Caminando por la calle
rumbo a la casa de su
abuela Felícia, en
aquella mañana,
Carlinhos andaba
aprovechando el día de
sol, contento por estar
de vacaciones.
Carlinhos tenía sólo
ocho años, sin embargo
la abuela vivía sólo a
dos manzanas de la suya.
Entonces, la madre lo
dejaba ir solo. Ese día,
llevaba para la abuela
un pedazo de tarta que
la madre había hecho.
¡En el trayecto, él vio
a una mujer trabajando
cómo barrendera, y notó
que ella barría la acera
y la calle, con cuidado
y dedicación, como si
fuera el trabajo más
importante del mundo!
Más adelante, en otro
tramo de la calle, él
vio a un muchacho que
también realizaba el
mismo trabajo de
barrendero, sólo que de
manera bien diferente.
Pasando por él,
Carlinhos oyó que él
protestaba, irritado y
áspero:
— ¡Porquería de trabajo!
Tengo que barrer la
calle. ¿Para qué? ¿Para
que otros ensucien todo
de nuevo? ¡No aguanto
más! Merezco otro
trabajo en que gane más.
¡Porquería de vida! — y,
mientras hablaba, barría
de todas maneras,
mostrando la rabia que
estaba sintiendo.
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El niño continuó su
camino llegando a la
casa de la abuela, que
lo recibió con el mayor
cariño. Ella le ofertó
frutas, galletas y
dulces, y ellos
conversaron bastante.
Luego, Carlinhos se
despidió de la abuela,
pues la madre le pidió
que no tardara mucho.
Así, Carlinhos volvió
por el mismo camino y
vio al muchacho que
ahora descansaba sentado
en el bordillo, pero que
continuaba renegando.
Más adelante, vio a la
mujer que aún barría la
calle, pero con una
sonrisa, mientras
cantaba.
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Viendo al niño que
pasaba, parando para
verla trabajar, ella
paró lo que estaba
haciendo, saludándolo,
alegre:
— ¡Hola, chico!
¿Paseando rápido? ¡Es
realmente un lindo día!
¡Nunca dejo de admirar
el sol, que es una
bendición en nuestra
vida! ¿Cómo te llamas?
Carlinhos sonrió
también, diciendo su
nombre, y
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admirando el
buen humor de la
mujer, que se
llamaba Dora.
Después,
acordándose del
otro barrendero
preguntó: |
— Dora, ¿usted trabaja
siempre contenta así?
— ¡Claro, Carlinhos! Doy
siempre gracias a Dios
por el trabajo que
tengo, y busco hacer lo
mejor.
— Noté que usted barre
con cuidado, buscando
realmente dejar la
calzada limpia, aunque
el viento después pueda
ensuciar todo de nuevo.
No todos los barrenderos
actúan así. ¿Por qué
recoge tan bien la
basura, dejando todo
limpio? —preguntó él.
Apoyando las manos en el
palo de la escoba, ella
lo miró firme y dijo:
— ¡Carlinhos, yo creo
que, cuando recibimos la
bendición de realizar
cualquiera trabajo, es
preciso hacer lo mejor!
Si él tiene que ser
hecho, que sea bien
hecho. La tarea puede
ser simple, como barrer
una acera, una calle,
pero debe ser hecha
siempre con amor. Tengo
que valorar la
oportunidad de trabajar,
pues soy pagada para
eso. ¿A cuántas personas
no les gustaría estar en
mi lugar?
Carlinhos comprendió
perfectamente. Su amiga
Dora trabajaba con amor,
y de esa forma el
trabajo no pesaba para
ella.
Llegando a casa,
Carlinhos contó para su
madre lo que él había
visto, y prometió:
— Mamá, mi amiga Dora me
mostró que todo lo que
necesitamos hacer debe
ser hecho con amor, con
buena voluntad. Cuando
las clases comiencen,
voy a actuar
completamente diferente
de lo que siempre hago:
voy a aprovechar las
clases y hacer mis
deberes con buena
voluntad y amor. ¡Todo
queda más fácil!
La madre abrazó al hijo
con cariño:
— ¡Carlinhos, yo creo
que tu te estás
volviendo un muchachito
adorablemente
responsable!
— Y tienes más, mamá.
¡Voy a ayudarte en las
tareas de casa también!
Quiero ser útil para las
personas, como mi amiga
Dora.
— ¡Que cosa linda, mi
hijo! Voy a quedar
contenta por tenerte
ayudándome en casa. Y
tienes otra cosa: quiero
que mañana tú me lleves
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para conocer a
tu amiga Dora. |
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Ellos se abrazaron
felices. Y la madre,
íntimamente, agradeció a
Jesús por la bendición
de tener a un hijo como
Carlinhos.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
06/01/2014.)
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