Felício, chico de nueve
años, muy experto, en
casa estaba guardando
siempre en su armario
todas las piezas que
encontraba.
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Su madre un día entró en
el cuarto de él en el
horario que Felício no
estaba en casa, y quedó
horrorizada con el
desorden: ropas y
juguetes tirados en el
suelo, zapatos bajo la
cama, libros apilados en
la mesa de estudios.
¡Llegó cerca del
armario, abrió la puerta
y se llevó un susto! De
dentro, cayó un montón
de pedazos de metal,
plástico, hilos, cajas,
rodamientos y todo lo
que él iba juntando.
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La madre esperó a
que Felício
volviera de la
escuela para
conversar con
él. Cuando el
hijo entró en
casa, la madre
lo llevó hasta
el cuarto,
pidiendo una
explicación: |
— Felício, ¿qué
significa todo eso en tu
armario? Tuve un susto:
¡al abrir la puerta para
guardar algunas prendas
de ropa limpia, cayó
todo en mis pies!...
El chico miró para el
suelo lleno de cosas y
explicó:
— ¡Madre, es que me
gusta inventar! ¡Veo un
pedazo de metal y ya
siento lo que puedo
hacer con él! ¡Por
favor, no lo tires
fuera! Prometo encontrar
un lugar para todo ese
desorden.
— Está bien, mi hijo.
Pero ahora vamos a
almorzar, la comida está
lista — la madre
concordó.
Felício la acompañó
pensando: ¿Dónde voy a
colocar todos esos
“tesoros” que junté? ¡Deshacerme
de ellos, ni pensar!...
Se sentaron y, mientras
almorzaba, Felício no
paraba de pensar.
Necesitaba decidir
inmediatamente antes que
la madre tirase todo
fuera. Después de la
comida, él se sentó en
el escalón de la cocina
que daba para el patio,
pensativo.
De repente, Felício miró
y vio.
— ¡¿Cómo no pensé en eso
antes?!...
Se levantó y caminó
hasta un pequeño cuarto
donde su madre guardaba
herramientas y otras
cosas. Examinó todo y
vio que un armario
estaba casi vacío.
Corrió hasta la cocina,
donde la madre lavaba la
vajilla, y habló:
— ¡Madre! ¿Puedo poner
mis bártulos en el
cuartito del fondo?
— Puedes poner tus cosas
allá, si hubiera espacio
— respondió la madre.
— ¡Gracias, madre! —
dijo el chico, dándole
un beso en el rostro.
Después de limpiar su
cuarto, llevó todo para
el cuarto del desorden,
como su madre
acostumbraba llamarlo.
Pasó un paño húmedo en
el armario, y pasó la
tarde limpiando las
piezas y colocándolas en
el lugar. Después de
todo listo, llamó a la
madre para ver cómo
había quedado.
Desconfiada, la madre
entró. Pero Felício,
orgulloso de su
servicio, abrió la
puerta del armario y la
madre quedó con la boca
abierta: ¡Estaba todo
ordenado!... Todas las
piezas en el lugar,
separadas por tipos; las
piezas más pequeñas, en
cajas de papel con
etiquetas. Los hilos,
bobinados y acomodados
en otra esquina, también
en cajas, con clavos,
tornillos etc. |
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La madre abrió mucho los
ojos y llevó las manos a
la boca, sorprendida:
— ¡Mi Dios!...
— ¿Te gustó, mamá?
— ¡Mi hijo, quedó de
maravilla! ¡Tú hiciste
un excelente trabajo! Me
Gustaría que hiciera la
misma cosa con tú
cuarto.
— Felício, tu tienes
habilidades inesperadas
e importantes.
¡Aprovecha!
Felício sonrió, hallando
gracia, pero respondió
que le había gustado
tanto lo que había hecho
que iría aún a arreglar
su cuarto. La madre lo
abrazó, satisfecha:
Después del arreglo del
cuartito del desorden,
Felício pasó a gustar
entrar allá y mirar sus
cosas. Lo interesante es
que, a medida que miraba
las incontables piezas,
imaginaba lo que podría
hacer con ellas. Así, él
comenzó a trabajar,
pasando las tardes en
ocupación permanente;
primero hacía sus
tareas, después corría
para el cuartito. Así,
en poco tiempo, él
construyó varias piezas.
Un día, la escuela
decidió hacer una Feria
de Ciencias,
incentivando la
creatividad de los
alumnos. El día marcado
para la inauguración fue
una fiesta. Toda la
ciudad estaba invitada.
¡Al llegar, los padres
fueron los primeros en
ver los trabajos de los
alumnos, y quedaron
maravillados!
Pero, para sorpresa de
la familia, quien ganó
el Premio de Creatividad
fue Felício, que
construyó un pequeño
robot.
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Sus padres quedaron
impresionados con todo
lo que él había hecho,
quieto en el cuartito
del desorden. Y, al
presentar los trabajos,
cada uno explicaba para
que servía la pieza y
como había conseguido
hacerla.
Felício volcó la
celebridad de la escuela
e, interesados, alumnos
de los otros colegios
iban a ver las
invenciones de la feria
y la adoraban.
Un periodista, presente,
preguntó:
— ¡Felício, tú eres tan
joven aún! ¿Cómo
conseguiste crear esas
piezas?
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El chico pensó un poco,
después respondió:
— Siempre me gustó
juntar material de
reciclaje. Diferente a
otros alumnos, y hasta
de adultos, al mirar las
piezas para reciclar, yo
ya observaba para lo que
ella podría servir y
como quedaría tras estar
lista. Sin embargo,
cuando tenía duda sobre
qué crear, hacía una
plegaria, y percibía a
alguien a mi lado,
incentivándome. “Ese
amigo” — que yo no veía,
pero sentía —, me
orientaba a proseguir, y
yo conseguía realizar lo
que había planeado.
¡Sólo eso!...
Al oírlo, todos quedaron
encantados con Felício,
que completó:
— ¡Creo que fui muy
ayudado por ese Amigo
que Jesús me envió!
Los que allí estaban se
quedaron respetuosos,
sintiendo que realmente
algo muy especial
ocurría con Felício
cuando estaba
trabajando. Eso
incentivó tanto a los
otros alumnos que, a
partir de ahí, todos los
años hacían la Feria de
Ciencias.
Lo más importante es que
Felício se preparó para
dar clases para los
otros alumnos, inclusive
más mayores que él,
enseñándolos a trabajar
con reciclaje.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
14/07/2014.)
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