El auto
conocimiento es
fundamental para
que hagamos
elecciones
mejores, usando
de forma más
feliz el libre
albedrío
El habla de
Pablo – “Todas
las cosas me son
lícitas...” – en
I Color 6:12
parece sugerir
que no hay
ningún mal, en
principio, en el
empleo del libre
albedrío. Existe
el uso del libre
albedrío, pura y
simplemente. El
uso en sí no es
bueno ni malo –
es una
posibilidad, en
el sentido de
ser posible,
viable, que se
pode hacer. Sea
allá lo que sea
decidido por el
sujeto, en el
uso de su libre
albedrío,
siempre es algo
que le es
permitido hacer,
que le es
posible, que
está apto a
hacer, consigue
hacer y no hay
obstáculo
suficiente para
impedirlo.
Entonces, actuar
con libertad de
albedrío es sólo
hacer lo que se
propone a hacer,
desde que lo
consiga. Eso no
es bueno ni malo
por sí sólo.
La idea de que
Dios prohibe
alguna cosa –
como, por
ejemplo, el
comer del árbol
del bien y del
mal – carece de
sentido si no
fuera tomada
como simple
fuerza de
expresión o una
metáfora.
Dios no sería
Dios se sus
“órdenes”
pudieran ser
incumplidas. Si
un hombre común,
con algún poder,
consigue tomar
providencias
para que sus
determinaciones
y deseos sean
cumplidos, por
lo menos
parcialmente y
en la medida de
su poder, Dios,
como
todo-poderoso,
tendría plenas
condiciones para
asegurar total
adhesión a sus
órdenes. De
hecho, ni
necesitaría
dictar órdenes –
las criaturas
simplemente no
tendrían con
actuar
diferente. De
ahí la
posibilidad de
entender que el
uso del libre
albedrío no es,
en sí, bueno o
malo.
Además, el libre
albedrío es
concedido al
hombre como
prerrogativa de
ser lo que es,
diferente de los
otros animales.
El resultado de
la elección
hecha puede ser
bueno o malo, o
hasta incluso
neutro
El uso del libre
albedrío implica
elección. No
tiene sentido
decir que se
utilizó el libre
albedrío donde
no había
elección. Si el
camino es único,
no hay opción a
hacer y, luego,
no hay acción
arbitraria – de
decisión, de
elección. Y, en
la vida, estamos
siempre haciendo
elecciones –
estamos
condenados a la
libertad
(Sartre), no
existir o “no
escoger”.
Pero, si el acto
de escoger no es
bueno o malo, el
mismo no se da
con sus
consecuencias.
El resultado de
la elección
hecha puede ser
bueno o malo, o
incluso neutro –
ni una cosa, ni
otra. Y aquí
entra la
secuencia del
decir de Pablo –
“... pero no
todas las cosas
convienen.”. El
verbo
convenir
remite a la
adecuación y
aplicación del
acto. ¿Para que
sirvió la acción
ejecutada? ¿Ella
es adecuada a
los propósitos
evolutivos del
Espíritu? ¿Está
en consonancia
con lo que ya
aprendió sobre
la realidad
mayor? Es ahí
que comienza el
desafío. No
basta consultar
el deseo – ¿quiero
o no quiero?
–, ni las
posibilidades
operacionales –
¿consigo o no
consigo?. Es
necesario ir más
allá y preguntar:
¿las
consecuencias de
la elección
interesan o no?
¿Qué añaden para
el alcance del
objetivo
principal? Y,
muy importante:
¿es soportable
al Espíritu que
escoge, o sea,
está él
conocedor y
preparado para
la vuelta del
acto, que será
inevitable?
Pablo
complementa,
sabiamente:
“Todas las cosas
me son lícitas,
pero yo no me
dejaré dominar
por ninguna”. O
sea, la mesa
está puesta y la
variedade de
opciones es
enorme, pero no
me prenderé a
ninguna y sólo
escogeré las que
realmente me
hagan un bien
mayor.
La alerta sobre
el uso del libre
albedrío sólo
tiene sentido en
la pauta de la
ley de
causa-y-efecto.
Una vez
disparado el
proceso – usado
el derecho de
arbitrar y
actuar – o, em
otros términos,
plantado el acto,
el resultado es
mera
consecuencia, la
cosecha es
inevitable.
Lo que es
agradable al
hombre de la
metrópoli puede
ser desagradable
al hombre del
interior
Así, si no se
quiere un fruto
desagradável, se
escoge bien la
semilla a
plantar. Siendo
la
“responsabilidad
consecuencia
necesaria de la
libertad”, el
agente
responderá,
quiera o no, por
las elecciones
hechas.
Por otro ángulo,
aún las
consecuencias no
serían buenas o
malas
simplemente. Si
consideráramos
el Espíritu en
evolución, todas
sus elecciones,
con los
respectivos
resultados, son
elementos de
aprendizaje. Se
aprende siempre,
sea cuál sea la
opción/resultado,
o causa/efecto.
Si, para
alcanzar el
objetivo X, el
individuo escoge
el camino A,
soltándose de la
B, y yerra el
blanco, como
mínimo él
aprenderá qué
camino no
escoger la
próxima vez. No
se trata, a
rigor, de
elección/resultado
bueno o malo –
pues, de una
forma o de otra,
hubo aprendido.
Y hay siempre la
posibilidad de
repetir
lecciones...
Hay una
tendencia a
considerar lo
bueno o malo
como similar a
agradable o
desagradável.
