¿Se debe hacer
de todo para ser
feliz?
La pregunta
arriba fue uno
de los temas de
la disertación
de filosofía del
examen de
conclusión del
equivalente a la
enseñanza media
en Francia y que
da acceso a la
universidad. Una
especie, por lo
tanto, del
nuestro conocido
Enem – Examen
Nacional de la
Enseñanza Media.
Para contestar
preguntas como
ésa es
necesario,
primero,
explicar lo que
es ser feliz, lo
que entendemos
por felicidad.
Muchos lectores
de esta revista
deben acordarse
de Jerônimo
Mendonça, que
tenía por apodo
El Gigante
Acostado,
que volvió a la
patria
espiritual en el
día 26 de
noviembre de
1989.(1)
Ciego y
tetrapléjico
confinado a una
cama ortopédica,
asimismo
Jerônimo realizó
una obra notable
en el campo del
servicio social
y de la
divulgación del
Espiritismo.
Dotado de
inalterable buen
humor, él
encantaba, con
su palabra y su
ejemplo de
resignación
activa, a todos
que lo oían.
Cierta vez, un
reportero le
preguntó lo que
es la felicidad.
Él respondió
así: “La
felicidad, para
mí, acostado
hace mucho
tiempo en esta
cama sin poder
moverme, sería
poder cambiarme
de lado”.
La felicidad,
como nadie
ignora, depende
del punto de
vista con lo
cual encaramos
la vida y de
las condiciones
en que vivimos.
A un hombre
perdido en el
desierto, bajo
un sol
escaldrante,
nada vale más de
que un vaso de
agua.
A un joven que
lucha para
ingresar en la
facultad,
figurar en la
lista de los
aprobados no
tiene precio.
Para la joven
que ama de
verdad a un
muchacho que
igualmente la
ama, nada supera
unirse a él en
matrimonio.
Y así los
ejemplos se
suceden en esa
búsqueda
incesante de la
criatura humana
para ser feliz.
El tema
felicidad es
tratado en
muchas obras
espíritas y ya
nos referimos,
en este mismo
espacio, a
algunas de
ellas.
Con el título de
“La felicidad no
es de este
mundo”, el
Espíritu de
François-Nicolas-Madeleine,
que fuera en la
Tierra el
cardenal Morlot,
escribió el
siguiente
mensaje:
“¡No soy feliz!
¡La felicidad no
fue hecha para
mí! Exclama
generalmente el
hombre en todas
las posiciones
sociales. Eso,
mis caros hijos,
prueba, mejor
que todos los
raciocinios
posibles, la
verdad de esta
máxima del
Eclesiastés:
‘La felicidad no
es de este
mundo’.
Con efecto, ni
la riqueza, ni
el poder, ni
mismo la florida
juventud son
condiciones
esenciales a la
felicidad. Digo
más: ni mismo
reunidas esas
tres condiciones
tan deseadas,
todavía así
incesantemente
se oyen, en el
seno de las
clases más
privilegiadas,
personas de
todas las edades
que se quejan
amargamente de
la situación en
que se
encuentran.
Delante de tal
hecho, es
incontestable
que las clases
laboriosas y
militantes
envidian con
tanta ansiedad
la posición de
las que parecen
favorecidas por
la fortuna.
En este mundo,
por lo más que
se haga, cada
uno tiene su
parte de labor y
de miseria, su
cuota de
sufrimientos y
de decepciones,
donde fácilmente
se llega a la
conclusión de
que la Tierra es
lugar de pruebas
y de
expiaciones.
Así, pues, los
que pregonan que
ella es la única
morada del
hombre y que
solamente en
ella y en una
sólo existencia
es que le cumple
alcanzar el más
alto grado de
felicidad que su
naturaleza
comporta, se
ilusionan y se
engañan los que
los escuchan,
así que
demostrado está,
por experiencia
de muchos
siglos, que sólo
excepcionalmente
este globo
presenta las
condiciones
necesarias a la
completa
felicidad del
individuo.
En tesis general
puede afirmarse
que la felicidad
es una utopía a
cuya conquista
las generaciones
se lanzan
sucesivamente,
sin jamás lograr
alcanzarla. Si
el hombre
juicioso es una
raridad en este
mundo, el hombre
absolutamente
feliz jamás fue
encontrado.
Lo en que
consiste la
felicidad en la
Tierra es cosa
tan efímera para
aquél que no
tiene a guiarlo
la ponderación,
que por un año,
un mes, una
semana de
satisfacción
completa, todo
el restante de
la existencia es
una serie de
amarguras y
decepciones. Y
notad, mis caros
hijos, que hablo
de los
venturosos de la
Tierra, de los
que son
envidiados por
la multitud.
Consiguientemente,
si la morada
terrena son
peculiares a las
pruebas y a la
expiación,
forzoso es que
se admita que,
en algún sitio,
moradas hay más
favorecidas,
donde el
Espíritu,
aunque
aprisionado aún
en una carne
material, posee
en toda la
plenitud los
gozos inherentes
a la vida
humana. Tal la
razón por qué
Dios sembró, en
vuestro turbión,
esos bellos
planetas
superiores para
los cuales
vuestros
esfuerzos y
vuestras
tendencias os
harán gravitar
un día, cuando
encontraros
suficientemente
purificados y
perfeccionados.”
(El Evangelio
según el
Espiritismo,
cap. V. ítem
20.)
Como ya
mencionamos,
Kardec propuso
cierta vez a los
Espíritus la
siguiente
cuestión:
“¿Puede el
hombre gozar de
completa
felicidad en la
Tierra?” Ellos
contestaron:
“No”.
Justificaron
entonces la
respuesta
explicando que
la existencia
corpórea en un
planeta como el
nuestro nos fue
concedida como
prueba o
expiación. Y
agregaron: “De
él, sin embargo,
depende la
suavización de
sus males y el
ser tan feliz
cuanto posible
en la Tierra”
(El Libro de los
Espíritus,
cuestión 920).
Sobre el asunto,
sugerimos al
lector que lea
los editoriales
abajo,
publicados en
esta revista:
1) La felicidad
en el mundo
donde vivimos
http://www.oconsolador.com.br/ano3/105/editorial.html
2) ¿Es posible
ser feliz en
este mundo?
http://www.oconsolador.com.br/ano4/190/editorial.html
(1)
Para saber más
sobre la vida y
la obra de
Jerônimo
Mendonça pulse
en este enlace:
http://www.oconsolador.com.br/linkfixo/biografias/jeronimomendonca.html
|