La oración en
las
reuniones
espiritas
En el principio
del Espiritismo
no era común
orar en la
apertura de las
reuniones
espiritas. No
sabemos con
seguridad cuando
la práctica de
la oración pasó
a hacer parte de
las sesiones
prácticas, pero
no es posible
ignorar que el
Espíritu de San
Agustín fue uno
de los primeros
Espíritus, sino
el primer, a
sugerirla.
En el cap. XXXI
d’El Libro de
los Médium,
en el
subcapítulo
titulado
“Sobre las
Sociedades
Espiritas”, Kardec
trató del
asunto, al
insertar allí
importante
mensaje firmado
por San Agustín.
He aquí el
contenido del
mensaje:
“¿Por qué no
empezáis
vuestras
sesiones por una
invocación
general, una
como oración,
que disponga al
recogimiento?
Porque, quedáis
sabiendo, sin el
recogimiento,
sólo tendréis
comunicaciones
livianas; los
buenos Espíritus
sólo van adonde
los llaman con
fervor y
sinceridad. Es
lo que aún los
hombres no
comprenden
bastante.
Cabeos, pues,
dar el ejemplo,
vosotros que, si
lo quisierais,
podréis tomaros
una de las
columnas del
nuevo
edificio.
Observamos con
placer vuestros
trabajos y os
ayudamos, sin
embargo, bajo la
condición de que
también, de
vuestro lado,
nos secundéis y
os mostréis a la
altura de la
misión que
fuisteis
llamados a
desempeñar.
Formad, por lo
tanto, un haz y
seréis fuertes y
los Espíritus
malos no
prevalecerán
contra vosotros.
Dios ama los
simple de
espíritu, lo que
no quiere decir
los tontos, pero
los que se
renuncian a sí
mismos y que,
sin orgullo,
para Él se
encaminan.
Podéis tornaros
un foco de luz
para la
humanidad.
Sabed, luego,
distinguir la
cizaña del
trigo; sembrad
únicamente el
buen grano y
preservad de
esparcir la
cizaña, por eso
que éste
impedirá que
aquél germine y
seréis
responsables por
todo el mal que
de ahí resulte;
de igual manera,
seréis
responsables por
las doctrinas
malas que por
ventura
propaguéis.
Acordad de que
un día podréis
venir donde el
mundo tenga
puesto sobre
vosotros los
ojos. Haced,
consiguientemente,
que nada empañe
el brillo de las
buenas cosas que
salgáis de
vuestro seno.
Por eso es que
os recomendamos
pedir a Dios que
os asista.”
Según Kardec,
solicitado a
dictar una
fórmula de
invocación
general, San
Agustín
respondió:
“Sabéis que no
hay fórmula
absoluta. Dios
es infinitamente
grande para dar
más importancia
a las palabras
que al
pensamiento.
Luego, no creáis
baste
pronunciéis
algunas
palabras, para
que los malos
espíritus se
aparten. Huid,
sobre todo, de
vosotros servís
de una de esas
fórmulas banales
que se recitan
para no tener
cargo de
conciencia. Su
eficacia reside
en la sinceridad
del sentimiento
que la dicta;
está, sobre
todo, en la
unanimidad de la
intención, sin
embargo aquél
que no se asocie
de corazón no
podrá
beneficiarse de
ella, ni hacer
con que los
otros se
beneficien.
Redactadla,
pues, vosotros
mismos y
sométamela, si
quisierais. Yo
os ayudaré.”
Hoy, pasados 152
años desde la
publicación d’
El Libro de los
Médium, no
es difícil
comprender el
motivo de la
recomendación
arriba
transcrita,
visto que el
valor de la
oración y del
pensamiento
elevado es algo
bien conocido en
el medio
espirita.
Efectivamente,
nos dice André
Luiz
(“Misionarios de
la Luz”, cap.5):
“La oración, la
meditación
elevada, el
pensamiento
edificante
refunden la
atmosfera,
purificándola”.
“El pensamiento
elevado
santifica la
atmosfera
alrededor y
posee
propiedades
eléctricas que
el hombre común
está lejos de
imaginar”.
Corroborando ese
entendimiento,
Emmanuel informa
(“Pensamiento y
Vida”, cap. 2 y
26): “La oración
impulsa las
recónditas
energías del
corazón,
libertándolas
con las imágenes
de nuestro
deseo, por
intermedio de la
fuerza viva y
plastificante
del pensamiento,
imágenes ésas
que, ascendiendo
a las Esferas
Superiores,
tocan las
inteligencias
visibles o
invisibles que
nos rodean, por
las cuales
comúnmente
recibimos las
respuestas del
Plan Divino”.
No fue, pues,
sin razón que
Kardec
estableció que
la oración no
debe faltar en
las reuniones
espiritas
serias, aquéllas
en que
sinceramente se
desea el
concurso de los
buenos
Espíritus,
debiendo ser
dicha tanto en
el inicio cuanto
en el término de
la reunión,
orientación que
él consignó en
El Evangelio
según el
Espiritismo,
cap. XXVIII,
ítem 4 y 7.
|