Esa forma de ver
es limitada,
porque ser
agradable o no
depende
exclusivamente
del nivel en que
el individuo
está, en su
evolución
espiritual. Lo
que es agradable
al hombre de las
grandes
metrópolis puede
ser
extremadamente
desagradável al
salvaje en el
interior del
bosque. No todos
los animales
comen, felices,
un pedazo de
carne, como no
todos aceptan
alpiste como
comida. Por lo
tanto, juzgar si
algo es bueno o
malo por la
alegría o
tristeza
inmediatas que
nos conduce no
es un buen
critério.
La percepción de
la realidad
espiritual, el
darse cuenta de
que se es más un
conglomerado de
carne y hueso,
verse como un
Espíritu en
evolución, en
eterno servirse,
el asumirse como
hijo de Dios – “Vosotros
sois dioses, y
vosotros sois
todos hijos del
Altíssimo”
(Sal 82:6) –,
como detentor
de la llama
divina – “Resplandeça
vuestra luz”
(Jesus, Mt 5:16)
–, amplía la
perspectiva del
individuo y lo
“desliga” del
suelo,
mostrándole
horizontes mucho
más allá del
campo limitado
de los sentidos
humanos.
Se sabe que la
evolución es un
proceso al que
todos
los
Espíritus están
sometidos
Correcto o
equivocado,
bueno o malo,
agradable o
desagradable
toman otra
configuración y
“el hombre es
la medida de
todas las cosas”
(Protágoras de
Abdera) es
sustituido por “el
Espíritu es la
medida de todas
las cosas”.
Acciones,
comportamientos
o elecciones,
desagradables al
mirar limitado
del inmediatismo,
son tomadas de
bueno grado si
el Espíritu ve
en ellos
elementos que
agregan a su
caminar
evolutivo. Lo
que parece
sufrimiento,
cuando es medido
con la regla
corta del aquí y
ahora, es
sorbido
tranquilamente,
cuando
el Espíritu
percibe como
necesario, útil
para su
emancipación.
Por eso la
invitación de
Jesus – “tomad
sobre vosotros
mi yugo
(...), porque
mi yugo es suave
y mi fardo es
leve” (Mt
11:29-30) – se
combinan también
con su consuelo
– “misericórdia
quiero y no
sacrificio”
(Mt 9:13).
Siendo la
evolución un
proceso al que
todos los
Espíritus están
sometidos y del
cual ninguno
puede abdicar,
como deja claro
la Ley del
Progreso, bien
descrita en
El Libro de los
Espíritus,
es inteligente
cuestionar, al
ejercer el libre
albedrío, sobre
lo que es más
conveniente para
ese empleo. No
es muy lógico
escoger
una satisfacción
momentanea en
perjuicio de
algo duradero.
Sólo se
justifica una
alegría pasajera
que no acarree
una tristeza
mayor después.
La alerta de
Pablo dice al
respecto,
también, a la
pasiones, que
tantos dolores
acarrean a
aquellos por
ellas
esclavizados.
Los griegos ya
hacían ese
alerta. La tan
incompreendida y
distorcida
filosofía de
Epicuro ya
predicaba el
equilibrio en
las elecciones
como apanágio de
los sabios El
hombre no puede
ser feliz si no
es libre, y no
es libre
dejándose
esclavizar por
las pasiones.
Así, sus
elecciones deben
tener en cuenta
un placer mayor,
duradero, y no
la alegría
fugaz.
El progreso es
fatal en las
formas
inferiores de la
Maturaleza, pero
con los hombres
es diferente
Em otra
vertiente, los
estoicos
enseñaron la
conducta ética y
la rectitud
moral como una
forma de
traducir, en la
acción
individual, el
Logos universal.
Eso exige la
comprensión de
la totalidad, lo
que es propio
del sabio.
Más tarde, San
Agustín,
vinculando
helenismo y
Cristianismo,
irá a enseñar
que el hombre,
al buscar la
felicidad, está,
de hecho,
buscando el bien,
que estaría en
la vida virtuosa
y en la práctica
del amor. Para
él no existe el
Mal, y sí el
Bien Absoluto –
siendo Dios
perfecto, su
creación no
puede ser
imperfecta;
“de la
perfección
absoluta de Dios
transcurre la
perfección
relativa del
universo creado”.
(1)
Agustín no niega
la existencia
del error, que
es consecuencia
del ejercicio de
la libertad – el
hombre opta por
lo relativo en
lugar de lo
absoluto y paga
el precio por
eso. Pero para
escoger
correctamente,
el hombre
necesita conocer...
El “conoce a ti
mismo”, tan al
gusto de
Sócrates, es,
por lo tanto,
emblemático.
Sólo tomando
posesión de sí,
tanto como
individualidad
espiritual como
un elemento en
el contexto de
la ciudad (y
podemos extender
el sentido de
ciudad para el
universo,
o la creación),
sabiendo de sus
potencialidades
y lo que es
esperado de él,
puede el
individuo hacer
las elecciones
más adecuadas.
Concluimos con
todo eso que el
autoconocimiento
es fundamental
para que hagamos
elecciones
mejores, usando
de forma más
feliz nuestro
libre albedrío.
Si el progreso
“es fatal en las
formas
inferiores de la
Naturaleza”, en
el hombre él
sólo ocurre al
unir la
“voluntad con
las Leyes
Eternas” (2), y
eso es imposible
sin conocerse.
“Y conoceréis
la verdad, y la
verdad os
liberará” (Jesús,
Jo 8:30).
Notas:
(1)
Franklin
Leopoldo e
Silva, in
Felicidade.
São Paulo: Ed.
Claridade, 2007,
pág. 47.
(2)
Léon Denis,
in O
problema do ser,
do destino e da
dor. Rio de
Janeiro: FEB,
2007, pág. 166.
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