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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 358 – 13 de Abril de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 


Lágrimas de
arrepentimiento

 

A Ciro le gustaba mucho jugar en el patio de su casa. A La sombra acogedora de un gran árbol, él pasaba horas, distraído con sus juguetes.

Era un lugar fresco y agradable, donde la luz del Sol se filtraba suavemente, y donde, muchas veces, él hasta adormecía con la cabeza apoyada en sus raíces fuertes, cansado de jugar.

El árbol era un lindo mango y daba frutos sabrosos, que Ciro cogía con las propias manos al sentir hambre.

A pesar de todo eso, Ciro era un niño lleno de voluntades, y cierto día comenzó a enredarse con el árbol, deseando cortarlo.

Llegando hasta su madre, él dijo:

— Madre, yo quiero que tú mandes cortar el mango.

Sorprendida, la madre replicó:

— ¿Por qué, mi hijo? ¡A ti siempre te gustó tanto el!

Golpeando el pie en el suelo, el chico respondió:

— No me gusta más, ahora con esa. El tiene mucho espacio, hace mucha sombra y está atrapado en el patio.

Espantada, la señora consideró:

— Piensa bien, mi hijo. Los árboles deben ser preservados, pues son muy útiles y llevan años para crecer y producir. Este nuestro mango da mangos deliciosos y en sus ramas acogedoras los pájaros hacen sus nidos, y...

— ¡No sirve, madre! — la interrumpió el chico caprichoso. — Quiero que lo tumbes abajo.

Cuando el padre llegó, después del trabajo, fue informado de la exigencia del hijo. Nuevo diálogo se estableció intentando hacerlo desistir de la idea.

Todo vanamente. No valieron consejos y ponderaciones, argumentos y reprimendas. Ciro estaba irreductible.

Tanto gritó él, lloró y protestó que sus padres, a pesar de considerar un absurdo su deseo, resolvieron hacerle la voluntad.

¡Finalmente, era hijo único! ¿Y qué era lo que él pedía que los padres no hicieran?

Al día siguiente, el padre mandó cortar el bello árbol con el corazón amargado.

Ciro estaba feliz. Cada golpe dado en el tronco él sonreía. Finalmente, el hombre dio por terminado el trabajo. Del  bello mango sólo había restado un poco de tronco.

Ciro se dio por satisfecho y fue a jugar.

Pero, el Sol muy fuerte le dolía los ojos y el calor era excesivo. En pocos minutos estaba cansado y todo lleno de sudor. Decidió entrar.

La madre, que lo observaba de lejos, preguntó:

— ¿No vas a jugar más, Ciro?

Frustrado, el chico respondió:

— Estoy cansado. El sol está muy caliente hoy.

— ¿Quieres comer alguna cosa? — volvió la madre, cariñosa.

— Sí, mamá. Me gustaría chupar un mango.

— Ah, mi hijo, no tenemos más mangos. ¿Olvidaste que el mango fue destruido? ¡Los últimos que sobraron se los di al jardinero para llevar!

Despechado, Ciro se sentó en los escalones de la puerta de la cocina, mirando el patio que le parecía tan extrañamente vacío ahora. Observó muchos pajaritos que parecían volar al azar, sin lugar para quedarse.

Ciro se acordó de que había visto, en las ramas derrumbadas, varios nidos y comprendió que aquellos pájaros habían perdido sus casitas. También notó que estaban hambrientos, buscando migajas en el suelo para comer.

Con el pasar de los días, Ciro fue quedando cada vez más arrepentido de la decisión que había tomado. No jugaba más en el patio. Todo había quedado sin gracia, no tenía más árbol para subir, el Sol era inclemente y quemaba todo.

Suspirando, un día se aproximó del tronco cortado, ahora oscuro y resecado y, abrazando lo que había sobrado del mango, dio baza a su tristeza. Con lágrimas, él comenzó a decir:

— Estoy muy arrepentido, mi amigo. Tú no sabes la falta que me haces. No sabía que tú eras tan importante para nosotros y ahora nada más tiene gracia. No tengo más sombra para jugar y el Sol me quema. Los pajaritos quedaron sin saber qué hacer, como yo, y se fueron, en búsqueda de otras ramas acogedoras. ¡Ah! ¡Si yo pudiera volver atrás! Ahora comprendo por qué dicen que es preciso cuidar de la ecología, preservando los

árboles. Sin vosotros, todo queda árido y feo...
   

Ciro lloró... lloró mucho, abrazado a los restos de su viejo compañero.

Sus lágrimas de arrepentimiento, con todo, humedecieron el tronco reseco y, algunos días después, al aproximarse a él, Ciro tuvo una gran sorpresa.

De en medio del tronco, brotes frágiles y verdecitos surgían como esperanza de una nueva vida en su interior.

¡Lleno de alegría, Ciro percibió que el milagro de la vida se repetía, y que el árbol volvería a crecer, con la bendición de Dios! 

     
      

                                                                  TIA CÉLIA



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita