Serginho, de siete años,
era un niño amoroso y
siempre estaba buscando
agradar a todas las
personas. Le gustaba ser
útil y de ayudar en las
tareas. Cierto día, sin
embargo, mirando en el
calendario, él vio que
faltaba un mes para el
aniversario de su madre.
Deseando dar a la madre
algo especial, él fue
hasta la sala donde su
padre leía el periódico
y preguntó:
— Papá, el cumpleaños de
mamá está cerca. A mí me
gustaría darle un regalo
especial.
— Muy bueno que tú
pienses en mamá, hijo.
¡Ella quedará feliz!
¿Pero qué piensas
comprar? — el padre
quiso saber, doblando el
periódico y mirando para
el chico.
Sérgio pensó un poco y
respondió, en duda:
— Ahí es que está, papá.
No sé lo que podría dar
a mamá. ¡No quiero
comprar un regalo! Me
Gustaría que fuera algo
que yo mismo hiciera.
¡Pero no sé lo que
podría ser!
— Entiendo. Creo
excelente que tú pienses
así, hijo. Vamos a usar
la cabeza. ¿Qué puedes
hacer por ti mismo y que
a tu madre le guste? ¿Un
lindo dibujo?
— No... quería algo más,
papá.
— ¿Una tarjeta bien
bonita con un lindo
mensaje tuyo?
— Sería bueno... pero
encuentro que es poco.
No parece que me esforcé
mucho para hacerlo.
— ¡Ya sé! Tu quieres dar
algo a mamá que haya
dado bastante trabajo,
para que ella sienta
como tu la amas — dijo
el padre después de
pensar un poco.
— ¡Eso mismo!
— Bien. Creo que tengo
la solución, Serginho.
¿Qué tal un ramillete de
flores que tu mismo
plantaste, cuidaste y
adornaste? ¡Mamá adora
flores, tú losabes!
— ¡Buena sugerencia,
papá! ¿Pero será que da
tiempo? ¿Y dónde
plantaré yo las
semillas?
¡No quiero que mamá lo
sepa! — ¡dijo el niño
tocando las palmas de
alegría!
El padre sonrió,
contagiado por la idea
que había dado al hijo y
con la animación de él.
Tras pensar un poco, el
padre consideró:
— Serginho, nuestro
patio es grande y tiene
un lugar adónde tu madre
difícilmente va. Vamos a
comprar las semillas,
después yo te ayudo a
plantar. Tú serás
responsable por regarlas
todos los días. Si lo
seguro, quedará bien.
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Todo animado, el chico
acompañó al padre e
inmediatamente volvieron
con las semillas. Fueron
hasta el fondo del patio
y, con una azada,
hicieron un pequeño
arríate, donde Sérgio
tiró las semillas.
Después, todos los días,
por la mañana y al
atardecer, él regaba las
semillas.
Luego, pequeños brotes
comenzaron a surgir,
alegrando al niño que
tocaba las palmas de
satisfacción. Después,
él acompañaba el
desarrollo de las
plantitas, cuyas ramas
fueron
|
creciendo para
lo alto,
buscando la
claridad del
Sol. |
Con el pasar del
tiempo, y las ramas
crecidas, surgieron los
primeros capullos que se
abrirían en lindas
flores coloreadas!
Sérgio estaba encantado
por ver la naturaleza
trabajando con tanta
gracia y belleza,
quedando horas para
contemplar las primeras
flores que comenzaban a
abrirse. Él amaba
aquellas florecitas.
Hasta que, el día del
aniversario de la madre,
él despertó bien pronto.
Era
|
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sábado. Él había
comprado un
lindo papel y
una cinta de
satén para
adornar. |
Entonces, tomó un baño,
se arregló bien y, como
el padre había
explicado, cogió unas
tijeras en la caja de
herramientas y se
dirigió al patio para
coger las flores.
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Después, fue para la
cocina y preparó en una
bandeja una taza de
leche calentita con
chocolate, que su madre
tanto le gustaba y un
platito con galletas y
gelatina. Todo
arreglado, él fue a
despertar a la madre,
que aún dormía.
|
Al despertar y ver al
hijo todo
arreglado, con
la bandeja en la
mano, ella se
sentó,
emocionada: |
— ¡Mi hijo! ¡Estoy
sorprendida! ¡Ni sé qué
decir!
Serginho se aproximó más
y gritó, con una sonrisa
de oreja a oreja:
— ¡Feliz cumpleaños,
mamá!...
— ¡Gracias, mi hijo! ¡Y
que lindo desayuno me
trajiste tú! — dijo la
madre abrazándolo con
infinito cariño.
El padre sonrió
orgulloso del hijo que,
aún tan pequeño, actuaba
demostrando amor y
dedicación.
Y entonces, Serginho
contó:
— Mamá, en verdad, tu
regalo está allá en el
fondo del patio. Yo
cultivé flores para
darte de regalo. Papá me
ayudó a escoger las
semillas, pero yo cuidé
de ellas para que hoy
pudieras darte un lindo
ramillete. Compré hasta
papel coloreado y una
linda cinta de satén,
pero...
La madrecita estaba
sorprendida, y lo
interrumpió:
— ¿Y tú cuidaste de las
plantas, solo? Pero,
¿qué ocurrió, mi hijo?
— ¡Sí, mamá! ¡Todos los
días regaba yo las
semillas y ellas
brotaron, crecieron y
dieron flores! Adoré
hacer ese trabajo. ¡Para
decir la verdad, en la
hora de cortar las ramas
con tus tijeras, no tuve
coraje! ¡Ellas estaban
tan lindas en la tierra!
No quise estropearlas
retirándolas de las
ramas, porque luego
ellas estarían
muertas...
El padre y la madre,
sorprendidos, sintieron
lágrimas aflorar a los
ojos. Extendieron los
brazos para el hijo, tan
pequeño, pero que había
demostrado una
sensibilidad tan grande
delante del fenómeno de
la vida y respeto a la
Naturaleza.
— ¡Oh, mi hijo! Tú
tienes toda la razón.
Las flores son más
bonitas cuando están en
la tierra. Voy a
considerarlas como un
regalo tuyo para mí.
¡Gracias! Siento mucho
orgullo de ti. Muestras
que tienes sentimientos
buenos en tu
corazoncito.
— Me siento contento,
mamá. ¡Creí que estarías
molesta por no tener tu
regalo de cumpleaños!
— Pero yo tuve mi
regalo, y voy a verlo
allá en el patio.
¡Gracias, mi hijo! ¡Este
es el regalo más lindo
que ya tuve en la
vida!...
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
28/04/2014.)
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