En un bosque muy bonito,
vivía un pequeño Erizo
con su familia.
Cierto día, saliendo
para buscar comida, el
Erizo encontró un animal
que él no conocía. Tenía
los pelos del cuerpo
negros y una interesante
línea blanca que iba de
la cabeza hasta el rabo.
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Ellos se miraron con
curiosidad. El Erizo
preguntó al animalito: |
— ¿Quién eres tú?
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Y el otro respondió:
— Mi nombre es Mofeta.
¿Y el tuyo?
— Yo
soy Erizo.
Los dos quedaron
observándose, mientras
buscaban qué comer. De
repente, ellos vieron un
apetitoso almuerzo.
Ambos corrieron para
coger la comida, pero
llegaron a la
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vez. |
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Mirándose ahora con
extrañeza, ambos
irritados, reaccionaron
a la vez y, como era de
la naturaleza de cada
uno, la Mofeta despidió
una secreción de olor
horrible sobre el Erizo;
y el Erizo arremetió sus
espinos sobre la Mofeta,
que huyó asustada y
gimiendo de dolor.
De manera diferente,
ambos sufrieron con los
ataques. El Erizo no
soportaba el olor
horroroso que había
quedado en su cuerpo; se
revolvía en el suelo,
meneando el hocico y
protestando:
— ¡Que horror!... ¡Que
hedor!...
Por su parte, la Mofeta
sufría con los espinos
que quedaron enterrados
en su piel, causándole
mucho dolor, y gemía:
— ¡Ui... Ui... Ui...
Socorro!...
Manteniendo distancia
uno del otro, aún
sufriendo, la Mofeta y
el Erizo quedaron
mirándose para ver cuál
de ellos iba a desistir
primero de la comida.
Durante horas allí
permanecieron en la
misma posición. ¡El
tiempo pasaba, el hambre
aumentaba, y nada!
Como, a pesar del tiempo
y del sufrimiento,
ninguno de los dos
decidían desistir, el
hambre, cada vez mayor,
hizo que llegaran a un
acuerdo. Uno de ellos
propuso:
— ¿Vamos a dividir la
comida?
— Vamos — el otro
concordó.
Tras alimentarse, ya
satisfechos, la Mofeta
protestó:
— ¡Mira tú cómo me
dejaste! ¡Estoy todo
herido!...
— ¿Y yo? ¡Mira como
estoy! ¡Tan maloliente
que ningún animal más va
a querer aproximarse a
mí! ¡Ni mi madre y mucho
menos mis hermanos! —
replicó el Erizo.
La Mofeta pensó un poco
y propuso:
— ¿Por qué no somos
amigos? Yo te ayudo a
librarte del olor y tú
me ayudas a retirar los
espinos de la espalda
que tanto me hieren.
¿Qué piensas?
— Todo bien. Yo
concuerdo. ¡No podemos
continuar de este modo!
— aceptó él.
Entonces, la Mofeta
llevó al Erizo hasta un
riacho que corría allí
cerca e hizo que él se
lavara bien. Después,
buscó unas hojas bien
olorosas — que era un
secreto de él —, las
amasó y las arrojó sobre
el cuerpo del Erizo,
retirando el mal olor.
Enseguida, el Erizo,
ahora más satisfecho y
libre del olor, fue
retirando los espinos de
la espalda de la Mofeta.
Finalmente, tras todo
resuelto, ellos
entendieron que ser
amigo y respetar al otro
es siempre la mejor
actitud para vivir sin
problemas.
De ese día en delante,
ellos pasaron a jugar
juntos, como buenos
compañeros. Cuando se
enfrentaban, el problema
era resuelto siempre en
paz, pues ambos se
acordaban de lo que
podría ocurrir si
estaban enfadados.
Así debemos actuar todos
nosotros. ¡Delante de
una desavenencia, lo
mejor es conversar en
paz y con respeto por el
otro, y todo quedará
bien!
MEIMEI
(Recebida por Célia X,
Camargo, em
28/10/2013.)
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