Era sábado y Carlinhos
no tenía clase. El día
estaba lindo y el sol
brillaba en el cielo
azul.
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Matias, padre de
Carlinhos, invitó al
hijo para pasear en un
bello parque de la
ciudad. ¡El niño se
entusiasmó! Era difícil
el padre, muy ocupado,
poder salir con él. Se
vistieron una ropa
apropiada y fueron a
andar con los patines.
En el parque,
descubrieron que mucha
gente había tenido la
misma idea. Algunos
corrían, otros hacían
ejercicios, otros
andaban con skate y
muchos caminaban, todos
alegres.
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Carlinhos y el padre se
pusieron a caminar,
mirando los bellos
árboles, los pajaritos
que cantaban en lo alto
de las ramas y admiraban
las bellas flores y los
patos al borde del lago.
En eso, Carlinhos vio a
su amigo Érico, que
venía en la dirección de
ellos andando con los
patines, y lo llamó:
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— ¡Érico! ¡Que bueno
encontrarlo aquí!...
El niño sonrió
satisfecho y, ahora más
cerca, respondió:
— ¡Hola, Carlinhos!
¿Tuvimos la misma idea,
no es así? Pedí a mi
padre que me trajera
aquí porque me gusta
mucho este parque y casi
nunca él puede venir
conmigo.
Los adultos se saludaron
y se pusieron a
conversar.
Geraldo, padre de Érico,
mostraba
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fisionomia
seria, sin gran
voluntad de
conversar, y se
puso a
protestar: |
— Pues sí. Hoy el Érico
me arrastró para aquí y
tuve que venir. Pero no
estoy con disposición
para andar, estoy lleno
de problemas que
resolver, la cabeza
atormentada...
El padre de Carlinhos
notó que él no estaba
muy bien, le puso la
mano en el hombro y
dijo:
— ¡No te preocupes,
Geraldo, ten confianza
en Dios! Con la ayuda de
Nuestro Padre, no hay
que no podamos resolver.
¡Ten fe, amigo!
Al oír aquellas
palabras, Geraldo se
mostró aún más irritado:
— ¡Ahora Matias! Lo que
tengo que resolver sólo
a mí dice respeto. De
hecho, no creo en Dios,
en vida después de la
muerte, en
reencarnación, en nada.
— ¡Ah! Entonces, ¿a
quién supones tú que
debemos el don de la
vida? Todo se encaja en
la Creación, desde las
más pequeñas cosas hasta
las mayores, como los
planetas, las
constelaciones, las
galaxias, finalmente,
todo el Universo.
¡¿Quién, entonces, creó
todo eso, que mente
poderosa tendría
dándonos el don de la
vida?!... – preguntó
Matias.
Los chicos, notando la
seriedad de la
conversación, se
pusieron a escuchar,
interesados, el diálogo
de los adultos. Érico
estaba preocupado; sabía
como el padre se ponía
cuando era contrariado.
Geraldo rojo al oír las
ponderaciones de Matias:
— ¡La Naturaleza, que es
perfecta! Pues no creo
en nada de lo que
hablaste. Todo eso es
tontería. En ese
momento, Érico tiró del
pantalón del padre, que
se extrañó, y miró para
el hijo.
— ¡¿Papá, cómo puedes
decir eso?! ¡“Yo” creo!
¿Te acuerdas que cuando
era más pequeño yo
contaba sobre mis
recuerdos de otra vida?
Mientras el padre abría
la boca, oprimido, Érico
contó a Matias y
Carlinhos:
— Cuando yo tenía sólo
tres años, contaba que
“sabía” haber vivido
antes. Recordaba que era
el abuelo de mi padre y
pedía a mis padres que,
al crecer, nunca me
dejaran beber, pues
había renacido para
vencer la adicción de la
bebida. ¿Recuerdas,
papá?
En ese momento,
sorprendido, Geraldo
respondió:
— Me acuerdo que tú
decías esa tontería,
pero yo nunca lo creí,
mi hijo.
— Pues es verdad. Me
acuerdo hasta que,
cuando yo era aún
Armando Garcia, tu
abuelo, y tú, mi nieto
pequeño, fuiste conmigo
hasta una montaña.
Cuando estábamos allá en
lo alto, mirando para el
paisaje que se extendía
a nuestro frente allá
abajo, yo te dije:
— Geraldinho, mi nieto,
yo quiero parar de beber
y no lo consigo. Pero yo
voy a pedir a Dios para
volver y cambiar de
comportamiento. Voy a
pedir también que tú
seas mi padre y quiero
que me ayudes a ser
alguien más responsable
y útil a mi prójimo. Y
tú lo juraste que me
ayudarías. Entonces, te
di una medalla con la
imagen de Jesús y te
pedí que no la mostraras
a nadie. ¿Te acuerdas?
De rojo que estaba
Geraldo se volvió blanco
del susto. Con los ojos
húmedos de llanto,
confirmó:
— ¡Es verdad, mi hijo!
Me acuerdo de ese paseo
y del pedido de tu
abuelo, que respeté. En
aquella hora él me
entregó la medallita,
que jamás mostré a
nadie; la guardo en
lugar secreto, como él
me pidió. ¡Ahora
entiendo la razón de mi
abuelo! Como soy
incrédulo, él sabía que
un día esa medalla tal
vez pudiese hacerme
volver a creer.
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— Eso mismo, papá. La
medallita está en aquel
escritorio antiguo del
abuelo y que tiene un
fondo falso, donde tú la
pusiste. |
Nuevamente sorprendido y
estremecido, Geraldo
abrazó al hijo,
concordando:
— Es verdad, mi hijo.
¡Nadie nunca supo de ese
escondite! De hecho,
nunca comentamos sobre
la adicción de tu
abuelo. Ahora yo creo en
Dios, pues sólo Él
podría darme una lección
como esa.
Gracias, hijo.
Después volviéndose para
Matias y Carlinhos,
sonrió:
— Este encuentro fue
providencial. Entiendo
ahora que nada ocurre
por casualidad. En todo
existe la mano de Dios,
Creador del Universo...
o cual sea el nombre que
se le dé. Matias y
Carlinhos, gracias por
estar aquí hoy y que me
permitan recibir esta
gran lección.
Carlinhos y Matias
estaban emocionados
también y el padre
respondió:
— Nosotros es que
estamos agradecidos,
Geraldo, por la
oportunidad de estar
aquí. ¡A buen seguro,
este encuentro fue
programado para que sus
ojos se abrieran a la
luz!
— ¡Ahora, confieso que
estoy bastante
interesado en saber
dónde vosotros obtenéis
estas informaciones tan
importantes!
— Es en el Evangelio de
Jesús. Pero será un
placer si quieres
acompañarnos a la Casa
Espírita. Allá podrías
oír una charla
edificante y mayores
orientaciones a través
de cursos que te harán
entender mejor las Leyes
Divinas.
Y allí mismo combinaron
en encontrarse durante
la semana para ir al
Centro Espírita.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, no dia
17/6/2013.)
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