Continuamos con el
Estudio Metódico del
Pentateuco
Kardeciano, que
focalizará las cinco
principales obras de
la Doctrina
Espírita, en el
orden en que fueron
inicialmente
publicadas por Allan
Kardec, el
Codificador del
Espiritismo.
Las
respuestas a las
preguntas
presentadas,
fundamentadas en la
76ª edición
publicada por la
FEB, basadas en la
traducción de
Guillon Ribeiro, se
encuentran al final
del texto.
Preguntas para
debatir
A.
Las penas y los
goces en la vida
espiritual, ¿tienen
algo de material?
B.
¿En qué consiste la
felicidad de los
Espíritus realmente
buenos?
C.
¿En qué consisten
los sufrimientos de
los Espíritus
inferiores?
D. La
responsabilidad del
Espíritu culpable
¿resulta sólo del
mal que ha
realizado, o va más
allá?
E.
Cuando un Espíritu
bueno ve a sus
familiares más
queridos padeciendo
tristezas y
sufrimientos
crueles, ¿perturba
ese hecho su
felicidad?
Texto para la
lectura
600.
Una de las
características de
la felicidad de los
Espíritus buenos es
la ausencia de las
necesidades
materiales, cuya
satisfacción es para
el hombre común una
fuente de gozo, es
decir, el gozo
propio del animal y
cuya privación
constituye para el
hombre una tortura.
(L.E., 968)
601.
La expresión
hallarse reunidos en
el seno de Dios y
ocupados en cantar
sus alabanzas es
una alegoría que no
se debe tomar al pie
de la letra. Todo en
la Naturaleza, desde
el grano de arena,
canta, esto es,
proclama el poder,
la sabiduría y la
bondad de Dios. Pero
no pensemos que los
Espíritus
bienaventurados
estén en
contemplación por
toda la eternidad.
Eso sería una
bienaventuranza
estúpida y monótona.
Ellos están exentos
de las tribulaciones
de la vida corporal:
eso ya constituye un
goce. Además,
conocen y saben
todas las cosas y
emplean de manera
útil la inteligencia
que adquirieron,
ayudando al progreso
de los otros
Espíritus. Esa es su
ocupación que es, al
mismo tiempo, un
goce.
(L.E.,
969)
602.
La influencia que
ejercen unos
Espíritus sobre
otros es siempre
buena, de parte de
los Espíritus
buenos. Los
perversos tratan de
desviar de la senda
del bien y del
arrepentimiento a
los que les parecen
susceptibles de
dejarse llevar y que
son, muchas veces,
los que ellos mismos
arrastraron al mal
durante la vida
terrena.
(L.E.,
971)
603.
Las comunicaciones
espíritas tuvieron
como resultado
mostrar el estado
futuro del alma, ya
no sólo como teoría
sino como una
realidad. Nos
muestran todas las
peripecias de la
vida más allá de la
tumba, como
consecuencias
perfectamente
lógicas de la vida
terrestre. Infinita
es la variedad de
esas consecuencias,
pero como tesis
general, podemos
decir: cada uno es
castigado por
aquello en que pecó.
Así es que unos lo
son por la vista
incesante del mal
que hicieron; otros,
por los pesares, por
el temor, por la
vergüenza, por la
duda, por el
aislamiento, por las
tinieblas, por la
separación de los
seres más queridos,
etc. (L.E., 973,
comentario de
Kardec)
604.
La doctrina del
fuego eterno es una
imagen, una alegoría
semejante a tantas
otras, tomada como
realidad.
(L.E., 974)
605.
Pero el temor de ese
fuego ¿no produce
buen resultado?
Evidentemente que
no, pues no sirve de
freno ni a los que
lo predican. Si se
enseñan cosas que
más tarde la razón
rechazará, se
provoca una
impresión que no
será duradera ni
saludable. (L.E.,
974-a)
606.
La creencia en el
fuego eterno data de
la más remota
antigüedad,
habiéndola heredado
los pueblos modernos
de los más antiguos.
