Paulinho, un niño de
diez años, tenía una
familia amorosa, casa
buena, juguetes y todo
lo que quería. En la
escuela hacía amigos con
facilidad. Sólo una cosa
disgustaba a las
personas: él protestaba
por todo.
En cierta ocasión,
Paulinho fue a jugar en
el patio de Mário, su
vecino, y decidieron
coger mangos. Las frutas
estaban tan amarillas
que se hacía la boca
agua.
Subieron al pie del
mango y comenzaron la
coger las frutas. Habían
cogido bastante, pero
Paulinho decidió coger
una última, que estaba
en la punta de una rama.
Mário alertó al amigo:
— ¡Paulinho, no hagas
eso! ¡Es peligroso! ¡La
rama puede romperse!...
Aún no había acabado de
hablar, cuando Paulinho
cayó de encima con un
grito:
— ¡Acudan! ¡Socorro!...
— gritó Paulinho, sin
embargo era tarde:
Estaba en el suelo.
La madre de Mário, al
oír la confusión, corrió
para ayudar al niño que
lloraba en el suelo.
Inmediatamente notó, por
la posición, que él se
había roto la pierna.
Como la madre de
Paulinho había salido,
lo cogió en los brazos y
lo llevó al hospital más
próximo. El médico,
después de examinarlo
cuidadosamente, enyesó
la pierna rota.
Paulinho volvió para
casa llorando mucho y
lamentándose de la
suerte. De ese día en
adelante, él sólo hacía
protestar de la caída
que había tenido y de la
pierna enyesada, que lo
incomodaba bastante.
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Cierto día, él había
salido para dar una
vuelta y, en una calle,
vio a un chico sentado
en una silla, muy alegre
vendiendo dulces que
estaban en un puesto.
— ¿Quién quiere comprar
dulces de cocos? ¡Ellos
son una delicia!
¡Prueben!...
Al pasar por el pequeña
puesto, Paulinho paró
interesado. El vendedor,
al ver al niño, ofreció:
— ¿Quieres probar un
trozo? ¡Prueba! ¡Mira
que delicia! — y levantó
un plato con pedazos de
dulces de coco
|
para servirse
Paulinho.
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El niño cogió un
pedacito, lo llevó a la
boca y quedó encantado.
— ¡Tienes razón! ¡Es una
delicia así! ¡Y de
varios colores!...
— ¡Sí! Esta el dulce de
coco blanco,
tradicional. Pero tengo
también de coco quemado,
con maracullá y con
fresa.
Ellos comenzaron a
charlar, se presentaron,
y el vendedor de dulces,
al notar que él estaba
enyesado, preguntó qué
había ocurrido. ¡Era lo
que faltaba! Paulinho se
puso a lamentarse de la
suerte, contando como
había caído del pie del
mango.
El chico, cuyo nombre
era Bernardo, de 14
años, sonrió y
consideró:
— Eso no fue nada,
Paulinho. Mas tarde tú
estarás bueno de nuevo.
El chico, que se
consideraba la persona
más infeliz del mundo,
replicó:
— ¡Tú dices eso,
Bernardo, porque no fue
contigo! Voy a quedar
dos meses cargando el
peso del yeso y con
estas muletas. ¿Sabes lo
que es no poder andar
bien?
— No. No sé, porque
nunca pude andar —
respondió Bernardo,
sonriendo.
Paulinho, extrañando las
palabras del muchacho,
preguntó:
— ¿Como es eso? ¡¿Tú no
andas?!...
Bernardo respiró hondo y
explicó:
— No. No sé lo que es
andar. Cuando aún era
bebé tuve una enfermedad
que me dejó sin
movimiento |
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en las piernas.
Por eso vivo siempre en
esta silla de ruedas.
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Sorprendido, Paulinho
percibió que, pensando
en él mismo, ni había
notado que el muchacho
estaba en una silla de
ruedas. Avergonzado,
pidió disculpas a
Bernardo, que dio una
carcajada:
— ¡No te preocupes!
¡Vivo muy bien así!
Tengo una vida normal,
estudio, y aún, en las
horas libres, ayudo a mi
madre vendiendo los
dulces que ella hace.
Somos pobres y es de
ellos que viene nuestro
sostenimiento. Trabajar
me hace muy bien; me
siento útil. Además de
eso, me gusta hablar con
las personas.
¡Tengo muchos
amigos!...
Viendo que Paulinho
estaba con los ojos
húmedos, lo consoló:
— En cuanto a tu
problema, no te
preocupes. El tiempo
pasa rápido e
inmediatamente estarás
bueno para hacer todo lo
que hacías antes.
El niño balanceó la
cabeza, concordando. Dio
la vuelta al puesto y
dijo:
— Mi problema no existe
más, Bernardo. Tú me
diste una gran lección
hoy.
Quiero que seamos
amigos. ¿Puedo darte un
abrazo?
Abriendo los brazos, el
muchacho abrazó al niño
al pecho, emocionado:
— Paulinho, yo tendré
mucha satisfacción de
tenerte entre mis
amigos.
Se despidieron y el
chico volvió para casa.
La madre notó que él
estaba diferente, sin
protestar de nada, y
preguntó:
— Tú estás cansado, con
seguridad. ¿Qué
ocurrió, hijo mío?
— No, mamá. Nunca estuve
tan bien. Ocurrió que
hoy yo encontré a la
persona más
extraordinaria que ya
conocí. A ti mamá te va
a gustar él. ¡Tras
Jesús, él es mi mejor
amigo!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, aos
7/01/2013.)
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