Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. La
tranquilidad verdadera
no puede ser conquistada
al precio de la
indiferencia ante los
problemas ajenos.
Explique esto.
B. ¿Cuál
es el verdadero
significado del
mandamiento “honrad
padre y madre”?
C.
¿Cuántas clases de
familias existen?
D. ¿Cuál
es el motivo del odio y
la repulsión que se
observa en ciertos
niños?
Texto para la lectura
198. Amad
a vuestro prójimo;
amadle como a vosotros
mismos porque ahora ya
sabéis que al rechazar a
un desdichado estaréis,
quizás, apartando de
vosotros a un hermano,
un padre, un amigo de
tiempos pasados. Si así
fuera, ¡cuál no será la
desesperación de la que
os sentiréis atrapados,
al reconocerlo en el
mundo de los Espíritus!
(Cap. XIII, ítem 9,
Hermana Rosalía)
199.
Tened presente siempre
que, rechazando a un
pobre, tal vez repeláis
a un Espíritu que os ha
sido querido y que, por
el momento, se encuentra
en una posición inferior
a la vuestra. Encontré
aquí a uno de los pobres
de la Tierra, a quien
felizmente pude ayudar
algunas veces, y al que,
a mi vez, tengo ahora
que implorar auxilio.
(Cap. XIII, ítem 9,
Hermana Rosalía)
200.
Amigos, se puede hacer
caridad de mil maneras.
Podéis hacerla por medio
del pensamiento, las
palabras y las acciones.
Con los pensamientos,
orando por los pobres
abandonados, que
murieron sin encontrarse
en condiciones de ver la
luz. Una plegaria hecha
de corazón los alivia.
Con las
palabras, dando a
vuestros compañeros de
todos los días algunos
buenos consejos,
diciéndoles a los que,
irritados por la
desesperación y las
privaciones, blasfeman
del nombre del Altísimo:
“Yo era como sois;
sufría, me sentía
desdichado, pero creí en
el Espiritismo y ved
ahora qué feliz soy.”
A los
ancianos que os dijeran:
“Es inútil; estoy al
final de mi jornada;
moriré como he vivido”,
decidles: “Dios hace a
todos igual justicia;
acordaos de los obreros
de la última hora.” A
los niños ya enviciados
por las compañías que
les rodean y que van por
el mundo, a punto de
sucumbir a las malas
tentaciones, decidles:
“Dios os ve, queridos
pequeños”, y no os
canséis de repetirles
esas dulces palabras,
que terminarán por
germinar en sus
inteligencias infantiles
y, en vez de vagabundos,
haréis de ellos hombres.
Eso también es caridad.
(Cap. XIII, ítem 10, un
Espíritu protector)
201.
Dios, en su misericordia
infinita os ha puesto en
el fondo del corazón un
centinela vigilante, que
se llama conciencia.
Escuchadla, que sólo os
dará buenos consejos.
Escuchadla, interrogadla
y con frecuencia os
sentiréis consolados con
el consejo que
recibiréis de ella.
(Cap. XIII, ítem 10, un
Espíritu protector)
202.
¡Comprended las
obligaciones que tenéis
para con vuestros
hermanos! Id, marchad al
encuentro del
infortunio; sobre todo,
id en ayuda de las
miserias ocultas ¡porque
éstas son más dolorosas!
Id, bienamados míos, y
tened en mente estas
palabras del Salvador:
“Cuando vistáis a uno
de estos pequeños,
recordad que ¡es a mí a
quien lo hacéis!”
(Cap. XIII, ítem 11,
Adolfo, obispo de Argel)
203.
¡Caridad! Palabra
sublime que sintetiza
todas las virtudes, tú
eres la que debe
conducir a los pueblos a
la felicidad.
Practicándote, ellos se
crearán infinitos goces
para el futuro y,
mientras estén exiliados
en la Tierra, tú serás
su consuelo, el anticipo
de las alegrías que
disfrutarán más tarde,
cuando se encuentren
reunidos en el seno del
Dios de amor. (Cap.
XIII, ítem 11, Adolfo,
obispo de Argel)
204. Es
en la caridad que debéis
buscar la paz del
corazón, el contento del
alma, el remedio contra
las aflicciones de la
vida. ¡Oh! Cuando estéis
a punto de acusar a
Dios, echad una mirada
por debajo de vosotros;
ved cuántas miserias hay
por aliviar, cuántos
pobres niños sin
familia, cuántos
ancianos sin ninguna
mano amiga que los
ampare y les cierre los
ojos cuando la muerte
les reclame. ¡Cuánto
bien por hacer! (Cap.
XIII, ítem 11, Adolfo,
obispo de Argel)
205. La
caridad es, en todos los
mundos, el áncora eterna
de la salvación; es la
más pura emanación del
Creador mismo; es su
propia virtud que Él da
a la criatura. (Cap.
XIII, ítem 12, San
Vicente de Paúl)
206. Mis
queridos amigos, todos
los días escucho entre
vosotros decir: “Soy
pobre, no puedo hacer
caridad”, y todos los
días veo que faltáis con
la indulgencia a
vuestros semejantes. No
les perdonáis nada y os
erigís en jueces muchas
veces severos, sin
preguntaros si quedaréis
satisfechos de que
procediesen del mismo
modo con vosotros. ¿No
es caridad también la
indulgencia? (Cap. XIII,
ítem 15, un Espíritu
protector)
207. La
mujer rica, dichosa, que
no necesita emplear su
tiempo en las tareas de
su hogar, ¿no podrá
consagrar algunas horas
a trabajos que sean
útiles a sus semejantes?
