La doctrina espírita
contiene en sus
fundamentos una serie de
informaciones que nos
permiten identificar una
“clase especial de
fenómenos” que sugerimos
tratarse de fenómenos
“psicofísicos de
naturaleza espiritual”.
Corresponden al proceso
de actuación del alma en
el cuerpo físico.
Es muy fácil
reconozcamos los
fenómenos de la realidad
física y de la esfera
psicológica que forman
parte de toda nuestra
vida. Queremos, sin
embargo, poner en
relevancia otra clase de
fenómenos que sólo la
actuación del Espíritu
es capaz de explicar.
En el mundo físico
conocemos la naturaleza
de la materia y los
procesos que rigen su
movimiento y sus
combinaciones. En el
mundo psicológico
identificamos los
mecanismos inconscientes
que imponen nuestros
comportamientos y
aprisionan nuestros
deseos.
En el dominio espiritual
la literatura,
especialmente de Kardec,
André Luiz y Emmanuel,
ya nos indicó mecanismos
interesantes que actúan
en la interfase
cuerpo/alma.
El paradigma actual de
la Medicina, aunque haya
esclarecido gran parte
de la anatomía y de la
fisiología del organismo
humano, no tiene alcance
suficiente para percibir
o interpretar el
complejo mecanismo de
actuación del Espíritu
sobre el cuerpo. Ese
será, posiblemente, el
mayor descubrimiento de
la Ciencia.
Una modelo interesante
para ejemplificar la
extensión de esa
dificultad es vista en
la glándula pineal.
Conocemos su anatomía
minúscula, su relación
con los ritmos
biológicos, su
sensibilidad a la luz,
su precaria conexión con
el cerebro, su
producción química
modesta y
su expresión clínica
poco significativa. Por
eso es por lo que
causaron sorpresa los
relatos que nos llegaron
de la espiritualidad,
apuntando expresivas
actividades de la
glándula pineal, que
superaban lo que hasta
hoy fuimos capaces de
constatar con nuestros
estudios macro o
microscópicos.
Necesitamos dejar claro
que lo que observamos
“del lado de acá” es
sólo la expresión
anatomo-funcional de la
glándula. Por no tener
los instrumentos de
acceso al mundo
espiritual, no sabemos
como es que se procesa
su actividad en la
interacción
cerebro/mente. Podemos
identificar las células
de la pineal y su micro
estructura, registrar
sus cambios metabólicos,
identificar las
secreciones de los
humores y la transmisión
de los influjos
nerviosos. Sin embargo,
en el dominio de la
actividad espiritual,
los posibles
componentes, y cómo
actúan, son aún
indetectable por
nuestros instrumentos.
Extrapolar nuestro
conocimiento “de aquí
para allá” aún permanece
en el campo de la
metafísica.
No sería prudente
imaginar que “por aquí”
podremos un día conocer
toda la extensión de ese
fenómeno que llamamos de
“psicofísico de
naturaleza espiritual”,
presuponiendo, de
antemano, que “del lado
de allá” la dinámica
espiritual del fenómeno
es mucho más amplia y
significativa que
nuestra anatomía puede
registrar.
Aprendemos con la
Doctrina Espírita que
existen tres elementos
fundamentales que
dirigen la fisiología de
los procesos orgánicos
que condicionan la vida:
el Espíritu, el
Periespíritu y los
Fluidos que intermedian
la intercesión
cuerpo/alma.
Nos parece innecesario
anotar los detalles ya
bien conocidos de los
tres. Los libros básicos
de la Doctrina son
suficientes. Nuestro
propósito será el de
apuntar algunos
fenómenos que nos
parecen ilustrativos
para la presentación de
la fisiología metafísica
que estamos interesados
en estudiar:
-
La fijación del
pensamiento
-
La cohesión de la
población celular
-
Los Centros de
fuerza
-
La corriente
sanguínea y la
energía vital
-
La glándula pineal y
su fisiología
espiritual
-
El ectoplasma
-
La respiración
restauradora.
Nuestra sugerencia es
que fenómenos de ese
tipo sean rotulados de
“fenómenos
Espíritu-somáticos”. Su
estudio comprende una
reja de fenómenos que
puede llevarnos a
conocer Leyes generales
de la fisiología que
integra el cuerpo al
alma. Esa sugerencia se
motiva por el hecho de
que, aparentemente, hay
muchos otros fenómenos
del mismo tipo; no es
conveniente dar la
impresión de que su
lista es completa.
La fijación del
pensamiento
– La neurofisiología
sugiere que el
pensamiento es un
proceso continuo que se
expresa en la actividad
de las neuronas del
cerebro. Nuestras ideas
nacen a partir de
estímulos externos que
alcanzan los órganos de
los sentidos o por
mecanismos internos de
percepción y memorias
acumuladas en el
transcurrir de la vida.
