Como deben
actuar los que
se dicen
cristianos
Algo que nos
sorprende a
todos en Brasil
es la falta de
compromiso con
la causa del
Evangelio, por
parte de un
número expresivo
de personas que
en nuestro país
se dicen
cristianas, un
contingente que
alcanza cerca de
90% de la
población
brasileña. Los
números del
Censo que
enseñan ese
porcentaje
pueden ser
averiguados en
un reportaje
publicado en la
edición 246 de
esta revista. He
aquí el link:
http://www.oconsolador.com.br/ano5/246/especial2.html
Es seguramente
esa falta de
compromiso que
explica el nivel
de violencia,
corrupción y
decadencia
moral, de que la
prensa brasileña
nos da cuenta
diariamente.
En un país con
un porcentaje
tan elevado de
personas
supuestamente
cristianas, el
cuadro social y
económico
debería ser,
necesariamente,
diferente. Pero
no es lo que se
ve, una vez que
los hechos
demuestran que
la sociedad
brasileña se
encuentra, en
sus más variados
sectores,
distanciada de
aquello que se
puede considerar
una vivencia
cristiana
legitima. “Mis
discípulos serán
conocidos por
mucho que se
amen”, he aquí
una frase de
Jesús que nadie
ignora.
¿Llegaremos un
día a verla
plenamente
realizada?
La vivencia
cristiana
legítima, como
es fácil deducir
meditando en las
lecciones del
Evangelio,
implica en un
clima de
convivencia
social en que la
fraternidad
impera y en la
cual todos se
ayudan y se
socorren,
buscando
dirimir,
solidariamente,
sus dificultades
y problemas.
Vivir el mensaje
del Evangelio es
convivir con el
prójimo,
aceptándolo tal
cual es, con sus
defectos e
imperfecciones,
sin la
pretensión de
corregirlo. El
cristiano de
verdad inspira
el semejante con
bondad, para que
él mismo
despierte y
cambie de
conducta por
decisión propia,
jamás por
imposición de
terceros.
Aislarse del
mundo, a
pretexto de
crecer
espiritualmente,
no pasa de una
experiencia ya
intentada en el
pasado, donde el
egoísmo
predomina,
porque aparta la
persona de la
lucha que forja
héroes y
construye los
santos de la
abnegación y de
la caridad.
De acuerdo con
lo que
aprendemos en la
doctrina
espirita, tal
procedimiento es
un equívoco, y
que no puede
agradar a Dios
una vida en que
el individuo,
deliberadamente,
decide no ser
útil a nadie. Es
evidente que no
nos referimos
aquí a los que
se apartan del
nuestro medio
para buscar en
el retiro la
tranquilidad
exigida por
ciertas
ocupaciones, ni
a los que se
recogen a
determinadas
instituciones
cerradas para
dedicarse,
amorosamente, al
socorro de los
desgraciados.
Esos, a pesar de
apartados de la
convivencia
social, prestan,
indiscutiblemente,
excelentes
trabajos a la
sociedad y
adquieren doble
mérito porque
tienen a su
favor, además de
la renuncia a
las
satisfacciones
mundanas, la
práctica de las
leyes del
trabajo y de la
caridad
cristiana.
Según Joanna de
Ângelis, al
bajar de las
Regiones Felices
al valle de las
aflicciones para
ayudarnos, Jesús
nos enseñó como
deben actuar los
que se dicen
cristianos. Él
no convocó a sí
los
privilegiados,
pero los
infelices, los
rebeldes, los
rechazados,
soportando sus
inmoralidades y
amándolos.
Recordando el
ejemplo del
Maestro, la
mentora
espiritual de
Divaldo P.
Franco nos
recomienda (Leyes
morales de la
Vida, cap.31):
“Atesta tu
confianza en el
Señor y la
excelencia de tu
fe mediante la
convivencia con
los hermanos más
desventurados
que tú mismo.
Seles la lámpara
encendida a
clarificarles la
marcha.
Nada esperes de
los otros.
Sé tú quien
ayuda, disculpa,
comprende.
Si ellos te
engañan o te
traicionan, si
te censuran o te
exigen lo que no
te dan, amaos
más, sufríos
más, una vez que
son más carentes
de socorro y de
amor de que lo
supones.
Si consiguieras
convivir
pacíficamente
con los amigos
difíciles y
hacerlos
compañeros,
tendrás logrado
éxito, luego
Jesús en tu
corazón estará
siempre
reflexionado en
el trato, en el
intercambio
social con los
que te buscan y
con los cuales
asciendes en la
dirección a
Dios.”
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