Hoy, la cuestión de la
culpa se hizo aún más
abarcadora, de acuerdo
con la ideología
vigente. En el
capitalismo, somos
culpados si no juntamos
capital. El fracaso
consiste en no ser éxito
en los negocios, en los
estudios, en la empresa,
en el consumo. Para las
mujeres, más que eso:
fracasadas son las que
no consiguen mantener el
patrón de belleza de las
modelos paurrérrimas de
las pasarelas.
Jean-Yeves Leloup, el
padre francés, autor del
libro “Normosis, la
Patología de la
Normalidad”, creó un
concepto bastante
interesante para definir
el contexto actual.
“Llamó normosis” a todo
lo que es aceptado
socialmente como siendo
algo normal, pero que,
sin embargo, causa
sufrimiento, patologías
e incluso la muerte.
Las relaciones fluidas,
el consumo exacerbado,
la búsqueda por el
patrón de belleza ideal,
por el éxito, por el
poder etc., hace que
buena parcela de la
población sufra,
generando síntomas de
difícil solución. Somos
culpados por no
conseguir alcanzar la
meta propuesta, dentro
de ese patrón de
normosis actual. Y,
buscando encubrir
la culpa, usamos
máscaras sociales que
nos hacen parecer.
Parecemos no errar,
parecemos tener,
parecemos ser. Pero sólo
parecemos. Todos
erramos, nada poseemos
[una vez que todo
pertenece a Dios y puede
sernos retirado en
cualquier momento] y, en
ese camino, ni siquiera
tenemos conocimiento de
quién realmente somos.
Destacamos sin embargo,
si por un lado tenemos
la cuestión de la culpa
como producto social, no
es menos verdadero que
hemos tenido contacto,
hace más de dos mil
años, con otras formas
de pensamiento que nos
traen reflexiones sobre
la situación del apego a
la materia y la
indiferencia con las
cuestiones del Espíritu.
Por lo tanto,
aunque sumergidos en una
ideología marcante y
opresora, no nos faltan
opciones filosóficas y
religiosas en este
contexto para que
podamos analizar nuestro
modo de ser y actúar en
el mundo y sus posibles
consecuencias.
El remordimiento como
mecanismo de autocastigo
Culpa es la conciencia
de un error cometido a
través de un acto que
provocó algún perjuicio
[sea material o moral] a
sí mismo o a otros. La
conciencia del error nos
trae sufrimiento. Y tal
sentimiento puede ser
vivido de dos formas:
saludable o
patologicamente.
Llamaremos como culpa
saludable aquella que
nos lleva al
arrependimento sincero y
que, aunque revestida de
dolor, impulsa el ser a
la reparación.
En el origen de la
palabra, arrepentimiento
quiere decir cambio de
actitud, o sea, actitud
contraria, u opuesta, a
aquella tomada
anteriormente. Ella se
origina del griego
metanoia (meta=cambio,
noia=mente).
Arrepentimento quiere
decir, por lo tanto,
cambio de mentalidad.
Tenemos, entonces, en el
proceso saludable,
primero el diagnóstico
del error. Sin este, es
imposible que sigamos
adelante sin acumular
más débitos. Personas
que se mantienen con la
conciencia adormecida,
al despertar, rescatan
dolores mayores,
acumulados debido a la
ceguera espiritual en
que se complacen.
Importante
resaltar que ningún hijo
está al margen del Amor
del Padre Celestial.
Todos hemos, en diversas
oportunidades y en
variados contextos,
contacto con las
verdades del Mundo Mayor.
Preciso es que la buena
voluntad surja en el
escenario, bajo riesgo
de quedar derrapando en
la carretera evolutiva
además del necesario,
recoger dolores
tardíos. Es preciso que
exista el
arrepentimiento sincero.
O sea, el cambio de
mentalidad.
Diagnosticamos el error
y no deseamos más
practicarlo. Pero, no
quedaremos sólo en la
lucha por la no
repetición del mal
cometido, sintiendo el
dolor de la expiación [el
dolor sentido por el
dolor causado]. Iremos
además: en el tercero
[Es imprescindible] paso,
seguiremos en dirección
a la reparación.
