A Glorinha le gustaba
mucho los animales,
especialmente los
cachorros. Vivía siempre
pidiendo a los padres
que le dieran un
perrito.
Cierto día, ella pidió
tanto, que su padre
dijo:
— ¿Tienes certeza de que
deseas un cachorrito,
hija?
Con ojos brillantes y
manos puestas, la niña
respondió:
— ¡Sí, sí, Papá! Mi
cumpleaños está
aproximándose. ¿Puedo
pedir un perrito de
regalo?
Los padres
intercambiaron una
mirada, después la madre
concordó:
— Está bien, Glorinha.
Desde que tú prometas
que vas a cuidar bien de
él. Tú sabes, los
animales dan trabajo: no
puede faltar agua,
comida en la hora
correcta, y el baño
semanal; si está enfermo
tienes que darle
medicamentos. ¡Ah! Y no
puedes dejar el portón
abierto, sino él
huye.
La niña vibraba de
alegría, concordando con
todo.
— Sí, mamá. ¡Haré todo
bien, lo prometo!
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Entonces, cierto día,
cuando Glorinha
despertó, oyó una
confusión diferente
debajo de su cama.
¡Volvió la cabeza para
bajo y vio al perrito
más lindo que se podría
imaginar!
Llena de alegría, lo
cogió en los brazos y
corrió para la cocina
donde la madre preparaba
el desayuno. Los padres,
que ya la esperaban,
sonreían.
— ¡Él es lindo!
¡Gracias, papá!
¡Gracias, mamá! ¡Él es
muy blando! ¡Pues voy a
llamarlo Blando!
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De aquel día en delante,
la vida de Glorinha
cambió. Ella estaba
siempre cuidando de
Blando. Luego pronto le
daba la comida y llenaba
la vasija de agua. Los
fines de semana, no se
olvidaba del baño, que
él adoraba. |
Así, crecían el perrito
y su dueña.
Cierto día, dos años
después, Blando amaneció
quieto, sin ganas de
comer y de jugar. La
niña, preocupada, habló
con sus padres, que
dijeron:
— No debe ser nada.
Luego pasará.
Pero, al día siguiente,
Blando continuó quieto,
no comía, no quería
jugar. Fue llevado al
veterinario, que pasó la
medicación que debería
ser dada al perrito.
Sin embargo, él sólo
empeoraba. Hasta que, un
día, Blando no despertó
más. Glorinha lloró
mucho, agarrada a su
amiguito de juegos.
Como el terreno de la
casa era grande,
enterraron a Blando en
el fondo del patio,
donde Glorinha colocó
los juguetes de que él
más gustaba,
justificando:
— Es para Blando jugar,
si tuviera ganas.
Triste y desconsolada,
Glorinha no jugaba más.
Sólo iba para la escuela
y, a la vuelta, quedaba
en su cuarto, acostada.
Preocupados, los padres
pedían a Jesús que
amparara a la hija, aún
tan pequeña, para que
ella superara el dolor
de la pérdida de su
amiguito perro.
Hasta que, un día,
Glorinha soñó que fue a
visitar a su abuela, ya
en el mundo espiritual.
Recibida con mucha
alegría por la abuela
Ana, que la abrazó
satisfecha, Glorinha
dijo:
— ¡Que bueno, abuela!
¡No sabía que tú estabas
en un lugar tan lindo!
¡Cuántos árboles,
cuantas flores! ¿Dónde
va a dar este camino?
— A mi casa. ¡Ven! Tengo
una sorpresa para ti,
Glorinha.
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Llegando cerca de la
casa, la niña vio un
perrito que corría a su
encuentro. Sin poder
creerlo, ella abrió
desmesuradamente los
ojos:
— ¡Pero es mi Blando!...
|
El cachorrito ladraba
feliz viendo a su dueña,
que lo cogió en brazos,
radiante de felicidad,
mientras él lamía su
rostro. Después,
llorando de alegría,
Glorinha miró para la
abuela:
— Abuela Ana, ¿cómo
Blando vino a parar
aquí?...
Se sentaron en un banco,
a la sombra de un árbol,
y la abuela explicó:
— Tú sabes que no existe
la muerte, ¿no es?
¡Todos continúan
viviendo! Entonces, como
tú estabas muy triste,
querida, pedí a Jesús
para que yo pudiera
cuidar de tu perrito
para ti.
Así, él está conmigo
desde que vino para aça.
Glorinha abrazó a la
abuela, agradeciéndole
por estar cuidando de su
perrito. De repente,
Glorinha escuchó:
— ¡Despierta, mi hija!
¡Estás en la hora de ir
para la escuela!
Abriendo los ojos,
Glorinha se estiró, y
recordó:
— ¡Mamá! Esta noche yo
fui a visitar a la
abuela Ana. ¿Sabes quien
estaba allá? ¡Mi Blando!
Jugamos, corrimos por la
hierba. ¡Él está curado,
mamá! ¡Él está bien!
Con los ojos húmedos, la
madre abrazó a la hija
con amor, agradeciendo a
Jesús por haber dado el
consuelo que Glorinha
tanto necesitaba.
Después, la madre
preguntó como estaba la
abuela, su madre, a lo
que la niña respondió:
— ¡Abuela Ana está bien!
Bonita, bien arreglada,
y usa siempre el collar
que tú le diste!
Al oír esas palabras, la
madre comenzó a llorar,
emocionada. Glorinha era
muy pequeña cuando la
abuela volvió para el
mundo espiritual, y
nunca fue comentado que,
como la abuela le
gustara un collar que la
hija le había dado, y no
se separaba de él,
resolvieron dejarla con
él.
Esa era la mayor prueba
de que Glorinha
realmente se había
encontrado con la abuela
Ana y con su perrito —
pensó la madre, elevando
el pensamiento en
gratitud a Jesús por
haber atendido su
pedido.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
17/02/2014.)
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