También por eso el
hombre dice, en su
lenguaje figurado:
el fuego de las
pasiones, arder de
amor, de celos, etc.
(L.E., 974,
comentario de
Kardec)
607.
Ya que los Espíritus
no pueden ocultarse
recíprocamente sus
pensamientos, el
culpable está
perpetuamente en
presencia de su
víctima.
(L.E., 977)
608.
El recuerdo de las
faltas cometidas en
el pasado no
perturba la
felicidad de las
almas que se
purificaron, porque
ya rescataron esas
faltas y salieron
victoriosas de las
pruebas a las que se
sometieron con
ese fin.
(L.E., 978)
609.
Las pruebas por las
cuales un Espíritu
todavía impuro
tendrá que pasar
constituyen causa de
penosa aprensión. He
ahí por qué él no
puede gozar de la
felicidad perfecta,
sino cuando esté
completamente
purificado. Pero
para aquél que ya se
elevó, nada tiene de
penoso pensar en las
pruebas que todavía
tiene que sufrir.
(L.E.,
979)
610.
El alma que llegó a
un cierto grado de
pureza goza de la
felicidad. La
embarga un
sentimiento de grata
satisfacción. Se
siente feliz por
todo lo que ve y la
rodea. Se levanta el
velo que encubría
los misterios y las
maravillas de la
Creación, y las
perfecciones divinas
se le presentan en
todo su esplendor.
(L.E., 979,
comentario de
Kardec)
611.
Sólo el bien asegura
la suerte futura. Y
el bien es siempre
el bien, cualquiera
que sea el camino
que a él conduzca.
(L.E., 982)
612.
La creencia en el
Espiritismo ayuda al
hombre a mejorarse,
pues enseñándole a
soportar las pruebas
con paciencia y
resignación, lo
aleja de los actos
que puedan retrasar
su felicidad, pero
nadie dice que sin
él no pueda
conseguirla. (L.E.,
982, comentario de
Kardec)
613.
Cuando el alma está
reencarnada, las
tribulaciones de la
vida son para ella
un sufrimiento; pero
sólo el cuerpo sufre
materialmente. Al
hablar de alguien
que murió,
acostumbramos a
decir que dejó de
sufrir, pero esto no
siempre explica la
realidad. Como
Espíritu, está libre
de dolores físicos;
pero según sean las
faltas que haya
cometido, puede
estar sujeto a
dolores morales más
agudos y puede ser
más infeliz aún en
una nueva
existencia. El mal
rico tendrá que
pedir limosna y
luchará contra todas
las privaciones que
trae la miseria; el
orgulloso, contra
todas las
humillaciones; el
que abusa de la
autoridad y trata
con desprecio y
dureza a sus
subordinados se verá
obligado a obedecer
a un superior más
duro que lo que él
fue. Todas las penas
y tribulaciones de
la vida son la
expiación de las
faltas de otra
existencia, cuando
no, la consecuencia
de las de la vida
actual. (L.E., 983)
614.
El hombre que se
considera feliz en
la Tierra porque
puede satisfacer sus
pasiones, es el que
menos esfuerzo
realiza para
mejorarse. Muchas
veces comienza su
expiación ya en esta
misma vida de
felicidad efímera,
pero con seguridad
expiará en otra
existencia tan
material como
aquella.
(L.E., 983)
615.
Las vicisitudes de
la vida son pruebas
impuestas por Dios,
o que nosotros
mismos escogemos
como Espíritus antes
de encarnar para la
expiación de las
faltas cometidas en
otra existencia,
porque jamás queda
impune la infracción
a las leyes de Dios
y, sobre todo, a la
ley de justicia. Si
no fuera castigada
en esta existencia,
lo será
necesariamente en la
otra. He ahí por qué
uno, que nos parece
justo, muchas veces
sufre. Es el castigo
por su pasado. (L.E., 984)
616.
