¿Por qué es tan
difícil
transformarnos?
Un conocido
cofrade, en
seminario que
fue llevado a
cabo años atrás
en Balneário
Camboriú,
propuso al
público presente
la siguiente
cuestión: - ¿Por
qué, como nadie
ignora, el
progreso
intelectual se
efectúa de modo
más rápido que
el progreso
moral?
La veracidad del
contenido de la
pregunta es
incontestable.
Un joven
totalmente
ignorante de las
leyes que rigen
determinada
ciencia
consigue,
después de cinco
o seis años en
una facultad,
dominar buena
parte de los
secretos de esa
o de aquella
asignatura,
tornándose, en
un tiempo
relativamente
corto, un
profesional
respetado de
medicina, de
ingeniería o de
derecho.
Paralelamente a
eso, existen
personas que
guardan en su
corazón
disgustos
profundos por
algo que les
ocurrió 20,30,
40 años atrás.
Si eran celosas
en la juventud,
continúan
celosas, si eran
aficionadas al
dinero, su
afición a la
materia aún
persiste, y tal
comportamiento
se repite en las
diversas
manifestaciones
que se presentan
a la criatura
humana a lo
largo de la
vida.
En nuestro medio
existe algo que
es por demás
conocido y
tanto mal ha
hecho a las
personas y a
las
instituciones
espiritas.
Hablamos de los
melindres, esa
facilidad de
ofenderse que
muchas personas
de las más
diferentes
edades y clases
sociales
presentan.
Es evidente que
nadie tiene
melindres porque
quiere. En
muchos casos, es
probable que el
individuo
gustaría de
comportarse de
manera
diferente, sin
importarse con
el hecho que lo
ofendió. Pero la
tendencia para
melindrearse –
resultado del
nivel evolutivo
en que se
encuentra – es
más fuerte.
En el seminario
a que
inicialmente nos
referimos el
público emitió
opiniones
diversas como
respuesta a la
cuestión
presentada.
De una manera
general, el
pensamiento más
común es que
aprender una
nueva asignatura
es más fácil que
educar los
sentimientos, lo
que explicaría
aquello que
todos vemos en
el planeta
Tierra, que nos
ofrece a cada
día ideas
inventivas e
innovaciones
tecnológicas
extraordinarias
y, no obstante,
no ha sido capaz
de erradicar de
su faz la
guerra, la
corrupción y
muchas de las
mancillas
morales que la
Iglesia
relacionó como
siendo los
llamados siete
pecados
capitales – la
codicia, la
lujuria y la
ira, para
mencionar sólo
algunos de
ellos.
Oídas las
diferentes
opiniones, el
conferenciante
examinó el
problema
propuesto y sus
varios matices
y, concluyendo,
afirmó que el
principal factor
que determina la
lentitud del
progreso moral
tiene sido no
darnos a él la
importancia que
él merece.
Recordó entonces
que muchos
padres suelen
matricular los
hijos en las
mejores
escuelas, con el
objetivo a un
futuro próspero
en una facultad
importante, pero
no encuentran
tiempo de orar
con ellos, de
orientarlos y
mismo de
llevarlos a las
escuelas de
moral cristiana
que las iglesias
y las casas
espiritas
ofrecen
gratuitamente.
Es evidente que
solamente ese
hecho no es
suficiente para
determinar la
transformación
moral de una
persona, porque
mismo entre los
llamados
religiosos,
espiritas o no,
el problema de
los melindres y
muchas de las
mancillas
mencionadas
también se
averiguan; pero
preocuparse con
la educación
moral de
nuestros niños
constituye, sin
duda, un
importante paso.
La
transformación
moral es un
objetivo que
todos nosotros,
adultos y niños,
debemos
perseguir, y es
necesario tener
en mente que
ella vendrá
solamente si
para eso nos
esforcemos, como
ocurre en los
diferentes
sectores de la
vida, visto que
el joven, para
lograr entrar en
una facultad,
tiene que
esforzarse
bastante,
enfocando para
tal objetivo
toda su energía
y su tiempo.
Luego, no cuesta
acordarnos que,
según Kardec, el
verdadero
espirita se
reconoce por su
transformación
moral y por los
esfuerzos que
hace para frenar
sus
inclinaciones
inferiores, lo
que implica
decir que los
que se dicen
espiritas no
pueden
contentarse con
la etapa moral
en que se
encuentran,
porque en cuanto
estuviesen por
aquí aún habrá
tiempo.
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