Lucas,
de ocho años, le gustaba
los juegos de acción, de
guerra, con actividades
de ataque y defensa,
donde vencía siempre el
más fuerte.
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Sus
juguetes en la mayoría
eran armas, revólveres,
espadas y cuchillos. Y
siempre que alguien
preguntaba lo que quería
de regalo, él respondía:
—
¡Quiero muñecos de
acción, con armas que
hacen ruido y tiren de
verdad!
La madre
reaccionaba, preocupada
con ese interés del
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hijo por
juguetes tan
violentos: |
— Hijo
mío, eso no es bueno
para ti. ¿Que tal un
juego de memoria?
—
No. No quiero.
Los
amigos tenían los mismos
intereses de Lucas, lo
que generaba una
conexión mayor entre
ellos y mayor
preocupación de la
madre.
Cierto
día, uno de los amigos
de Lucas lo alcanzó con
una espada de plástico,
que no podría hacerle
mal. Sin embargo, la
espada estaba rota y, al
alcanzar a Lucas en la
cabeza, hizo un corte
que comenzó a sangrar
bastante.
Al ver
la sangre correr por su
rostro, el niño salió
corriendo y gritando:
— ¡Mamá!
¡Mamá! ¡Estoy herido!
¡Socorro!...
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Los
amigos, preocupados y
llenos de miedo,
desaparecieron.
Al verlo
sangrando, la madre lo
abrazó, calmándolo.
Después lo llevó para
dentro de casa, cogió su
caja de primeros
auxilios y, colocándolo
sentado en una silla, le
dijo:
— Lucas,
calma. No fue nada y la
mamá va a hacer una cura
en tu cabeza.
El chico
continuaba gritando y
llorando, aterrorizado:
—
¡Madre, está doliendo
mucho! Ay... ay... ay...
ay...
Después
de la cura hecha, la
madre le dio un poco de
agua con azúcar, que él
bebió. Y sólo ahí ella
preguntó:
— ¿Qué
ocurrió, hijo mío?
— Fue
Roberto que me alcanzó
con su espada, madre.
Está doliendo mucho aún.
— Luego
pasara, hijo.
La madre
lo llevó para el cuarto
y él se echó. Como él
continuaba protestando,
ella dijo:
— Lucas,
tú debes estar contento
de haber sido alcanzado
por una arma de juguete.
Pero las armas no hacen
bien para nadie, hijo
mío. Al contrario, sólo
causan destrucción y
muerte. En la escuela tú
vas a aprender que las
guerras han sido para la
humanidad terrena fuente
de destrucción de las
ciudades y de muerte de
una infinidad de
personas. Todo lo que
durante siglos los
hombres construyeron con
mucho esfuerzo, las
guerras destruyen en
pocos días.
— Es
mismo así, mamá?
— ¡Sí,
hijo mío! Y lo que es
peor: Esa violencia toda
no está sólo fuera de
nosotros, sino también
dentro de nuestro
corazón. Cuando tenemos
rabia de nuestro
hermano, nuestros
sentimientos están
contaminados por esa
misma violencia
destructora, y todo lo
que conseguimos en mucho
tiempo de esfuerzo es
destruido rápidamente.
— Tienes
razón, mamá. Cuando
estoy luchando con mis
amigos, aún jugando,
siento rabia de ellos,
como si ellos fueran
realmente mis enemigos —
murmuró el niño,
preocupado.
— Es
verdad, hijo. Por eso
Jesús, cuando los
soldados vinieron a
prenderlo y Pedro cogió
su espada para
defenderlo, dijo a
Pedro: “Mete tu espada
en la vaina...”
— Y
por qué, madre?
— Porque
nunca vamos a conseguir
mejorarnos atacando a
los otros. Con una
espada en la mano, jamás
conseguiremos el bien
que deseamos, tener
amigos verdaderos y
seamos felices. Jesús
sabía que tendría que
cumplir su misión hasta
el fin, para dejarnos la
lección del AMOR y de la
PAZ.
—
Entendí, mamá. Podemos
jugar con otras cosas,
¿no es?
—
Ciertamente, Lucas. Y tú
verás que va a ser mucho
más agradable para ti y
tus amigos.
El chico
concordó y decidió,
animado:
—
¡Entonces, mañana nada
de violencias!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
15/7/2013.)
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