Reencarnar en un
mundo menos grosero
es la consecuencia
de la depuración del
alma porque, a
medida que se van
purificando, los
Espíritus reencarnan
en mundos cada vez
más perfectos, hasta
que se hayan
despojado totalmente
de la materia y
lavado de todas las
impurezas para gozar
eternamente de la
felicidad de los
Espíritus puros en
el seno de Dios.
(L.E., 985)
617.
En los mundos donde
la existencia es
menos material que
en este, menos
groseras son las
necesidades y menos
agudos los
sufrimientos
físicos. Allá los
hombres no conocen
las malas pasiones
que en los mundos
inferiores los hacen
enemigos los unos de
los otros. (L.E.,
985, comentario de
Kardec)
618.
Un Espíritu que
progresó en su
existencia terrena
puede reencarnar en
el mismo mundo. Si
no ha logrado
concluir su misión,
él mismo puede pedir
que le sea otorgado
completarla en una
nueva existencia.
Pero entonces, ya no
está sujeto a una
expiación. (L.E.,
986)
619.
¿Qué le sucede al
hombre que, sin
hacer el mal,
tampoco hace nada
para liberarse de la
influencia de la
materia? Puesto que
no da ningún paso
hacia la perfección,
tiene que recomenzar
una existencia de
naturaleza idéntica
a la precedente. Al
quedar estacionario,
puede prolongar los
sufrimientos de la
expiación. (L.E.,
987)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A.
Las penas y los
goces en la vida
espiritual, ¿tienen
algo de material?
Como
el alma no es
materia, dice el
sentido común que no
pueden ser
materiales. Nada
tienen pues de
carnal esas penas y
esos goces; sin
embargo, son mil
veces más vivos que
los que
experimentamos en la
Tierra porque el
Espíritu una vez
liberado es más
impresionable y la
materia ya no embota
sus sensaciones.
(El
Libro de los
Espíritus,
preguntas 965, 966
y 968.)
B.
¿En qué consiste la
felicidad de los
Espíritus realmente
buenos?
En
conocer todas las
cosas; en no sentir
odio, celos,
envidia, ambición,
ni ninguna de las
pasiones que
ocasionan la
desgracia de los
hombres. El amor que
les une es fuente de
suprema felicidad.
No experimentan las
necesidades, los
sufrimientos y las
angustias de la vida
material, y son
felices por el bien
que hacen. (Obra
citada, preguntas
967 y 980.)
C.
¿En qué consisten
los sufrimientos de
los Espíritus
inferiores?
Son
tan variados como
las causas que los
determinan y
proporcionados al
grado de
inferioridad, como
los goces lo son al
de superioridad.
Pueden resumirse
así: envidian lo que
les falta para ser
felices y no lo
obtienen; ven la
felicidad y no
pueden alcanzarla;
sienten pena, celos,
rabia,
desesperación,
motivados por lo que
les impide ser
dichosos; tienen
remordimientos,
ansiedad moral
indefinible. Además,
desean todos los
goces y no pueden
satisfacerlos: he
ahí lo que los
atormenta.
(Obra citada,
preguntas 970 y
973.)
D. La
responsabilidad del
Espíritu culpable
¿resulta sólo del
mal que ha
realizado, o va más
allá?
Su
responsabilidad va
más allá, porque el
Espíritu sufre por
todo el mal que
realizó, o del que
fue causante
voluntario, por todo
el bien que hubiera
podido hacer y no
hizo, y por todo el
mal que resulta de
no haber hecho el
bien. (Obra
citada, preguntas
975 y
982.)
E.
Cuando un Espíritu
bueno ve a sus
familiares más
queridos padeciendo
tristezas y
sufrimientos
crueles, ¿perturba
ese hecho su
felicidad?
Ese
hecho no constituye
motivo de aflicción
para los Espíritus
buenos, porque
consideran nuestros
sufrimientos desde
otro punto de vista.
Saben que éstos son
útiles a nuestro
progreso si los
soportamos con
resignación. Se
afligen, pues,
mucho más por la
falta de valor que
nos retrasa, que por
los sufrimientos en
sí mismos, que son
todos pasajeros.
(Obra citada,
preguntas 976 y
976-a.) |