Compre, con lo que se
sobre de sus placeres,
prendas de abrigo para
el infeliz que tirita de
frío; confeccione, con
sus delicadas manos,
ropa burda pero que den
calor; ayude a una madre
a vestir al hijo que va
a nacer. Si por ello su
propio hijo se queda con
algunos encajes de
menos, el del pobre
tendrá más con que
calentarse. Trabajar
para los pobres es
trabajar en la viña del
Señor. (Cap. XIII, ítem
16, Juan)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. La
tranquilidad verdadera
no puede ser conquistada
al precio de la
indiferencia ante los
problemas ajenos.
Explique esto.
El
sentimiento más adecuado
para hacer que
progresemos, dominando
en nosotros el egoísmo y
el orgullo, aquél que
dispone nuestra alma a
la humildad, a la
beneficencia y al amor
al prójimo, ¡es la
piedad! Esa piedad que
nos conmueve hasta las
entrañas al ver los
sufrimientos de nuestros
hermanos y que nos
incita a extenderles la
mano para socorrerlos.
Por lo tanto, nunca
apaguemos en nuestros
corazones esas emociones
celestiales; no
procedamos como esos
egoístas endurecidos que
se alejan de los
afligidos porque el
espectáculo de sus
miserias les turbaría
por unos instantes su
alegre existencia.
Evitemos mantenernos
indiferentes cuando
podemos ser útiles. La
tranquilidad que se
compra a expensas de una
indiferencia culpable es
la tranquilidad del mar
Muerto, en cuyas aguas
se esconde, en el fondo,
el fango fétido y la
corrupción.
(El
Evangelio según el
Espiritismo, capítulo
XIII, ítem 17.)
B. ¿Cuál
es el verdadero
significado del
mandamiento “honrad
padre y madre”?
El
mandamiento “Honrad a
vuestro padre y a
vuestra madre” es una
consecuencia de la ley
general de caridad y
amor al prójimo, porque
no puede amar a su
prójimo aquél que no ama
a su padre y a su madre;
pero el término “honrad”
encierra un deber más
para con ellos: el de la
piedad filial. Honrar a
su padre y a su madre no
consiste sólo en
respetarlos; es también
asistirlos en la
necesidad; es
proporcionarles descanso
en su vejez; es
rodearles de cuidados
como ellos lo hicieron
con nosotros en la
infancia.
(Obra
citada, capítulo XIV,
ítems 2, 3 y 4.)
C.
¿Cuántas clases de
familias existen?
Existen
dos clases de familias:
las familias unidas
por lazos espirituales y
las familias unidas por
lazos corporales.
Duraderas, las primeras,
se fortalecen mediante
la purificación y se
perpetúan en el mundo de
los Espíritus, a través
de las diversas
migraciones del alma;
las segundas, frágiles
como la materia, se
extinguen con el tiempo
y muchas veces se
disuelven moralmente, ya
en la existencia actual.
(Obra
citada, capítulo XIV,
ítem 8.)
D. ¿Cuál
es el motivo del odio y
la repulsión que se
observa en ciertos
niños?
Cuando
deja la Tierra, el
Espíritu lleva consigo
las pasiones o las
virtudes inherentes a su
naturaleza y se
perfecciona en el
espacio, o permanece
estacionario hasta que
desee recibir la luz.
Muchos, pues, se van
llenos de odios
vehementes y de deseos
de venganza no
satisfechos; pero a
algunos de ellos, más
adelantados que otros,
se les permite entrever
una pequeña parte de la
verdad; reconocen
entonces las funestas
consecuencias de sus
pasiones y son inducidos
a tomar buenas
resoluciones. Comprenden
que, para llegar a Dios,
sólo hay una clave: la
caridad. Ahora bien, no
hay caridad sin olvido
de los ultrajes y las
injurias; no hay caridad
sin perdón, ni con el
corazón lleno de odio.
Entonces, mediante un
esfuerzo insólito, tales
Espíritus logran ver a
las personas a quienes
odiaron en la Tierra.
Pero al verlos, la
animosidad se despierta
en su interior; se
rebelan a la idea de
perdonar y, más aún, a
la de renunciar a sí
mismos, sobre todo a la
idea de amar a los que
destruyeron, quizá, su
fortuna, su honor, su
familia. Sin embargo, el
corazón de esos
desdichados está
conmovido. Dudan, se
estremecen, agitados por
sentimientos contrarios.
Si prevalece su buena
resolución, oran a Dios,
imploran a los buenos
Espíritus que les den
fuerza en el momento más
decisivo de la prueba.
Por fin, después de años
de meditaciones y
plegarias, el Espíritu
aprovecha un cuerpo que
se prepara en la familia
de aquél a quien
detestaba, y pide a los
Espíritus encargados de
transmitir las órdenes
superiores, el permiso
para cumplir en la
Tierra los destinos de
aquel cuerpo que acaba
de formarse. ¿Cuál será
su conducta en la
familia escogida?
Dependerá de su mayor o
menor persistencia en
las buenas resoluciones
que tomó. El contacto
permanente con seres a
quienes odió constituye
una prueba terrible,
bajo la cual a veces
sucumbe, si su voluntad
no es aún lo bastante
fuerte. Así, según
prevalezca o no la buena
resolución, será amigo o
enemigo de aquellos
entre los cuales fue
llamado a vivir. Es así
cómo se explican esos
odios, esas repulsiones
instintivas que se
observan en ciertos
niños y que parecen
injustificables.
(Obra
citada, capítulo XIV,
ítem 9.)
|