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Leda Maria Flaborea
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A camino del
amor
“Disculpas
siempre fue la
puerta de escape
de los que
abandonaron las
propias
obligaciones
(2)
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El llamamiento
divino ha sido
constante a lo
largo de los
milenios para
toda la
Humanidad, que,
sin embargo, lo
ha relegado a
segundo plano,
en favor de los
intereses
materiales.
- “Estoy muy
joven aún”...
- “Soy demasiado
viejo”...
- “Tengo muchos
compromisos y no
puedo atender a
la
invitación”...
- “La casa me
lleva mucho mi
tiempo”...
Dios llama a las
criaturas
humanas para la
posesión de los
bienes
espirituales,
pero aquellos
que son
invitados, y no
aceptan, no
pueden ser
alimentados
espiritualmente,
no porque el
alimento les sea
negado, sino
porque no están
interesados en
recibirlo. Sus
focos de
atención están
volcados para
las
satisfacciones
de orden
material. Las
evasivas para la
no atención a la
invitación son
tan vehementes y
tan
convincentes,
que oyentes
menos atentos
quedan
convencidos de
que están
delante de
personas
sufridoras, y
tan incapaces,
que acaban por
ayudarlas en esa
fuga. Sin
embargo,
engañándose a sí
mismas, terminan
un día por
despertar
envueltas en
compromisos
ruinosos,
consecuencia de
sus liviandades
y, oprimidas,
ruegan la
oportunidad de
nuevas
reencarnaciones.
El ser humano,
naturalmente, se
vuelve para la
búsqueda de la
felicidad, de la
realización
personal. Es
como una
intuición que
hace del propio
futuro, aunque
de forma
nebulosa. Aún
sin tener esa
certeza, él la
busca, como algo
pleno, ignorando
que, en verdad,
ese es nuestro
destino, como
Espíritus
inmortales que
somos.
El hecho es que
no tenemos, aún,
la perfecta
comprensión de
nuestra
identidad. No
sabemos quién
somos, de dónde
venimos, para
dónde vamos.
Ignoramos
nuestra
condición de
hijos de Dios,
de seres
espirituales,
portadores de
dones, de
facultades, de
fuerzas latentes
que, poco a
poco, vamos
desarrollando a
través del
propio esfuerzo.
Seres portadores
de la propia
esencia divina
que,
transitoriamente,
bajo vestiduras
carnales – sólo
de pasada por el
mundo –, buscan
enriquecerse con
nuevas
experiencias,
que el campo
material ofrece,
favoreciendo
nuestra
condición.
Morir y viajar,
y lo que
llevamos es
solamente lo que
somos
Sin embargo,
nuestra
atención,
siempre
absorbida por
los intereses
materiales,
ofusca la visión
de nuestra vida
infinita, y
permanecemos
engañados,
juzgando que la
felicidad está
en la
satisfacción de
nuestros deseos
inmediatos;
imaginando que
podemos ser
felices, sólo
por poseer esto
o aquello; por
disfrutar de
esta o aquella
posición social;
por detentar
algún tipo de
poder
transitorio
Si las
necesidades
materiales –
transitorias –
son importantes
por estar
revestidos de un
cuerpo material,
mucho más
importantes son
las
espirituales,
con miras a que
son eternas,
pues
proseguiremos
viviendo, aún
más
intensamente,
después del
pasaje por el
túmulo.
Nos dice un
Instructor
Espiritual que
morir es viajar
y lo que
llevamos es
solamente lo que
somos. Así, todo
conocimiento
adquirido, todas
las virtudes y
dones
desarrollados,
en nuestra vida
material, son
patrimonios
eternos del
Espíritu. Es el
tesoro que no se
pierde, que no
se ha robado y
que no puede ser
devorado por las
polillas. Jesús
nos enseñó a
buscar, antes,
el Reino de Dios
y Su Justicia,
porque todo lo
demás nos sería
dado por
añadidura de Su
Misericordia.
Por esa razón,
todo
conocimiento,
todas las
virtudes y todas
las cualidades
morales
representan
poder
espiritual, que
se refleja,
inmediatamente,
en la vida
material,
transformando
nuestra realidad
por completo, en
una vida más
bella, para
estar en armonía
con las Leyes
Divinas.
