En aquella tarde, la
familia reunida para el
Evangelio en el Hogar,
el tema fue: Caridad. El
texto evangélico hablaba
que debemos amar a todos
como hermanos, y que la
mejor manera de hacer
eso era practicando el
bien al prójimo, es
decir, la caridad.
Eduardo fue a dormir con
mil proyectos en la
cabecita. A la mañana
siguiente, él se levantó
decidido a cambiar de
comportamiento.
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A camino de la escuela,
Eduardo vio a dos chicos
peleando. Eran sus
vecinos y él entró en
medio de la pelea
deseando separarlos y
acabó llevándose un
pisotón. Un poco más
adelante, vio un perro
enterrando un hueso y
quiso ayudarlo; el perro
avanzó y le arañó el
brazo. Desistiendo, fue
para la escuela sucio de
tierra. Al verlo, la
profesora le preguntó si
se había peleado. |
El niño le explicó todo
lo que había ocurrido,
mientras los compañeros
se rían de él.
En el recreo, Eduardo
comía su sandwich,
cuando vio a Isabel
tirando de los cabellos
de Belinha, lo que
provocó un
enfrentamiento. Él
corrió para allá e
intentó apartarlas.
— ¡No pelearos!
¡Vosotras siempre
fuisteis amigas!
Al oírlo, ellas estaban
enfadadas, e Isabel dijo
que él no tenía nada que
ver con eso.
— ¡Tiene razón, Isabel!
El problema es nuestro.
¡Además de eso, Eduardo,
el otro día mismo tú
estabas peleando! ¿Ahora
quieres darnos lección
de moral? — completó
Belinha.
Molesto, el niño
respondió que sólo
quería ayudar y se alejó
con la cabeza baja.
Cuando terminó la clase,
Eduardo salió con dos
amigos, que hacían el
mismo trayecto. Uno de
ellos, irritado,
protestaba por todo: de
la escuela, de la
profesora, de los
deberes, de los
compañeros y hasta de la
familia. El otro también
comentaba pesimista:
— Tienes razón. Nadie
presta nada. Por eso
este mundo está perdido
— afirmaba, ciertamente
repitiendo lo que había
oído en casa.
Eduardo, que oía
callado, no aguantó más:
— ¡Que cosa fea! ¡No
pueden hablar de ese
modo de todo el mundo,
especialmente de la
familia!
Los niños intercambiaron
una mirada y después se
volvieron contra
Eduardo:
— ¡Gracioso! El otro día
mismo estabas
protestando de tus
hermanos!
Él bajó la cabeza,
avergonzado. Realmente,
había peleado con sus
dos hermanos y
estuvieron días sin
hablarse. Y siempre que
podía, él hablaba mal de
los hermanos a los
amigos.
Llegando a casa, Eduardo
estaba triste. Su
proyecto de ayudar a los
otros no había
funcionado. Dejó la
mochila en la sala y fue
para el patio. Era un
rincón predilecto entre
dos árboles donde se
quedaba cuando quería
pensar.
Su vecina Letícia, al
verlo por la cerca, dio
la vuelta y fue a hablar
con él.
— Hola, Eduardo! ¿Estás
molesto?
— ¡No me molestes! No
estoy bien para charla
hoy — respondió mal
educado. Después, viendo
la carinha triste de
ella, explicó: — Es que
todo lo que intenté
hacer de bueno hoy fue
equivocado. ¡Quería
ayudar a las personas y
ellas no aceptaron!
— ¡Ah! ¡Tal vez ellas no
quisieran ser ayudadas!
Como tú hiciste conmigo
ahora. Te vi triste y
vine a animarte, pero tú
me trataste mal — habló
la chica.
— Puede ser. Discúlpame,
Letícia.
Letícia oyó a la madre
llamarla y se fue.
Eduardo decidió entrar
en casa, sintiéndose
peor. La madre estaba en
la cocina y abrazó al
hijo con ternura.
— ¿Por qué estás así,
hijo mío?
El niño respondió con
los ojos húmedos:
— Porque nada salió bien
hoy, mamá. Aprendí en el
Evangelio en el Hogar
que debemos ayudar a los
otros, pero no lo
conseguí. Y aún molesté
a Letícia que nada tenía
que ver con la historia.
Y él contó a la madre
todo lo que había
ocurrido aquel día. La
señora pensó un poco y
después, con delicadeza,
consideró:
— Hijo mío, para dar un
consejo, intentando
ayudar a las personas,
no basta buena voluntad.
Es necesario antes dar
el ejemplo. De lo
contrario, ocurre como
tú viste hoy: ¡las
palabras no parecen
verdaderas, suenan
falsas, y nadie cree!
— Tienes razón, mamá.
¡Pero yo aún quiero
ayudar a las personas!
— Ese es un excelente
propósito, hijo.
Entonces, busca mejorar
tu comportamiento,
actuar siempre para el
bien, y lo conseguirás.
Mirando por la puerta de
la cocina abierta, que
daba para ver el huerto,
la madre habló:
— ¡Mira, hijo mío!
Observa la pequeña cerca
de madera donde tu
hermano está hablando
con el vecino. ¿Qué ves?
— ¡Una cerca de
madera!...
— Observa mejor. En
espacios regulares,
entre las tablas más
finas y estrechas,
existen pilares que dan
sustentación al
conjunto. Entonces,
Eduardo, quien ya tiene
el Evangelio de Jesús en
la mente y en el corazón
debe transformarse en
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pilar a la vida
de otras
personas por el
ejemplo. Hay
mucha gente que
necesita de
ayuda, de
socorro, de
información. |
— ¡Madre, tengo unos
compañeros en la escuela
que quieren destruir
todo! ¿Puedo mostrarles
a ellos que debemos
conservar lo que es de
uso de todos, no es? —
acordó con entusiasmo.
— Eso mismo, hijo mío.
¿Y delante de los
indisciplinados, que no
obedecen a la profesora?
— Mostrar que debemos
ser disciplinados y
obedientes en la clase;
finalmente, la profesora
está allí para
enseñarnos — respondió
después de pensar un
poco.
— ¡Muy bien! ¿Y delante
de los pesimistas, que
nada ven de bueno,
viendo todo negro?
— Bien. Creo que debemos
mostrarles que el mundo
es lindo y que Dios nos
ampara siempre.
¡Finalmente, encenderles
el optimismo y la
esperanza en el corazón!
La mamá abrazó al hijo,
contenta, y concluyó:
— Tú entendiste bien,
Eduardo. Pero no te
olvides que sólo a
través de nuestras
acciones dirigidas para
el bien podemos hacer
eso.
— ¡Con nuestro ejemplo!
¡Mamá, yo quiero ser un
pilar para las personas!
En aquel momento la
madre tuvo certeza de
que su hijo estaba en el
camino correcto y
mentalmente agradeció a
Dios.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
14/11/2011.)
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