La neurona fue
identificada como célula
fundamental a partir del
momento que técnicas de
coloración permitieron
el reconocimiento de su
estructura. Cuando
Camillo Golgi en 1873
usó una tintura de plata
para colorear el
cerebro, fue posible
percibir que algunas
neuronas se impregnaban
con esa coloración
revelando el cuerpo
celular y sus
prolongaciones,
inaugurando, a partir de
ahí, una revolución
extraordinaria en el
conocimiento del
cerebro.
En esa misma época
(final del siglo XIX),
Franz Nissl consigue
colorear las neuronas
con violeta de creta,
descubriendo en el
citoplasma el amontonado
de una sustancia de
apariencia “tigroide”
que quedó conocida como
“corpúsculos de Nissl”.
Los estudios actuales
revelaron que esos
corpúsculos corresponden
a una estructura
membranosa denominada
Retículo Endoplasmático
Rugoso que tiene la
función de construir
proteínas dentro de las
neuronas. Algunas de
esas proteínas formarán
parte de las membranas
celulares y otras
participarán de enzimas
que actúan en la
producción de
neurotransmisores.
La membrana que reviste
las neuronas es formada
por dos capas de una
sustancia gruesa
fosfolipídica. Esa capa
es impermeable, aislando
el contenido interno de
las neuronas de los
fluidos extracelulares.
Ella es, sin embargo,
interrumpida por
“portones” de proteínas
que construyen los
canales que
permeabilizan las
membranas. Es a través
de esos canales de
constitución proteica
que entran o salen iones
y substancias que
afectan la actividad de
las neuronas (sodio,
potasio, calcio,
neurotransmisores,
tranquilizantes,
antidepresivos y drogas
como la cocaína, para
citar ejemplos más
conocidos).
Por otro lado, las
enzimas son
indispensables para la
producción de los
neurotransmisores que
realizan toda la
transmisión de la
información entre las
neuronas.
Se puede deducir que los
corpúsculos de Nissl,
estando directamente
conectados a la
producción de proteínas,
ejercen un papel
fundamental en la
fisiología cerebral.
André Luiz, en
psicografia en 1958
(Evolución en dos
Mundos), destacó la
importancia de los
corpúsculos de Nissl
enseñando que ahí la
mente fija sus
propósitos transmitiendo
por el pensamiento las
ideas que el Espíritu
proyecta en el cerebro.
A partir de las
percepciones de los
sentidos, el Espíritu
renueva sus ideas,
proyecta en la red de
neuronas su energía que
resulta en pensamientos
capaces de adecuarse en
el cerebro, produciendo
nuestros actos.
Una neurona, en
constante actividad, va
expandiendo sus sinapsis
fijando el aprendizaje
que la experiencia va
suministrándole. En cada
sinapsis se ajustan los
canales de transporte
químico fundamentales al
cambio de informaciones
entre las neuronas.
Tanto esos canales, como
los neurotransmisores,
son construidos a partir
de proteínas montadas,
principalmente, dentro
de los corpúsculos de
Nissl. Por lo tanto,
afirmar que el Espíritu
ejerce actuación directa
en los corpúsculos de
Nissl, como enseñó André
Luiz, nos permite
suponer que es el
Espíritu que en último
análisis construye el
tipo de neuronas que
estructura el cerebro de
cada uno de nosotros.
La cohesión de la
población celular
– El organismo humano
está formado por más de
300 trillones de células
en constante renovación.
Los diversos órganos que
lo componen se
estructuran en
diferentes capas de
tejidos que reúnen
células típicas y
variadas. Tenemos
en nuestro cuerpo para
más de 250 tipos
diferentes de células,
incluyendo las neuronas,
las células de la glia
que sostienen el
cerebro, los
hepatocitos, las células
musculares, las gruesas,
las epiteliares que
revisten la piel y así
por seguidamente.
La Ciencia atribuye al
programa impreso en el
genoma todo ese proyecto
de distribución y
organización del
gigantesco universo
celular que construye
nuestro cuerpo. Nos
falta, sin embargo, una
teoría adecuada al
gigantismo de esa tarea,
ya que sólo de neuronas
tenemos decenas de tipos
morfológicos, en un
total de 100 mil
millones de células,
exigiendo conexiones
sinápticas que superan a
trillones de conexiones
absolutamente precisas.
Necesitamos recordar que
en el útero materno el
embrión construye 250
mil neuronas por minuto.
Se hace una tarea
asombrosa para los pocos
33 mil genes que traemos
como patrimonio
genético.
La doctrina espírita
enseña que el molde que
nos estructura el cuerpo
físico es función del
periespíritu que nos
ajusta al mundo
espiritual. Están en ese
periespíritu todos los
trazos que identifican
nuestro mundo mental.