Allan Kardec, en el
libro El Cielo y el
Infierno, en el código
penal de la vida futura,
afirma que "el
arrepentimiento, si bien
sea el primer paso para
la regeneración, no
basta por sí sólo; son
precisas la expiación y
la reparación. (...)
Arrepentimiento,
expiación y reparación
constituyen, por lo
tanto, las tres
condiciones necesarias
para apagar los trazos
de uma falta y sus
consecuencias”.
En la culpa patológica
tenemos, como resultado,
sólo el remordimiento,
en un pensamiento en
circuito cerrado, en el
cual el ser cree
[erróneamente] que, al
sentir el dolor
repetido, está pagando
por el mal cometido y
rescatando sus débitos.
Triste ilusión, en que
la persona que sufre se
mantiene en un
monodeísmo,
autoflagelándose, sin
conseguir liberarse o
evolucionar. Se trata
aquí de un proceso de
congelamiento evolutivo,
una traba psicológica
que lleva a serias
patologías de la mente y
del cuerpo si no son
percibidas y alteradas
en poco tiempo.
En el remordimiento el
sujeto se recluye en su
dolor, lamentándose,
creyendo no ser
merecedor de nada bueno,
desistiendo de luchar,
de reparar para
liberarse. No consigue
percibir la función del
error y del dolor en la
evolución de sí mismo,
estacionando en aguas
tormentosas, en un
continúo sufrir sin
sentido.
El remordimiento lo hace
sufrir, pero no lo
libera. La persona queda
acomodada en la queja y
en la lamentación. Más
madura psicológicamente,
avanzaría por el camino
del autoperdón y
seguiría en dirección a
la reparación.
Muchas vidas y la culpa
inconsciente
Con el advenimiento de
la Doctrina Espírita,
adquirimos conocimientos
importantes, tales como
el de la reencarnación.
Aprendemos, a través de
ella, que experimentamos
existencias sucesivas,
en un continuum
evolutivo, en que las
experiencias surgen como
herramientas preciosas,
impulsando al ser a la
mejoría constante.
En ese proceso, el dolor
puede ser comparada con
la venida de la fiebre
en el cuerpo orgánico,
que señala algún
problema infeccioso que
debe ser diagnosticado
para que pueda ser
tratado. En el alma, el
dolor tiene el
importante papel de
alertarnos sobre algo
moral que no va bien.
Necesitamos salir de la
postura persecutória en
que frecuentemente nos
alojamos, analizando el
dolor como un enemigo.
Muy al contrario, ella
debe ser vista como
oportunidad de
conocimiento, de
comprensión de nosotros
mismos, para una posible
mejoría íntima real.
Lo que ocurre es que,
viciados en ese ‘apenas
sufrir’, seguimos
acumulando
remordimientos,
distantes aún del
objetivo mayor, que es
el de aprender con los
errores, notándolos y
siguiendo adelante,
liberados.
Vamos acumulando en el
psiquismo inconsciente
emociones relacionadas a
la culpa patológica,
cargando, en existencias
posteriores, problemas
de difícil solución.
Síndromes neuróticos
pueden estar íntimamente
conectadas a esos
recuerdos pasados, sin
embargo no es accesíbles
a la conciencia. Por
ejemplo: el miedo
terrible
que algunas personas
presentan de estar en
posición de mando pueden
reflejar errores del
pasado, cuando
necesitaron luchar con
la experiencia del poder
y fallaron, debido a su
personalidad arrogante,
abusiva o intempestiva.
La Doctrina Espírita
nos auxilia sobremanera
en la comprensión de
todo ese proceso, pues
nos revela la
anterioridad del Ser,
donde muchas veces está
la génesis de los
desequilibrios del hoy.
Pasamos a comprendernos
como señores de nuestras
acciones y tendemos, por
lo tanto, al cambio,
liberándonos del
remordimiento patológico
y aprendiendo a vivir
con más responsabilidad.
¿Y los que acaban de
llegar al Espiritismo?
