Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cuál
es el objetivo de las
pruebas?
B. ¿Qué
resultados se obtienen
de la manera de ver la
vida desde el punto de
vista espírita?
C. Según
el Espiritismo, ¿en qué
consiste la verdadera
infelicidad?
D.
¿Debemos mitigar la
expiación de nuestros
hermanos en sufrimiento?
Texto para la lectura
93. Con
frecuencia, el Espíritu
renace en el mismo medio
en el que ya ha vivido,
estableciendo de nuevo
relaciones con las
mismas personas, a fin
de reparar el mal que
les hubiera hecho. Si
reconociese en ellas a
quien odió, tal vez su
odio despertase otra vez
en su interior. En todo
caso, se sentiría
humillado en presencia
de las criaturas a
quienes hubiera
ofendido. (Cap. V, ítem
11)
94. Al
nacer, el hombre trae
consigo lo que adquirió;
poco le importa saber lo
que fue antes: si se ve
castigado, es porque
practicó el mal. Sus
malas tendencias
actuales indican lo que
le queda por corregir en
sí mismo y en esto debe
concentrar toda su
atención. Las buenas
resoluciones que tomó
son la voz de la
conciencia, que le
advierte de lo que es
bueno y lo que es malo y
le da fuerza para
resistir a las
tentaciones. (Cap. V,
ítem 11)
95. Si
murmuramos en las
aflicciones, si no las
aceptamos con
resignación y como algo
que debemos haber
merecido, si acusamos a
Dios de ser injusto,
contraeremos una nueva
deuda, que nos hará
perder el fruto que
debíamos cosechar del
sufrimiento. Es por eso
que tendremos que
recomenzar, como si a un
acreedor que nos
atormenta le pagásemos
una cuota y la tomásemos
de nuevo como préstamo.
(Cap. V, ítem 12)
96. La
calma y la resignación
que se obtienen de la
manera de considerar la
vida terrestre y de la
confianza en el futuro,
dan al individuo una
serenidad que es la
mejor protección contra
la locura y el suicidio.
(Cap. V, ítem 14)
97. La
incredulidad, la simple
duda sobre el futuro,
las ideas materialistas,
en una palabra, son los
mayores incitantes al
suicidio, pues ocasionan
la cobardía moral.
(Cap. V, ítem 16)
98. Con
el Espiritismo, no
existiendo más la duda,
cambia el aspecto de la
vida. El creyente sabe
que la existencia se
prolonga indefinidamente
más allá de la tumba,
pero en condiciones muy
diferentes; de ahí, la
paciencia y la
resignación que lo
alejan naturalmente de
pensar en el suicidio:
he ahí el coraje
moral. (Cap. V, ítem
16)
99. El
Espiritismo nos presenta
a los suicidas mismos
que nos informan sobre
la situación desdichada
en que se encuentran y
prueban que nadie viola
impunemente la ley de
Dios, que prohíbe al
hombre abreviar su vida.
El espírita tiene, así,
varios motivos para
contraponer a la idea
del suicidio: la
certeza de una vida
futura, en la que será
tanto más dichoso cuanto
más infeliz y resignado
haya sido en la Tierra;
la certeza de que
abreviando sus días,
llega precisamente a un
resultado opuesto al que
esperaba; que se libera
de un mal, para caer en
otro peor, más largo y
más terrible; que el
suicidio es un obstáculo
para reunirse en el otro
mundo con los que fueron
objeto de su afecto; de
donde sigue la
conclusión de que el
suicidio es contrario a
sus propios intereses.
(Cap. V, ítem 17)
100.
Pocos sufren bien; pocos
comprenden que sólo las
pruebas que se soportan
bien pueden conducirlos
al reino de Dios. El
desaliento es una falta
y Dios nos niega
consuelo porque nos
falta coraje. La oración
es un apoyo para el
alma, pero no basta: es
necesario que tenga por
base una fe viva en la
bondad de Dios, que no
coloca fardos pesados
sobre hombros débiles.
El fardo es proporcional
a las fuerzas, como la
recompensa lo será a la
resignación y al coraje.
Más opulenta será la
recompensa como penosa
la aflicción. Pero es
necesario merecerla, y
por eso la vida se
presenta llena de
tribulaciones. (Cap. V,
ítem 18, Lacordaire)
101.
“Bienaventurados los
afligidos” puede
traducirse así:
Bienaventurados los que
tienen la ocasión de
probar su fe, su
firmeza, su
perseverancia y su
sumisión a la voluntad
de Dios, porque tendrán
centuplicada la alegría
que les falta en la
Tierra, porque después
del trabajo vendrá el
reposo. (Cap. V, ítem
18, Lacordaire)
102. Si
hubieseis de llorar y
sufrir toda la vida,
¿qué sería eso comparado
a la eterna gloria
reservada al que haya
sufrido la prueba con
fe, amor y resignación?