Sin embargo, la manera
física que aparentamos y
los estigmas de
enfermedades que nos
marcan no se reproducen
como una copia
fotográfica fiel de
nuestro periespíritu.
Las personas de
apariencia simple pero
de Espíritu noble
irradian una tesitura
espiritual que sobresale
delante de las imágenes
de belleza a que los
medios acostumbran a
destacar, especialmente
para el cuerpo femenino.
La presencia de
deformidades físicas
está conectada a
nuestros méritos y
necesidades, adecuadas a
los débitos pasados que
acumulamos, más que a la
apariencia del
periespíritu. No siempre
las anomalías
acompañarán al Espíritu
después de la
desencarnación.
Allan Kardec sugiere que
el conocimiento del
periespíritu tiene mucho
que colaborar con la
Medicina para aclaración
de nuestras
enfermedades. Pero
recurrimos de nuevo a
André Luiz para
sorprendernos con sus
revelaciones. Él enseña
que, por la actuación de
nuestra mente,
mantenemos cohesivos los
trillones de células que
componen nuestro cuerpo.
Esa actividad da a
nuestras actitudes una
responsabilidad enorme
en el compromiso que
tenemos que cuidar por
nuestro equilibrio
físico. Sin embargo, las
sorpresas no paran por
aquí. André Luiz afirma
que cada una de esas
células es un universo
microscópico donde
estadía el principio
inteligente,
constituyendo cada
célula que abrigamos en
nuestro cuerpo una
unidad, con
individualidad propia,
sobre las cuales tenemos
inmensa responsabilidad
de sostener y conservar.
Son “Almas” hermanas
que, en estado
primitivo, recorren con
nosotros las luchas de
la vida física,
prestando al Espíritu
humano la dádiva de su
metabolismo.
Los centros de fuerza
– La cultura milenaria
de Oriente registra en
sus libros sagrados la
existencia de centros de
fuerza o chacras, de
localización constante
en el cuerpo espiritual
de todos nosotros. Ellos
se localizan en el
cerebro y en plexos
distribuidos por nuestro
cuerpo en las regiones
de la laringe, del
estómago, del bazo, del
plexo abdominal
relacionado con el
tracto digestivo y en la
región genital.
Son en número de dos en
el cérebro: el chacra
cerebral localizado en
la región frontal y el
chacra coronário en las
regiones centrales del
cérebro.
Los lobos frontales
pasaron por un proceso
extraordinario de
expansión cuando se
inició la evolución del
ser humano en la Tierra.
El lóbulo frontal es la
región que más nos
distingue del cerebro de
un chimpancé. Están
relacionados con
nuestros pensamientos
abstractos, con nuestra
capacidad de clasificar
los objetos, de
organizar nuestros actos
y programar nuestro
futuro. Sin el lóbulo
frontal el hombre se
hace irresponsable,
pierde la capacidad de
organizar las cosas en
un ambiente, deja de
preocuparse con los
otros, puede hacerse
jocoso y no percibe la
gravedad de la situación
en que vive. Es el
lóbulo frontal el que
más nos hace humanos.
André Luiz nos dice que
el chacra cerebral, de
localización frontal,
nos permite estar en
unión con las esferas
más altas que dirigen
nuestros destinos en la
Tierra. A través de la
oración, proyectando la
súplica piadosa o el
agradecimiento sincero,
mantenemos contacto con
los seres sublimes que
nos orientan y protegen.
En la región coronaria
podemos apuntar tres
niveles estratificados
anatómicamente. El
cortex, los núcleos de
la base y el diencéfalo.
El cortex cerebral de la
región coronaria se
relaciona con la
actividad motora que nos
facilita los movimientos
voluntarios. En los
núcleos básales (tálamo,
putamen (es
una estructura situada
en el centro del cerebro),
globo pálido y dorsal)
son organizados nuestros
movimientos automáticos,
que nos permiten
realizar la respiración,
la deglución, la
masticación y la marcha,
para citar ejemplos
fáciles de comprender.
Y, finalmente, el
diencéfalo reúne una
agrupación de células
que desempeñan un papel
muy importante en el
control de nuestras
funciones metabólicas,
íntimamente asociadas a
nuestra supervivencia.
En el hipotálamo, que
compone parte importante
del diencéfalo, son
producidas decenas de
sustancias que controlan
la actividad de nuestras
glándulas, funcionando
como estimuladores de la
producción de hormonas
en la hipófisis, en la
tiroides, en la
suprarrenal, en los
ovarios y en los
testículos, entre tantas
otras glándulas.
André Luiz enseña que en
el chacra coronario
están situadas las
fuerzas que mantienen en
equilibrio la actividad
de los trillones de
células que obedecen a
nuestro mando mental,
manteniendo la forma y
las funciones de nuestro
cuerpo físico.
(Continúa
en la próxima edición de
esta revista.)
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