Y el camino para
transformar
nuestra realidad
es el camino del
amor a Dios y al
prójimo como a
nosotros mismos.
En síntesis, es
la práctica del
Bien.
El sentimiento
religioso que
poseemos, aunque
no tengamos,
muchas veces,
una religión –
como la
definimos –, nos
deja en una
situación
privilegiada
para atender al
llamamiento
divino.
El nacimiento es
solamente el
inicio de un
viaje laborioso
Tratándose del
espírita,
particularmente,
mucho más eso es
verdadero, pues
contamos con el
conocimiento de
la vida
espiritual y con
la conciencia de
que no hay
fatalidad
absoluta en los
acontecimientos
que nos cercan,
porque sabemos
que no somos
marionetas, una
vez que somos
dotados de libre
albedrío, razón
e inteligencia.
Ya comprendemos,
perfectamente,
lo que significa
la enseñanza
evangélica de
que “a cada uno
será dado según
sus obras”,
endosado por los
Espíritus
Superiores como
Ley de Causa y
Efecto y
confirmado por
la Ciencia
Humana como Ley
de Acción y
Reacción, ley
universal a
llamarnos a la
responsabilidad
de nuestros
actos. No
desconocemos la
afirmación de
Jesús de que, si
sembráramos el
bien, el bien
será nuestra
cosecha.
Tenemos, por lo
tanto, libertad
para actuar y
modificar, a
cualquier
tiempo, nuestro
caminar.
Delante de los
conocimientos
que la Doctrina
Espírita nos
brinda – a
través de
estudios
noblemente
conducidos – no
vemos más la
idea de la
reencarnación
como dogma
religioso
ancestral, sino
como un hecho
comprobado,
científicamente,
por la
Psicología
Transpersonal;
tenemos el
conocimiento de
que somos
Espíritus
inmortales; que
la cuna es
solamente el
inicio de un
viaje laborioso
para el alma
necesitada de
experiencia; que
continuaremos
vivos después
del cumplimiento
de la tarea
planetaria, que
nos compite
realizar por
Misericordia
Divina; que es
permanente la
comunicación y
la solidaridad
entre los dos
planos de la
Vida; que
cuando oramos,
mentalizando los
entes queridos
que están en la
dimensión
espiritual,
nosotros los
beneficiamos,
los fortalecemos
con nuestro
mensaje de amor
y paz, en la
misma medida en
que somos
amparados por
ellos, muchas
veces, sin
sospechar de
eso.
La luz que el
Espiritismo
coloca en
nuestras mentes
hace que no
tengamos más
dudas acerca de
la existencia de
muchas moradas
en la casa del
Padre – sean
estados físicos
o de conciencia.
¿Qué estamos
haciendo con el
conocimiento
adquirido?
Después de
conocer las
obras de la
codificación de
la Doctrina
Espírita, a
través de los
mensajes de
El Evangelio
según el
Espiritismo,
El Libro de
los Espíritus,
El Cielo y El
Infierno,
El Libro de los
Médiums y
La Génesis,
y de otras obras
contemporáneas,
psicografiadas
por médiums
serios y
abnegados, y de
estudiosos
honestos
en sus notas,
dándonos
informaciones
detalladas de
los diversos
mundos, que se
extienden al
infinito, en
perfecto acuerdo
con los
descubrimientos
científicos de
físicos,
astrónomos, que
nos revelan un
Universo en
expansión, el
planeta Tierra –
que es hoy
nuestro mundo –
se desvela como
un minúsculo
punto en el
espacio, situado
en la periferia
de una
modestísima
galaxia, la Vida
Láctea, entre
billones de
otras galaxias.
Con todo ese
conocimiento,
¿por qué
dudamos, aún, de
nuestra
inmortalidad?
¿Por qué
continuamos,
excesivamente,
apegados a los
intereses
materiales que
terminan por
hacernos
desgraciados,
cuando no son
usados con buen
sentido y
caridad? Será
que, con todas
esas
informaciones,
ya tenemos
condición de
responder las
preguntas que
nos acompañan a
caminar, como
por ejemplo:
“¿Somos
plenamente
felices?”
