la
religión cristiana
consistió en tomar el
derecho personal como
base del derecho del
prójimo. (L.E., 876,
comentario de Kardec)
520. De
la necesidad de vivir en
sociedad nace para el
hombre la obligación de
respetar los derechos de
sus semejantes. Aquél
que respeta esos
derechos procederá
siempre con justicia. En
este mundo, sin embargo,
la mayoría de los
hombres no practica la
ley de justicia: cada
uno hace uso de
represalias. Esa es la
causa de la perturbación
y de la confusión en que
viven las sociedades
humanas.
(L.E.,
877)
521. El
límite del derecho de
una persona llega hasta
el límite del derecho
que, con relación a sí
mismo, reconoce a su
semejante, en idénticas
circunstancias y
recíprocamente.
(L.E.,
878)
522. Los
derechos naturales son
los mismos para todos
los hombres, desde los
de condición más humilde
hasta los de posición
más elevada. Dios no
hizo a unos con un barro
más puro que el que usó
para hacer a los demás,
y todos a sus ojos son
iguales. Esos derechos
son eternos. Los que el
hombre estableció
perecen con sus
instituciones. (L.E.,
878-a)
523. El
hombre que practicase la
justicia en toda su
pureza sería ejemplo del
verdadero justo, como
Jesús, ya que
practicaría también el
amor al prójimo y la
caridad, sin los cuales
no existe verdadera
justicia.
(L.E., 879)
524. Todo
lo que el hombre reúne
por medio del trabajo
honrado, constituye su
legítima propiedad, a la
que tiene derecho de
defender, porque la
propiedad que resulta
del trabajo es un
derecho natural, tan
sagrado como el de
trabajar y el de vivir.
(L.E., 882, comentario
de Kardec)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Puede
el futuro ser revelado
al hombre? ¿Por qué?
En
principio, el futuro es
ocultado al hombre, y
sólo en casos raros y
excepcionales Dios
permite que le sea
revelado. La razón de
ello es que – si el
hombre conociese el
futuro - descuidaría el
presente y no obraría
con la libertad con que
lo hace, porque le
dominaría la idea de que
si una cosa tiene que
suceder, sería inútil
ocuparse de ella, o si
no trataría de impedir
que sucediese. Dios no
quiso que fuera así a
fin de que cada uno
coopere en la
realización de las
cosas, incluso de
aquellas a las que
desearía oponerse.
(El Libro
de los Espíritus,
preguntas 868 y 869.)
B. Kardec
resume la pregunta sobre
el libre albedrío
explicando que existe
diferencia en el
ejercicio de esa
facultad, estemos
encarnados o no. ¿En que
consiste el libre
albedrío cuando estamos
en la erraticidad?
El libre
albedrío, cuando el
individuo está
desencarnado, consiste
en la elección de la
existencia y de las
pruebas por las que
habrá que pasar.
Desprendido de la
materia y en el estado
de erraticidad, el
Espíritu procede a la
elección de sus futuras
existencias corporales
de acuerdo al grado de
perfección a que haya
llegado y en esto
consiste, sobre todo, su
libre albedrío.
(Obra
citada, pregunta 872.)
C. Según
Kardec, ¿en qué consiste
el libre albedrío cuando
estamos encarnados?
Cuando el
individuo se encuentra
encarnado, el libre
albedrío consiste en la
facultad que él tiene de
ceder o de resistir a
las atracciones a las
que voluntariamente se
somete. Si cede a la
influencia de la
materia, sucumbe en las
pruebas que él mismo
eligió. Para tener quien
lo ayude a vencerlas, le
es concedido invocar la
asistencia de Dios y de
los Espíritus buenos.
(Obra
citada, pregunta 872.)
D. ¿Qué
es justicia y cuál es su
fundamento según la ley
natural?
La
justicia consiste en que
cada uno respete los
derechos de los demás.
Dos cosas determinan
esos derechos: la ley
humana y la ley natural.
Dejando a un lado el
derecho que la ley
humana consagra, la base
de la justicia según la
ley natural está
expresada en las
siguientes palabras de
Cristo: Quiera cada uno
para los demás lo que
quiere para sí mismo.
(Obra
citada, preguntas 875 y
876.)
E. Se
sabe que el derecho de
vivir es el primero de
los derechos naturales
del hombre. ¿Tiene
además el derecho de
acumular bienes que le
permitan reposar cuando
no pueda trabajar más?
Sí, pero
debe hacerlo en familia,
como la abeja, por medio
de un trabajo honrado y
no como el egoísta.
Incluso hay animales que
le dan el ejemplo de la
previsión. Lo que por
medio del trabajo
honrado reúne el hombre,
constituye su propiedad
legítima, a la que tiene
derecho de defender,
porque la propiedad que
resulta del trabajo es
un derecho natural, tan
sagrado como el de
trabajar y de vivir.
(Obra citada, preguntas
880 y 881.)
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