Breno tenía muchas ganas
de tener un animalito de
compañía. Sin embargo,
sus padres no lo
permitían.
La madre, al verle la
expresión de tristeza,
explicó:
— ¡Hijo mío, tú aún no
cuidas ni de tus cosas!
¿Cómo tendrás condición
de tener un animalito?
¡En ese caso, nosotros
tendremos que cuidar de
él para ti! No es justo.
Entonces, nosotros te
daremos uno de regalo
cuando cumplas diez
años, desde que aprendas
a cuidar de lo que es
tuyo durante ese
periodo.
El chico concordó,
aunque a disgusto. Y a
partir de ese día pasó a
arreglar su cuarto,
guardar los juguetes y
no dejaba la ropa tirada
en el suelo. Mientras
eso, aguardaba
ansiosamente el tiempo
pasar.
El día de su décimo
aniversario, Breno
despertó contento. ¡Mal
podía esperar para ver
su regalo!
Al colocar los pies en
el suelo vio, con
sorpresa, al lado de la
cama, una caja forrada
con tejido y, dentro de
ella, un lindo perrito
que dormía. ¡Al verlo,
sus ojos brillaron de
entusiasmo! Lo cogió en
los brazos sintiendo el
olorcito de él y la
suavidad de su pelo.
Los padres, que
esperaban ansiosos para
ver la reacción del
niño, entraron en la
habitación:
— ¡Felicidades, hijo
mío! ¡Este es un gran
día!... — saludó el
padre, satisfecho.
— ¿Entonces, Breno? ¿Te
gustó tu regalo? —
preguntó la madre
sonriente, abrazándolo.
Y el chico, con una
enorme sonrisa,
agradeció:
— ¡Gracias, papá y mamá!
¡Él es lindo! ¡Me
encanta! ¡Voy a llamarlo
Pimpão!
De aquel día en delante,
Breno sólo vivía para su
perrito. Le daba comida
y agua, jugueteaba con
él, lo llevaba para
pasear, finalmente,
cuidaba de él con todo
cariño.
Pimpão fue creciendo y
mostraba ser un perro de
temperamento juguetón,
alegre y muy apegado a
su dueño.
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Breno, sin embargo, ya
no se interesaba tanto
por él, cansado de las
responsabilidades.
Percibiendo el cambio en
la actitud del hijo, el
padre lo alertó:
— Breno, no te olvides.
¡Pimpão es tuyo y, por
lo tanto, la
responsabilidad de
cuidar de él es tuya! Él
no es un juguete que tú,
cuando te cansas, puedes
tirar fuera. ¡Cuidado!
¡Ve bien lo que estás
haciendo!
|
— ¡Yo sé, padre! No te
preocupes. |
Cierto día, la madre
percibió que había algo
malo con el cachorro y
quedó preocupada:
— Breno, Pimpão está
triste y no me parece
bien.
¿Tienes certeza de que
nada te falta?
— ¡Relaxaje, madre! Él
está así porque ahora
tengo muchas actividades
en la escuela.
Sin embargo, los padres
notaban que Pimpão
estaba cada vez más
apático, adelgazó y
vivía por los rincones.
No corría más por el
patio, alegre y bien
dispuesto.
Algunos días después,
Breno llegó de la
escuela y notó a los
padres muy serios.
— Breno, Pimpão amaneció
muy mal y tuvimos que
llevarlo al veterinario.
Él está enfermo.
— ¿Es grave? — el niño
preguntó asustado.
— Puede ser grave, sí.
Pimpão está muy
enflaquecido. Dice el
veterinario que él pasó
mucha hambre y sed. En
virtud de eso, su estado
de salud quedó
debilitado.
|
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En aquel momento, Breno
bajó la cabeza,
avergonzado. Se sentía
culpable por el estado
de su amigo Pimpão.
Intentó desculparse: |
— ¡Papá! ¡Mamá!
¡Vosotros sabéis que
ahora tengo muchos
deberes de escuela para
hacer, además del
deporte, que me lleva
tiempo! ¡Sólo algunas
veces me olvidé de darle
comida y agua!...
La madre puso sus manos
en la cintura y preguntó
seria:
— ¡Ah!...“¿Sólo algunas
veces”? ¿Tú crees que
poco? ¿Por casualidad,
Breno, tú te olvidas de
tomar tu desayuno cuando
despiertas? ¿Olvidas de
almorzar cuando llegas
de la escuela? De tomar
tu merienda de la tarde,
de cenar?
¡No! ¡Nunca!...
¡Y tú vives hambriento,
hijo mío! ¿Será que
Pimpão tampoco no siente
hambre y sed?
Delante de las palabras
de la madre, Breno bajó
la cabeza, llevando las
manos al rostro y se
puso a llorar:
— ¡Yo sé que actué mal,
pero me gusta mucho
Pimpão! ¡No quería que
él quedara enfermo por
mi causa! ¿Y
ahora?...
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El niño mostraba un
arrepentimiento tan
grande que la madre se
condolió de él y lo
tranquilizó:
— No te preocupes, hijo
mío. Tu perro quedará
bien. El veterinario
dijo que Pimpão va a
quedarse algunos días en
recuperación, después
volverá para casa.
Breno limpió las
lágrimas, ya más
aliviado:
— ¡Menos mal, mamá! No
soportaría saber que
causé algún mal a mi
amigo. Voy a orar mucho
pidiendo a Jesús que lo
|
ampare y que él
pueda volver
inmediatamente
para nuestra
casa. Y te
prometo mamá
que, cuando él
vuelva, cuidaré
de él con mucho
amor y
responsabilidad. |
A partir de ese día,
Breno nunca más se
descuidó de su perro. Le
colocaba la comida y
cambiaba el agua.
Siempre que era
necesario le daba un
buen baño y peinaba su
pelo suave. Y todos los
días, por la tarde,
cuando el sol quedaba
más suave, lo llevaba
para pasear. Finalmente,
cuidaba de Pimpão con
mucho amor.
Breno se sentía contento
consigo mismo. Aprendió
algo muy importante: la
lección de la
responsabilidad, que le
valdría en cualquier
situación y para la toda
vida, pasando a guiar
sus acciones en el
futuro.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
26/3/2012.)
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