Buscad consuelo a
vuestros males en el
porvenir que Dios os
prepara y su causa en el
pasado. Vosotros los que
más sufrís, consideraos
los afortunados de la
Tierra. (Cap. V, ítem
19, San Agustín)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cuál
es el objetivo de las
pruebas?
No todo
el sufrimiento soportado
en este mundo indica la
existencia de una
determinada falta.
Muchas veces son simples
pruebas buscadas por el
Espíritu para concluir
su purificación y
apresurar su progreso.
Así, la expiación sirve
siempre de prueba, pero
no siempre la prueba es
una expiación. Sin
embargo, pruebas y
expiaciones son señales
de una inferioridad
relativa, porque el que
es perfecto no necesita
ser sometido a prueba.
Un Espíritu puede, pues,
haber llegado a cierto
grado de elevación y,
deseoso de adelantar
más, solicitar una
misión, una tarea para
ejecutar, por la cual
será tanto más
recompensado si sale
victorioso, cuanto más
dura haya sido la lucha.
He ahí el objetivo de
las pruebas.
(El
Evangelio según el
Espiritismo, capítulo V,
ítems 8, 9, 19 y 26.)
B. ¿Qué
resultados se obtienen
de la manera de ver la
vida desde el punto de
vista espírita?
El hombre
puede suavizar o
aumentar la amargura de
sus pruebas, según la
manera en que encare la
vida terrena. Cuanto más
larga se le presenta la
duración del
sufrimiento, tanto más
sufre. Ahora bien, aquél
que la encara a través
del prisma de la vida
espiritual abarca, de
una sola mirada, la vida
corporal. La ve como un
punto en el infinito,
comprende su brevedad y
reconoce que ese penoso
momento pasará muy
rápido. La certidumbre
de un futuro próximo más
dichoso lo sostiene y
anima, y en lugar de
quejarse, agradece al
cielo los dolores que le
hacen avanzar. De esa
manera de considerar la
vida, resulta que se
disminuye la importancia
de las cosas de este
mundo y el hombre se
siente inducido a
moderar sus deseos, a
contentarse con su
posición, sin envidiar
la de los demás, a
atenuar la impresión de
los reveses y las
decepciones que
experimenta. De allí
adquiere una calma y una
resignación tan útiles a
la salud del cuerpo como
a la del alma, mientras
que con la envidia, los
celos y la ambición,
voluntariamente se
condena al tormento y
aumenta las miserias y
las angustias de su
breve existencia.
(Obra
citada, capítulo V,
ítems 13 y 22.)
C. Según
el Espiritismo, ¿en qué
consiste la verdadera
infelicidad?
Para
juzgar cualquier cosa,
necesitamos ver sus
consecuencias. Así pues,
para que apreciemos bien
lo que en realidad es
dichoso o desdichado
para el hombre,
necesitamos trasladarnos
más allá de esta vida,
porque es allá donde las
consecuencias se hacen
sentir. Ahora bien, todo
lo que se llama
desdicha, según la
estrecha mirada humana,
cesa con la vida
corporal y encuentra su
compensación en la vida
futura.
La
infelicidad verdadera es
la alegría, el placer,
el alboroto, la vana
agitación, la loca
satisfacción de la
vanidad que hacen callar
la conciencia, que
comprimen la acción del
pensamiento, que aturden
al hombre en relación a
su futuro. La
infelicidad es el opio
del olvido que los
hombres ardientemente
buscan. A ese respecto,
nos dice un amigo
espiritual: “¡Esperad,
vosotros que lloráis!
¡Temblad vosotros que
reís, porque vuestro
cuerpo está satisfecho!
No se engaña a Dios; no
se huye al destino; y
las pruebas, acreedoras
más despiadadas que la
jauría que la miseria
desencadena, acechan
vuestro reposo ilusorio
para sumergiros
súbitamente en la agonía
de la verdadera
infelicidad, de aquella
que sorprende al alma
debilitada por la
indiferencia y el
egoísmo. ¡Que el
Espiritismo, pues, os
esclarezca y reubique
bajo los verdaderos
prismas a la verdad y el
error, tan extrañamente
deformados por vuestra
ceguera! Entonces
actuaréis como bravos
soldados que, lejos de
huir del peligro,
prefieren las luchas de
los combates arriesgados
a la paz.”
(Obra
citada, capítulo V, ítem
24.)
D.
¿Debemos mitigar la
expiación de nuestros
hermanos en sufrimiento?
Sí.
Ayudarnos mutuamente en
nuestras respectivas
pruebas, es nuestro
deber. Todos nosotros,
sin excepción, debemos
esforzarnos para mitigar
la expiación de nuestros
semejantes, según la ley
de amor y caridad.
(Obra
citada, capítulo V, ítem
27.)
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