“¿Somos
criaturas
realizadas?”
“¿Cómo estamos
viviendo?” “¿Qué
estamos haciendo
con el
conocimiento
adquirido, en
nuestro
beneficio y de
aquellos que
fueron colocados
bajo nuestros
cuidados para
progresar?”
Es importante
reflexionemos
sobre la lucha
de los hombres
para solucionar
los problemas
sociales de la
pobreza, de la
adicción, del
crimen, de las
enfermedades,
por ser una
lucha in gloria,
en la medida en
que vamos
coleccionando
fracasos
incontables,
porque hasta
entonces ha sido
basada sobre
conceptos
materialistas.
El hombre,
ignorando su
realidad
espiritual, no
se dio cuenta de
que todos esos
problemas tienen
su origen en el
Espíritu –
orgullo,
egoísmo,
vanidad,
ambición,
avaricia,
posesivismo,
para citar sólo
algunos – y, por
lo tanto,
solamente por el
Espíritu esos
males podrán ser
vencidos.
Todos tenemos
condiciones de
asumir tareas en
el Bien
Emmanuel nos
dice que hoy
estamos pasando
por muchas
dificultades,
pero si no
ignoramos más
que nuestra
realidad, hoy,
es la
consecuencia de
nuestros actos
de ayer – por
fuerza de la Ley
de Causa y
Efecto, que
actúa
mecánicamente en
todo el Universo
–, no podemos
olvidar que
tenemos hoy
condiciones para
crear, por la
fuerza de la
misma Ley
Divina, un nuevo
destino para
nosotros.
Es fundamental
tengamos la
conciencia de la
posibilidad de
recomenzar,
siempre, desde
que, realmente,
así deseemos,
pues cada día
que amanece es
una nueva
oportunidad que
la vida nos
ofrece. Pero es
importante
seamos firmes en
ese recomienzo.
Es
imprescindible
no cultivemos
recuerdos
amargos,
deshaciéndonos
del pesimismo,
de los engaños
anteriores, de
las aflicciones
que nos impiden
progresar.
Todos tenemos
condiciones de
asumir tareas en
el Bien. Las
caídas que
vivimos en el
pasado y que
muchas veces nos
colocan en la
posición de
criaturas menos
dignas – así
pensamos –, en
la cual los
remordimientos,
sentimientos de
culpa y
complejos de
inferioridad nos
hacen estacionar
un tiempo ido,
blanquean
nuestras
acciones para el
avance en
dirección al
futuro.
El alivio que
buscamos para
nuestra
liberación, lo
encontramos en
Jesús, en Su
llamado para que
fuéramos a Él,
atribulados que
estamos, pues Él
nos aliviará.
Aceptando la
invitación, es
inevitable
nuestro
encuentro con el
consuelo, la
esperanza, la
resignación y,
más que todo
eso, la
comprensión de
nuestras
potencialidades
para caminar,
con seguridad,
sobre los
propios pies,
rumbo a un
porvenir mucho
más feliz.
Todos nosotros,
sin excepción,
tenemos aún
limitaciones
morales para
caminar solos.
Sin embargo, al
toque del
Evangelio en
nuestros
corazones, henos
ahí
transformados
para el Bien,
que aún hoy
podemos
realizar,
deshaciendo el
mal del pasado,
porque el amor
cubre la
multitud de
pecados. Y con
tranquila,
paciencia y
orientación
segura, que las
enseñanzas de
Jesús nos
propician,
construiremos
una vida
superior
compatible con
nuestra
condición de
hijos de Dios.
Bibliografia:
1 - EMMANUEL
(Espírito),
Fonte Viva –
[psicografo por]
Francisco
Cândido Xavier –
16. ed.;
Federação
Espírita
Brasileira, Rio
de Janeiro/RJ –
1988, lições 17,
55, 82 e 83.
2 - Palavras de
Vida Eterna
– [psicografado
por] Francisco
Cândido Xavier;
20. ed.,
Comunhão
Espírita Cristã
– Uberaba/MG –
1995, lições 127
e 128.
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