A Ciro le gustaba mucho
jugar en el patio de su
casa. A La sombra
acogedora de un gran
árbol, él pasaba horas,
distraído con sus
juguetes.
Era un lugar fresco y
agradable, donde la luz
del Sol se filtraba
suavemente, y donde,
muchas veces, él hasta
adormecía con la cabeza
apoyada en sus raíces
fuertes, cansado de
jugar.
El árbol era un lindo
mango y daba frutos
sabrosos, que Ciro cogía
con las propias manos al
sentir hambre.
A pesar de todo eso,
Ciro era un niño lleno
de voluntades, y cierto
día comenzó a enredarse
con el árbol, deseando
cortarlo.
Llegando hasta su madre,
él dijo:
— Madre, yo quiero que
tú mandes cortar el
mango. |
|
Sorprendida, la madre
replicó:
— ¿Por qué, mi hijo? ¡A
ti siempre te gustó
tanto el!
Golpeando el pie en el
suelo, el chico
respondió:
— No me gusta más, ahora
con esa. El tiene mucho
espacio, hace mucha
sombra y está atrapado
en el patio.
Espantada, la señora
consideró:
— Piensa bien, mi hijo.
Los árboles deben ser
preservados, pues son
muy útiles y llevan años
para crecer y producir.
Este nuestro mango da
mangos deliciosos y en
sus ramas acogedoras los
pájaros hacen sus nidos,
y...
— ¡No sirve, madre! — la
interrumpió el chico
caprichoso. — Quiero que
lo tumbes abajo.
Cuando el padre llegó,
después del trabajo, fue
informado de la
exigencia del hijo.
Nuevo diálogo se
estableció intentando
hacerlo desistir de la
idea.
Todo vanamente. No
valieron consejos y
ponderaciones,
argumentos y
reprimendas.
Ciro estaba irreductible.
Tanto gritó él, lloró y
protestó que sus padres,
a pesar de considerar un
absurdo su deseo,
resolvieron hacerle la
voluntad.
¡Finalmente, era hijo
único! ¿Y qué era lo que
él pedía que los padres
no hicieran?
Al día siguiente, el
padre mandó cortar el
bello árbol con el
corazón amargado.
Ciro estaba feliz. Cada
golpe dado en el tronco
él sonreía. Finalmente,
el hombre dio por
terminado el trabajo.
Del bello mango sólo
había restado un poco de
tronco.
Ciro se dio por
satisfecho y fue a
jugar.
Pero, el Sol muy fuerte
le dolía los ojos y el
calor era excesivo. En
pocos minutos estaba
cansado y todo lleno de
sudor. Decidió entrar.
La madre, que lo
observaba de lejos,
preguntó:
— ¿No vas a jugar más,
Ciro?
Frustrado, el chico
respondió:
— Estoy cansado. El sol
está muy caliente hoy.
— ¿Quieres comer alguna
cosa? — volvió la madre,
cariñosa.
— Sí, mamá. Me gustaría
chupar un mango.
— Ah, mi hijo, no
tenemos más mangos.
¿Olvidaste que el mango
fue destruido? ¡Los
últimos que sobraron se
los di al jardinero para
llevar!
Despechado, Ciro se
sentó en los escalones
de la puerta de la
cocina, mirando el patio
que le parecía tan
extrañamente vacío
ahora. Observó muchos
pajaritos que parecían
volar al azar, sin lugar
para quedarse.
Ciro se acordó de que
había visto, en las
ramas derrumbadas,
varios nidos y
comprendió que aquellos
pájaros habían perdido
sus casitas. También
notó que estaban
hambrientos, buscando
migajas en el suelo para
comer.
Con el pasar de los
días, Ciro fue quedando
cada vez más arrepentido
de la decisión que había
tomado. No jugaba más en
el patio. Todo había
quedado sin gracia, no
tenía más árbol para
subir, el Sol era
inclemente y quemaba
todo.
|
Suspirando, un día se
aproximó del tronco
cortado, ahora oscuro y
resecado y, abrazando lo
que había sobrado del
mango, dio baza a su
tristeza. Con lágrimas,
él comenzó a decir:
— Estoy muy arrepentido,
mi amigo. Tú no sabes la
falta que me haces. No
sabía que tú eras tan
importante para nosotros
y ahora nada más tiene
gracia. No tengo más
sombra para jugar y el
Sol me quema. Los
pajaritos quedaron sin
saber qué hacer, como
yo, y se fueron, en
búsqueda de otras ramas
acogedoras. ¡Ah! ¡Si yo
pudiera volver atrás!
Ahora comprendo por qué
dicen que es preciso
cuidar de la ecología,
preservando los
|
árboles.
Sin vosotros, todo queda
árido y feo... |
|
|
Ciro lloró... lloró
mucho, abrazado a los
restos de su viejo
compañero.
Sus lágrimas de
arrepentimiento, con
todo, humedecieron el
tronco reseco y, algunos
días después, al
aproximarse a él, Ciro
tuvo una gran sorpresa.
De en medio del tronco,
brotes frágiles y
verdecitos surgían como
esperanza de una nueva
vida en su interior.
|
|
¡Lleno de alegría, Ciro
percibió que el milagro
de la vida se repetía, y
que el árbol volvería a
crecer, con la bendición
de Dios!
TIA CÉLIA
|