Ser feliz es una
ambición
genuinamente
humana. De
cierta manera,
pasamos buena
parte de
nuestras
existencias en
busca de la
felicidad.
Conforme pondera
el psicólogo
Martin Y.P.
Seligman, “Más
palabras fueron
escritas para
definir la
felicidad de lo
que
prácticamente
cualquier
otra cuestión
filosófica”.1
De hecho, en una
rápida búsqueda
en el Google
encontramos más
de 24 millones
de citas para el
término
felicidad y
157 millones
para su similar
en inglés, es
decir,
happiness.
A pesar de eso,
felicidad es un
concepto aún
apenas
comprendido. A
fin de cuentas,
las personas aún
le atribuyen
determinados
estados,
características
y descripciones
que no le caben
o restringen su
significado. En
consonancia con
otro destacado
psicólogo,
Michael Argyle
(1995-2002), las
personas
generalmente
describen la
felicidad en
términos de
contentamiento,
satisfacción,
paz mental,
sentimiento de
realización,
deleite,
alegría, entre
otras cosas.2
Estableciendo
más claramente
sus fronteras
conceptuales,
Seligman
considera que lo
importante es
saber distinguir
una felicidad
momentánea de
una constante.3
Siendo así
la momentánea
puede ser
fácilmente
aumentada por el
usufructo de
experiencias
(gozos)
pasajeras y/o
fugaces tales
como ir al cine,
teatro, centro
comercial,
saborear un
chocolate,
recibir una
promoción,
aumento de
salario etc.
Pero elevar la
constante de
felicidad es
algo que el
aumento del
número de
episodios de
sentimientos
positivos
momentáneos
no logrará. Tal
vez sea por esa
razón que el
concepto de
felicidad viene
sufriendo
incontables
interpretaciones
al largo de la
historia.
A propósito, el
médium Divaldo
P. Franco hace
esclarecedoras
consideraciones
sobre el tema.
Reculando el
tiempo, él
declara que fue
en Grecia que el
concepto de
hedonismo – aún
extremadamente
relevante en los
tiempos actuales
– floreció como
una filosofía
que abarcaba “el
placer y la
belleza como
bienes supremos
de la vida
humana”.4
Algunos de los
representantes
más eminentes de
esa escuela de
pensamiento
fueron Aristipo
de Cirene
(435-366 a.C.) y
Epicuro de Samos
(341-270 a.C.).
El pensamiento
hedonista en la
actualidad -
Así, “Mientras
el primero decía
que el placer es
un bien en sí,
pudiendo ser
usado
intensamente, el
segundo
determinaba la
moderación del
placer, en el
objetivo de que
se pudiera
llegar a la
verdadera
felicidad.
“Las dos
doctrinas fueron
confundidas a lo
largo de los
siglos, y lo que
perduró para la
historia fue la
noción hedonista
de Aristipo, que
predicaba la
búsqueda
desenfrenada por
los placeres
sensoriales,
como comer,
beber, dormir y
practicar sexo,
sin cualquier
evaluación de
carácter moral”.5
No hay
dificultad de
percibirse que
el pensamiento
hedonista
influencia
fuertemente el
modo de vida de
considerable
cuota de la
humanidad
presentemente
encarnada. Basta
ver, por
ejemplo, la
drogadicción, el
alcoholismo y la
sexolatria que
dominan
especialmente
las mentes
infanto-juveniles.
Pero en
flagrante
contraste con
los pensadores
citados,
Sócrates
(469-399 a.C.):
“[...] su tiempo
ya decía que la
felicidad es
independiente
del haber, del
no haber, del
enfrentar el
dolor. La
verdadera
felicidad es el
ser. Pero, para
ser, son
indispensables
tres factores:
el pensamiento
recto, la
conducta recta y
las palabras
saludables”.6
Franco cita
también al
notable pensador
cínico, Diógenes
de Sínope
(412-323 a.C.)
que vivió como
un mendigo y,
como tal,
despreciaba a
los poderosos y
las convenciones
sociales. Su
filosofía
condenaba
vehementemente
el placer, el
deseo y la
lujuria.7
También siempre
nos
fascinaron las
ideas de otro
filósofo que, de
hecho, ejerce
gran influencia
en el
pensamiento
académico
contemporáneo,
es decir,
Aristóteles
(384-322 a.C.),
discípulo de
Platón.
Aristóteles
desarrolló el
concepto de
eudaimonia, o
sea, en el
griego la
palabra ‘‘yo’’
evoca la idea de
bien o
bienestar y
‘daemon”,
Espíritu.
Y aquí hay un
claro avance en
el asunto, pues,
como observa el
académico
Eduardo Wills,
el eudaimonismo
considera el
bienestar sea
más importante
que la felicidad
hedónica porque
tiene que ver
con la
realización de
los potenciales
humanos.8
La felicidad y
su relación con
la vida virtuosa
-
Para él, la
visión
aristotélica
interpreta la
felicidad como
parte de una
comprensión
virtuosa o ética
de la vida.
Pero, a fin de
cuentas, lo que
guía la acción
humana es
precisamente la
búsqueda por la
felicidad. El
pensamiento
aristotélico
aboga también
que para
descubrir el
verdadero
significado de
la felicidad es
vital examinar
inicialmente la
naturaleza
humana
(Espíritu) en
toda su
complejidad.9
Dentro de esa
perspectiva, se
tiene cómo
correcto que el
ejercicio de las
facultades
humanas en toda
su condición de
excelencia
conducirá a la
felicidad, y
constituyendo
tal búsqueda un
compromiso de
vida. Para
Wills, “De esa
forma, la
búsqueda de la
felicidad tendrá
implicaciones
prácticas en
términos de
vivir una vida
virtuosa”. En
esa concepción,
la felicidad es
producto de la
manera como
utilizamos
nuestras
habilidades. De
hecho, conocidos
personajes de la
actualidad
conectados a
ciertos
escándalos
financieros y
políticos, por
ejemplo,
comprometieron
irremediablemente
sus niveles de
felicidad al no
adoptar una
conducta
virtuosa. A fin
de cuentas, hoy
sus nombres
están claramente
identificados
como malhechores
o transgresores
de la ley. Por
fin, es muy
auspicioso que
un científico
con la
envergadura de
Wills proponga
que la
satisfacción con
la
espiritualidad
contribuirá para
la obtención de
elevados niveles
de satisfacción
con la vida como
parte de la
visión
eudaimônica de
felicidad.10
Sin embargo, al
examinar las
diferencias de
la felicidad,
Michael Argyle
sugirió que
“Felicidad puede
ser entendida
como una
reflexión sobre
la satisfacción
con la vida, o
como la
frecuencia e
intensidad de
emociones
positivas”.11
En efecto, hay
sustanciales
evidencias
empíricas de
que las
emociones
positivas crean
un escudo contra
los “estragos
del
envejecimiento”,
conforme atesta
Seligman.12
Por otro lado,
estudiosos de la
felicidad han
argumentado que
las personas y
las naciones son
más o menos
felices
teniéndose en
consideración
algunos
sentimientos
positivos
relacionados a
las dimensiones:
relaciones
sociales,
trabajo y
desempleo, ocio,
dinero, clase,
cultura,
personalidad,
alegría,
satisfacción con
la vida, edad,
sexo, salud,
progreso y así
por delante.13
Lo que hace una
vida digna -
Basado en eso,
Argyle afirmó
que las
condiciones
generales de
vida impactan la
felicidad.
Entonces
felicidad es un
concepto
multidimensional.
Dicho de otra
forma: es
resultante de
varias causas.
En el mundo
hodierno, como
sabemos, los
haberes
monetarios
tienen un papel
preponderante en
la vida de las
personas, pero
no son
necesariamente
sinónimos de
felicidad. En
consonancia con
Seligman, “Más
que el propio
dinero, lo que
influencia la
felicidad es la
importancia que
usted da a el
[...]”.14
¿Pero qué
hace una vida
digna? Según
investigaciones
desarrolladas
por el Instituto
Gallup en escala
mundial es
necesario
satisfacer cinco
elementos
esenciales, a
saber: bienestar
de la carrera,
social,
financiero,
físico y
comunitario.15
En la actualidad
existen incluso
rankings de
felicidad de las
naciones. Por
ejemplo, el
Happy Planet
Index que mide
la expectativa
de vida,
bienestar y
aspectos
ecológicos.
Aunque ellos
sirvan de
parámetro, son
imperfectos
porque cada uno
usa determinado
conjunto de
variables o
criterios
específicos de
medicación que
acaban llevando,
de cierto modo,
al subjetivismo.
Además, se nota
en el
pensamiento y en
la medicación
contemporánea de
felicidad que
hay una clara
inclinación/bies
para “el tener”
en detrimento
del “ser”.
Puesto esto,
¿que puede
ofrecernos la
religión acerca
de felicidad en
un mundo donde
hay tanta
infelicidad?
Seligman
argumenta que:
“La relación
entre esperanza
en el futuro y
fe religiosa es
probablemente la
piedra angular
del motivo por
el cual la fe
ahuyenta la
desesperación y
aumenta la
felicidad
[...]”.16
Si las
religiones
contribuyeran
con sólo esa
percepción ya
estarían
haciendo un
trabajo
ciertamente
apreciable.
Pero
encapsulando
toda la
complejidad de
la vida en la
dimensión
material, el
Espíritu Joanna
de Ângelis va
mucho más lejos
al afirmar que:
“[...] no se
puede disfrutar
de felicidad
plena durante la
vida carnal, sin
embargo, por
medio de los
actos morales
cada persona
puede atenuar
las aflicciones
que transcurren
de las
experiencias
infelices
originadas en
sus existencias
pasadas”.17
O como sintetizó
sabiamente Allan
Kardec, “La
felicidad no es
de este mundo”.18
La propuesta de
Sócrates y la
propuesta
espírita -
Por su parte,
Divaldo P.
