Cierta vez, en el claro
de un bosque, los
animales se reunieron
para discutir un asunto
muy importante.
Con la aproximación del
Día de las Madres, ellos
deseaban de alguna forma
homenajear aquellas
criaturas que les dieron
la vida.
Decidieron entonces
escoger, de entre todas
las madres, aquella que
sintetizara el Amor
Mayor.
Harían una linda fiesta
en medio de una claro
del bosque y, el Día de
las Madres, escogerían
la “Mejor Madre del
Mundo”.
Para eso, decidieron
invitar a todos los
animales del bosque.
Mandaron un mensajero, a
doña Golondrina, que
debería transmitir la
invitación a todos. Al
principio quedaron con
miedo de invitar a la
Leopardo Pintada, que
era muy feroz, pero
después concluyeron que,
irían a elegirse la
mejor madre del mundo,
nadie podría quedar
fuera.
Fue un alboroto en el
bosque. Los animales,
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animadísimos, se
prepararon
cuidadosamente
para la fiesta. |
Finalmente, llegó el
gran día. Los animales
ornamentaron dignamente
el claro, decorando los
troncos de los árboles
con flores entrelazadas
artísticamente. ¡Una
maravilla!
Cada animalito
compareció junto con su
orgullosa mamá. Todos
limpios, por los lavados
y barridos, plumas
alisadas, picos
lustrados, uñas pulidas
y cortadas, y las garras
afiladas.
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El Papagayo, que era el
animal más hablador,
sería el presentador de
la fiesta.
Todos ya estaban
presentes, con la
salvedad del Animal
Perezoso, que nunca
conseguía ser puntual.
Hasta doña Tortuga con
su hijita ya hubo
llegado, pues,
previsora, había salido
horas antes de su hora.
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Llegó el momento más
esperado de la fiesta.
Quién ganara el
concurso, se llevaría
como regalo un lindísimo
y enorme trozo de
bananas, donación del
Mono.
El Papagayo pidió a
todos que escogieran a
la Mejor Madre del
Mundo, de entre todas
las madres allí
presentes, y que sería
considerada la Madre más
bondadosa, dedicada,
inteligente y amorosa.
A una señal del
presentador, deberían
los animales indicar su
preferencia.
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Se hizo silencio
general. Hasta los más
habladores se callaron.
Cuando el Papagayo dio
la señal — ¡oh,
sorpresa! — ¡todos
apuntaron para su propia
madre!
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Fue un alboroto. Nadie
se entendía.
— ¡La mía es la mejor
madre! — decía el
conejito saltando.
— ¡No! ¡Es la mía! —
replicaba el mono, de su
rama.
— ¡De ninguna manera! —
gritaba el sapo con voz
ronca — ¡Es la mía!
— ¡No, no y no! — decía
la leopardo pintada
afilando las garras. —
¡Tengo seguridad de que
ninguna madre es más
dedicada que la mía, y,
además de eso, ella es
la más fuerte!...
Se estableció la
confusión, y los
animales inconformados
ya se preparaban para la
pelea, cuando la
Lechuza, tomando la
palabra, pidió silencio
a todos.
— ¡Mis amigos y
hermanos! Todos están
con razón. Mucha
pretensión la nuestra
querer escoger la Mejor
Madre del Mundo, porque
ella, sin duda alguna,
está siempre al lado de
cada uno de nosotros.
Todas las madres
presentes merecen
igualmente nuestro
respeto y nuestra
consideración, porque
son igualmente
dedicadas, amorosas,
inteligentes y
bondadosas para cada uno
de sus hijos.
Hizo una pausa para
evaluar el efecto de sus
palabras sobre el
auditorio, y continuó:
— ¡Para finalizar,
propongo que todas las
madres presentes reciban
el título de Mejor Madre
del Mundo!
Los animales se miraron
entre sí e
inmediatamente
concordaron con la
Lechuza, aplaudiendo:
— ¡Viva! ¡Viva! ¡Muy
bien! ¡Viva a las
Madres! ¡Viva
a la Lechuza!
El Mono, colgado en una
rama y moviendo la
cabeza, preguntó:
— Está todo muy
correcto. Pero, ¿y el
regalo que yo di?
La lechuza no tuvo dudas
en responder:
— ¡Dividiremos con todos
los que aquí están y
haremos una gran fiesta!
Se cuenta que los
animales, muy felices y
animados, repartieron el
enorme trozo de bananas
y bailaron hasta el
rallar del día al sonido
de la Orquesta de los
Tordos.
TIA CÉLIA
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