Danilo quería mucho
hacer una sorpresa para
su madre.
Aún faltaban muchos
meses para el Día de las
Madres, pero Danilo ya
estaba pensando que
regalo podría dar a su
madre.
No tenía dinero para
comprar ninguna cosa
cara en una tienda como
muchos de sus compañeros
de la escuela hacían.
Además de eso, la madre
siempre regañaba con él,
diciendo que era
perezoso y que no le
gustaba hacer nada;
nunca recogía sus
juguetes, no guardaba la
mochila al volver de la
escuela y, cuando se
cambiaba, siempre dejaba
las ropas esparcidas por
el suelo del cuarto.
Por eso, quería probarle
a ella que podría ser
diferente y merecer su
amor. Así, quería dar
alguna cosa que
representara su esfuerzo,
buena voluntad y trabajo.
¡Deseaba que la madre se
enorgulleciera de él!
Pensó... pensó... y
decidió.
Llegó a casa tras el
aula y preguntó al
padre:
— ¿Papá, puedo lavar el
coche? Estoy necesitando
unas monedas.
— Claro, Danilo. Si tú
lavas el coche te daré
las monedas. Pero, ¿para
qué quieres tú dinero,
hijo mío?
El niño miro a su
alrededor para ver si
estaban solos, y dijo en
voz baja:
— Después yo te cuento,
papá. ¡Es secreto!
— ¡Ah!...
Por la tarde, después
que el padre volvió del
servicio, Danilo se
colocó una ropa vieja,
cogió el balde, la
manguera y fue a lavar
el coche.
La madre quedó
sorprendida. ¿Danilo
trabajando?
Cuando el chico terminó,
el padre les dio tres
monedas.
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— Gracias, papá. ¡Valió! |
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Al día siguiente, al
volver de la escuela,
Danilo entró en una
tienda y compró un
paquete de semillas.
Llegó a la casa, dejó la
mochila, y corrió para
el patio. Cogió una
pala, removió la tierra,
la ablandó, como había
visto a su madre hacer
tantas veces, y después
tiró las semillas que
había comprado.
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La madre notó el
movimiento del hijo,
pero no dijo nada.
Después, vio a Danilo
coger una regadera y
mojar la tierra.
— ¿Qué estás haciendo,
hijo mío?
— Estoy plantando
algunas semillas, mamá.
De ese día en delante,
todas las mañanas antes
de salir para la escuela,
y también al atardecer,
Danilo regaba las
semillitas. |
La madre pasó a ayudarlo
en esa tarea. Cuando
aparecieron las primeras
hojitas, fue una gran
alegría para Danilo.
Era la primera vez que
veía el resultado de un
trabajo.
Algún tiempo después,
las plantitas estaban
crecidas y las primeras
flores comenzaron a
nacer, lindas y
coloreadas.
El Día de las Madres,
Danilo se levantó bien
pronto, se vistió, se
peinó los cabellos y
arregló el cuarto.
Después, fue para la
cocina y preparó la
mesa, hizo un zumo y
dejó todo listo.
Enseguida, corrió para
el patio.
La madre aún no había
despertado. ¡Aún bien!
Luego, oyó ruido en la
cocina, y notó que la
madre ya se había
levantado.
Entonces, abrió la
puerta y, con un grande
ramo de flores en los
brazos, él dijo:
— ¡Feliz Día de las
Madres!
La madre, mal pudiendo
creer, cogió las flores,
llena de alegría.
— ¡Hijo mío! Siento
mucho orgullo de ti.
¡Por meses te esforzaste,
cuidaste de las
plantitas, las regaste,
todo para darme una
sorpresa! ¡Y preparaste
hasta la mesa para el
café! |
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— Eso mismo, mamá.
Quería probar que
también consigo trabajar
como las otras personas.
¿Y, sabes una cosa?
Estoy muy contento por
haberlo conseguido.
Ver las semillitas
brotar, las plantas
crecer y después
transformarse en estas
lindas flores me dio una
sensación muy buena. ¡Me
probé a mí mismo que soy
capaz!
Llena de emoción, la
madre abrió los brazos y
Danilo corrió para ella,
acogiéndose en su abrazo.
— ¡Feliz Día de las
Madres, mamá!
— Gracias, hijo mío.
¡Este fue el regalo más
lindo que ya tuve en
toda mi vida!.
Tia Célia
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