Otro punto que nos
gustaría citar es sobre
los neófitos, los que
llegan a la Doctrina
Espírita y comienzan a
beber en sus fuentes.
Luego perciben la
grandiosidad del mensaje
revelador y en muchos
casos se asustan y se
esquivan de saber más,
asustados con la
posibilidad de nunca
conseguir realizar sus
enseñanzas.
Otros, que persisten un
poco más, pero que aún
no comprendieron el
mensaje en toda su
extensión, inician un
proceso autopunitivo
complejo, sufriendo
demasiado el dolor
oriunda de su pasado
complicado.
Un ejemplo: personas que
hacen uso de drogas [aún
las llamadas lícitas],
al aprender lo que
ocurre con el cuerpo
espiritual
[perispírito], pueden
pasar a sentir tremendas
dificultades íntimas.
Es preciso que se sepa
que no importa el tamaño
del problema o del
error, sino nuestro
empeño sano en las
elecciones del hoy que
redundarán en un futuro
diferente.
No tenemos más control
sobre lo que ya hicimos.
Eso es pasado. Pero
podemos controlar
nuestro propio futuro y
eso realmente depende de
nosotros.
Los errores nos ayudan
sobremanera en la
comprensión sobre los
nuevos caminos que deben
ser trillados. Son
importantísimos para
nuestra evolución. No
tendrán sentido para
nosotros determinadas
elecciones si no
supiéramos el porqué de
ellas. La fe precisa ser
razonada. Debemos saber
por qué necesitamos
cambiar,
cómo cambiar y cuándo
cambiar. Y aunque no
consigamos reformarnos
en determinados
aspectos, lo que
aprendemos es que
necesitamos volver a
intentar, volver a
intentar y volver a
intentar... setenta
veces siete veces, si es
preciso...
¿Y si no tuviésemos la
oportunidad de reparar
el mal que hicimos con
determinada persona,
directamente?
Busquemos no repetir el
error y amemos mucho.
Dice el apóstol Pedro
que “El amor cubre una
múltitud de pecados” (I
Pedro, 4;8). Es eso.
Recordemos que del error
de Rousseau y de Maria
de Magdala surgieron
frutos maravillosos.
Aunque sin conseguir una
reparación directa con
los perjudicados aún en
aquella encarnación [en
el caso de Rousseau, los
cinco hijos por él
abandonados], ambos
optaron por el ejercicio
del amor desinteresado y
con
eso nos dejaron un
bellísimo e importante
legado que, si es
observado y llevado a
efecto, nos ayuda en
nuestro camino,
liberándonos del
remordimiento,
impulsándonos al acierto,
al buen camino, conforme
ya nos indicaba, hace
dos mil años, Jesús, el
Maestro por excelencia.
Y aunque tengamos que
aguardar un tiempo mayor
para conseguir
oportunidad de
reparación directa, no
tengamos duda de que,
fortalecidos por el amor
en acción, conseguiremos
superar barreras
íntimas, haciéndonos,
por fin, benefactores no
sólo de estos, sino de
muchos otros que crucen
nuestros caminos.
Referências
bibliográficas:
LELOUP: J. Y; WEILL, P.;
CREMA, R. Normose: a
patologia da
normalidade. São Paulo,
Thot, 1997.
KARDEC, A. O Céu e o
Inferno, Código da Vida
Futura, p.94, Tradução
de Manuel Justiniano
Quintão, 42ª edição; FEB;
Rio de Janeiro, 1998.
O Livro dos
Espíritos, 1ª edição
comemorativa do
sesquicentenário,
Tradução de Evandro Noleto Bezerra, FEB, Rio
de Janeiro, 2006.
ROUSSEAU, J.J.; Emílio
ou Da Educação; tradução
Roberto Leal Ferreira,
3ª edição, São Paulo,
Martins Fontes, 2004.
WEBER, Max. A Ética
Protestante e o Espírito
do Capitalismo. São
Paulo, Martin Claret. 4ª
edição, 2001.
XAVIER, F.C.; Boa Nova,
capítulo Maria de
Magdala, pelo Espírito
Humberto de Campos; FEB;
3ª edição, Rio de
Janeiro, 2008.
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