Franco nos
recuerda que:
“El Espiritismo
considera la
felicidad a
través de la
propuesta de
Sócrates y de
Jesús. Sócrates
dice que más
importante que
el tener es ser.
La felicidad del
punto de vista
socrático es la
derivación de
pensamientos
correctos, de
actos
equilibrados y
de corazones
pacificados.
Solamente tiene
un corazón
pacificado quien
actúa
correctamente, y
solamente actúa
con equilibrio
aquel que piensa
bien”.19
Esa propuesta
fue
completamente
absorbida por el
Cristianismo
naciente, y
Jesús demostró a
lo largo de su
corta vida –
pero con la más
absoluta
coherencia,
dígase – que más
importante que
los valores
externos es la
condición de paz
conquistada por
la criatura
humana. Así
pues, el
Espiritismo,
explica Franco,
defiende que la
verdadera
felicidad
resulta de una
conciencia
tranquila,
consecuencia
natural, de
hecho, de un
individuo que
posee un
carácter recto y
se guía por una
conducta
correcta.
El respetable
médium ofrece
explicaciones
sensatas sobre
el tema ahora en
aprecio y que
merecen nuestra
reflexión – o
sea:
“¿Por qué la
felicidad no es
de este mundo?
Porque vivimos
en un mundo
relativo, y la
felicidad sería
una conquista
permanente.
Desde que
vivimos en lo
relativo,
vivimos en lo
inestable. La
felicidad debe
ser estable.
“¿Pero por qué
entonces hay esa
relatividad?
Porque nosotros
confundimos
placer con
felicidad [...]”20
En ese sentido,
Joanna de
Ângelis nos
informa que
“Solamente en la
conquista de los
valores eternos
es que el ser
adquiere bienes
que si no
transfieren de
manos y armonía
que nada vence”.21
Franco, a su
turno, esclarece
que Jesús en su
misión de
despertarnos
para lo
cierto nos
informó que su
reino no era de
este mundo. Y
tal afirmación
debe ser
interpretada
como “[...]
Equivalente a
decir que la
felicidad es el
reino de Dios.
La felicidad
plena espera por
nosotros -
Pero, si el
Reino de Dios no
es de este
mundo, hay una
sutileza: él no
es de este
mundo, pero
comienza en este
mundo. Será aquí
que iremos a
colocar los
pilares de la
felicidad,
establecer las
bases éticas y
morales de
nuestra propia
existencia
[...]”22
Sin embargo,
“[...] Para ir a
ese mundo
trascendental,
estamos en la
Tierra
preparando los
escalones del
ascenso a través
de nuestra vida
moral”. 23
Él también
observa con
acierto que:
“Jesús vino a
diseñarnos la
felicidad real,
el bien. Si
deseamos la
felicidad,
amemos, pero
amemos de tal
forma como si
fuera a nosotros
mismos, con el
amor propio que
mucha gente no
tiene [...]”.
24
Por eso, la
verdadera
felicidad es
aquella que
proporciona paz
interior porque
es erigida sobre
leyes
universales.
Esta no depende
de ningún bien
material o
placer fugaz.
Para concluir,
Kardec nos da
explicaciones
interesantes
acerca del
significado
trascendente de
la felicidad
sobre las cuales
deberíamos
meditar:
“La suprema
felicidad
consiste en el
gozo de todos
los esplendores
de la creación,
que ningún
lenguaje humano
jamás podría
describir, que
la imaginación
más fecunda no
podría concebir.
Consiste también
en la
penetración de
todas las cosas,
en la ausencia
de sufrimientos
físicos y
morales, en una
satisfacción
íntima, en una
serenidad del
alma
imperturbable,
en el amor que
envuelve a todos
los seres, a
causa de la
ausencia de
fricción por el
contacto de los
malos, y, por
encima de todo,
en la
contemplación de
Dios y en la
comprensión de
sus misterios
revelados a los
más
dignos. La
felicidad
también existe
en las tareas
cuyo gravamen
nos hace
felices. Los
puros Espíritus
son los Mesías o
mensajeros de
Dios por la
transmisión y
ejecución de sus
voluntades.
Comprende las
grandes
misiones,
presiden a la
formación de los
mundos y a la
armonía
general del
Universo, tarea
gloriosa a que
se llega sino
por la
perfección. Los
de la orden más
elevada son los
únicos que
poseen los
secretos de
Dios,
inspirándose en
su pensamiento,
de que son
directos
representantes”.25
Esa felicidad
plena espera por
nosotros, pero
trabajemos por
merecerla.
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