Clarinha no admitía su
culpa al cometer un
error. En todo lo que
ocurría, echaba la culpa
siempre a los otros.
En casa, cuando rompía
alguna cosa en la
cocina, echaba la culpa
al hermano más pequeño:
— Fue Caio que lo
rompió, mamá.
— Clarinha, ¿cómo Caio,
que es tan pequeño,
podría haber derramado
el vaso que estaba
encima de la mesa?
— ¡No sé, mamá —
respondía ella — tal vez
haya subido a una silla!
— ¡Pero tu hermano aún
no sabe subir a las
sillas, Clarinha!
— ¡Entonces no sé! —
decía ella saliendo de
allí.
En la escuela era la
misma cosa. Un compañero
protesto de un libro
rasgado que él le había
prestado, pero
inmediatamente Clarinha
respondió:
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— No fui yo. Tú me lo
prestaste, yo lo leí y
lo coloqué dentro de tu
mochila bien. Debe haber
sido Lauro, que se
sienta del otro lado.
¡Yo no fui!
Y así ocurría siempre.
Cierto día, el hermano
más mayor estaba muy
enfadado con Clarinha
porque ella había
agujereado su balón de
fútbol.
— ¡No fui yo, Jaime!
¿Por qué haría eso? ¡Tú
me prestaste el balón y
yo lo coloqué en tu
cuarto, como lo cogí!
Debe haber sido Caio.
Yo no fui.
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Y así, para todo lo que
ocurría, Clarinha
siempre tenía una
disculpa. Hasta que,
cierto día, cansada de
aquel comportamiento, la
madre decidió hablar con
ella.
La llevó hasta el cuarto
y dijo: |
— Clarinha, tú sabes lo
que ocurrió hoy: el
armario de la cocina
volcó.
Antes que la madre la
acusara, Clarinha dijo:
— ¡Mamá, fue Caio!
La madre respiró hondo y
consideró:
— ¡Clarinha, Caio no
podría haber subido a
una silla y derrumbado
el armario! ¡Tampoco te
estoy culpando a ti! Sé
que el armario estaba
viejo y que podría
caerse.
Sólo me gustaría saber
la verdad.
La niña bajó la cabeza y
no dijo nada. La madre
la abrazó, acercándola
al corazón y dijo:
— Mi hija, muchas veces
guardamos cosas en el
interior que nos
incomodan, haciendo que
nos sintamos mal. Es un
gran peso que colocamos
en nuestros hombros y
que no sale de allá
mientras no decimos la
verdad. Los problemas
ocurren y no necesitamos
sentirnos culpables por
eso. ¡Forma
parte de la vida!
Oyendo las palabras de
la madre, Clarinha
comenzó a llorar:
— Mamá, fui yo que
derrumbé el armario.
¡Fue sin querer! Yo
quería coger un dulce
que estaba en lo alto y
subí a la silla. Cuando
vi, el armario cayó
derrumbando todo.
¡Discúlpame, mamá! No
quise romper los vasos,
platos y todo lo demás
que estaba dentro de el.
— Yo sé, hijita. Sólo
quería que tú lo
contaras, para aliviar
tu corazoncito.
— ¿No vas a estar
enfadada conmigo?
— No, hija. Sé que no lo
hiciste por querer. Sólo
no deseaba que guardaras
ese peso en tu cabecita.
La niña cerró los ojos y
dijo:
— Nunca me sentí tan
aliviada como ahora,
mamá. Cuando echaba la
culpa a los otros era
por miedo a ser
castigada.
— Yo sé, Clarinha. Pero
yo siempre supe cuando
eras tú que hacías una
travesura. Tu rostro
mostraba la verdad. Por
eso, en cualquier
situación, la verdad es
siempre la mejor
actitud.
La niña abrazó a la
madre, contenta.
— ¿Pero cómo sabías tú
que yo había derrumbado
el armario, mamá?
— Porque yo lo vi cuando
él estaba cayendo. Corrí
para ayudarte, con miedo
de que te golpearas,
pero cuando me aproximé
a ti te habías levantado
y, aunque asustada,
estabas bien. Como tú no
me viste, decidí dejar
que me contaras la
verdad.
— Mamá, yo nunca más voy
a acusar a los otros por
aquello que hago. La
verdad es el mejor
camino. Estoy
sintiéndome bien ahora.
También voy a asumir mi
culpa por todas las
veces que erré.
Así, Clarinha buscó al
hermano pequeño, Caio, y
le pidió disculpas por
las veces que lo había
acusado para huir a la
responsabilidad. Después
buscó a Jaime e hizo la
misma cosa, recibiendo
del hermano un abrazo,
por el coraje de decir
la verdad. En la
escuela, tomó la misma
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actitud con los
compañeros que
había
perjudicado. |
Al volver para casa,
Clarinha estaba contenta
y aliviada. Jamás se
había sentido tan en paz
consigo misma.
En aquella noche, al
reunirse para hacer el
Evangelio en el Hogar,
Clarinha miró para cada
uno de los miembros de
su familia, y agradeció
a Dios por la
oportunidad de haber
conseguido vencer su
gran dificultad: la
mentira.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
23/09/2013.)
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