Durante el tiempo en que
Jesus peregrinava por la
Tierra, llevando su
mensaje de amor y luz a
todos los sufridores y
afligidos, Él estaba
siempre cercado por la
multitud.
Cierto día, Jesús
entraba en Cafarnaum,
cuando vio a un
centurión romano que,
aproximándose a él,
imploró:
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— Señor! ¡Tengo un
criado en mi casa que
está en la cama, muy
enfermo, y sufre
horriblemente!
Los romanos, de modo
general, consideraban a
Jesus un profeta judío
como tantos otros que
andaban buscando
tumultos en medio del
pueblo, y lo evitaban.
Sin embargo, aquel
centurión le buscaba
pidiendo ayuda para su
siervo enfermo.
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Notando la sinceridad en
las palabras del
centurión, Jesús dijo:
— No te preocupes. Yo
iré hasta tu casa a
curarlo.
La buena voluntad de
Jesús lo conmovió. Sin
embargo, el centurião
sabía que los judíos
odiaban a los romanos,
por haber conquistado
Judea y sometido su
pueblo por la fuerza de
las armas, y por eso no
le gustaba la relación
con los romanos.
Entonces, el centurión
hizo um gesto para
impedirlo y le dijo:
— Señor, yo no soy digno
de que entres en mi
casa. Pero da una orden,
y mi criado quedará
curado.
Delante de la sorpresa
de Jesus, él explicó:
— ¡Señor, yo también soy
hombre de autoridad!
Tengo soldados a mis
órdenes, y si digo a
este: Ve, él va; y si
digo a otro: Ven, él
viene; y si le digo a mi
siervo: haz
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esto, él
hace. |
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Oyendo estas palabras,
Jesus quedó muy admirado
y, volviéndose para los
que lo seguían, dijo:
— En verdad les afirmo
que ni aún en Israel
hallé fe tan grande como
esta.
Los que acompañaban a
Jesus bajaron la cabeza,
avergonzados. En verdad,
ellos consideraban a los
romanos como idólatras y
politeístas, es decir,
que adoraban imágenes de
muchos dioses, al
contrario de los judíos,
que eran seguidores del
Dios único, y por eso se
juzgaban superiores a
los conquistadores
romanos, que
detestaban.
Entonces, Jesús dijo al
centurión que aguardaba
su respuesta:
— Ve, e que sea hecho
conforme tu fé.
Con aquella cura y
aquellas palabras, Jesús
quiso mostrar a sus
seguidores que la
verdadera fe es la que
cada uno trae en el
interior, independiente
de la raza a que
pertenezca o de la
creencia religiosa que
tenga, pues todos los
seres humanos son hijos
de Dios, que ampara a
todos con la misma
solicitud y el mismo
amor.
Entonces, Jesús dijo al
centurión que aguardaba
su respuesta:
El centurião se inclinó
en un gesto de profunda
gratitud al Maestro y se
alejó, apresurado.
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Antes de llegar a su
casa, aún en la calle,
el romano ya podía oír
el alboroto del pueblo
que conmemoraba la cura
de su siervo.
Él se aproximó, y lleno
de alegría vio al criado
que venía a su encuentro,
completamente curado.
Arrodillado delante del
patrón, el siervo vertía
lágrimas de alivio y
gratitud.
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— Señor, sé que estoy
curado gracias a su
bondad que fue a buscar
al profeta galileo y
suplicó por mí. ¡Gracias,
mi señor!
El centurión, ayudándolo
a levantarse, dijo:
— Usted hizo por
merecerlo. Siempre fue
criado bueno y servicial.
¡Agradezcamos a Jesús de
Nazaret que lo curó! ¡Loado
sea Dios!
Tia Célia
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