“En una sociedad
acelerada e hiperactiva
es frecuente que no se
soporte el movimiento
infantil.”
– Bernard Golse
El doctor fue requerido
cuando la profesora dijo
haber notado al niño,
los días lluviosos,
bastante hiperactivo,
irritado con el número
cuatro, nervioso con la
hora del cuento, y otros
días, soleados, muy
distraído, mirando el
vacío en el techo,
inmune incluso a la
fascinación del
ordenador...
Ella contó entonces que,
en la secuencia, habló
alto, gritó tres veces
su nombre para llamar su
atención. Inútilmente,
era un caso de infancia
perdida, ella sostuvo,
apoyado el discurso
técnico por el
coordinador.
Y quién tuviera el buen
sentido del arte de los
sueños también añadiría
a la sentencia impropia
de la profesora: “sí,
es la atracción por los
juegos que quiere
quitarlo de esas paredes
sólidas que enseñan a
marchar...”
El caso, con sigilo, fue
relatado a los padres
por la dirección.
La madre, un poco
afligida, buscó
justificar la actitud
del niño en el hecho de
la poca edad, pues él
sólo tenía cinco años...
¿Quién no se aburre,
a veces, con la rutina
de la instrucción, o se
distraiga por resistirse
a la monotonía de la
lección, volando deprisa
para un jardín secreto
para descubrir, en lo
alto del árbol, la
pálida crisálida, y que
un día va a ser
mariposa?
El mundo de la fantasía
no es puente seguro...
Replicaron, sin embargo,
a los padres que en la
escuela importaba el
ensayo del rigor, los
pies sólidos para
adentrar el conocimiento
de las cosas ya sabidas.
¡Y todo eso para no
correr el niño el serio
riesgo de un futuro que
se abre para ser
desvelado, y el peligro
de la utopía!
Además de eso, el
coordinador enmendó,
ciertas son las recetas
que ya fueron probadas
diversas veces. Por eso,
aún en la escuela, hasta
por ser una bilingüe
certificada, el tiempo
de jugar es reducido,
pues hay un abundante
cronograma a ser
cumplido.
El padre se implicó en
este punto. Pero el
universo del niño es aún
muy pequeño, sopesó. No
va mucho más allá de un
breve tiempo por la
mañana e inmediatamente
a las horas en la
escuela. ¿No sería mejor
que los juegos fueran
preservados, pues en
esta edad jugar no
significa felicidad?
Nada dio muy bien y los
padres se sintieron
afectados, pues quedó
claro que el mundo de la
fantasía no es puente
seguro para una persona
estar apta al mundo de
la vida de aquí a
treinta años.
Sin revisar el pacto
pedagógico, los padres
en la semana siguiente
llevaron al hijo al
médico sugerido por la
dirección escolar
El doctor, a buen
seguro, tras palpar el
cuerpo, auscultar
melodías, nubes, laguna,
piedras y bichos,
puentes de arco iris en
la cabeza del niño, le
sentenció una camisa de
fuerza química, porque
él, niño demasiado
lúdico, padecía de
trastorno de déficit
de atención e
hiperactividad – ¡TDHA!
¿Pero metilfenidato no
es un fármaco? –
indagó la madre nerviosa
al médico, que hace
mucho había borrado de
la memoria aquello que
el médico Groddeck había
dicho un día: “el
objetivo de la vida es
ser niño”.
Y el niño quedo de nuevo
tedioso
Despojado de lo
esencial, la alegría de
vivir, el doctor, de
manera objetiva, explicó
a los padres el mapa de
síntomas [muchas
preguntas] de aquel
niño, evidenciado el
diagnóstico por una seca
razón blanca. Al final
de la consulta, con voz
afable, aseguró a ellos
que la droga corregiría
el déficit
ayudando al niño a la
fuerza para retener
muchas cosas y con
eficacia.
En los meses siguientes,
el niño y su carne
fueron sometidos a la
mordaza química que le
hacía caminar en la
dirección indicada,
según un cuerpo finito
de fantasías.
No sé, pero con él se
hace una metamorfosis al
contrario, infelizmente
invisible a los ojos del
padre y de la madre: el
niño de ojos castaños
vive ahora agarrado a
las cosas, como
lagartija en la hoja,
fin de la infancia.
Los padres, sin embargo,
respiran tranquilos, a
pesar de las largas
horas de trabajo. Y el
hijo, sin hacer
preguntas, sigue en paz
con la escuela.
Obtuvo un tren de madera
del abuelo. Lo colocó
sobre la mesita de
estudios. Miró para los
cinco vagones
coloreados, todo tan sin
gracia, olvidado ya de
imaginar. Nada le
provocó un llamamiento
curioso, porque
precozmente lo expulsó
del paraíso de los
juegos.
Y el juguete asumió en
el estante un segundo
lugar. He ahí en la
secuencia aburrido de
nuevo, pues fueron
exiliadas sus ideas de
invención. Volvió el
niño a otra cosa. A los
cinco años y medio y
camina, bien contenido,
para el mundo árido y
ceniciento de la gente
grande.
Epílogo
Ah, si el niño
pudiera... Si a él
hubieran otorgado una
(justa) defensa... Su
abogado, un escritor de
historias de hadas y
leyendas, sin miedo a
los monstruos,
esclarecería que la
irritación es prueba
legítima, en la mayoría
de las veces, de la
incompetencia de la
escuela, o de la
falta de alegría que
perturba muchas veces al
niño preso en casa,
entre muros y TV. Y la
distracción, por su
parte, es puerta que
abre para la semilla de
la novedad, que crece en
otros mundos, casi
siempre distantes de la
rutina de la instrucción
o de las trampas de las
casas de campo
digitales. Por fin la
defensa del niño
alegaría: y esos mundos,
deshabitados en lo
general por los
especialistas en
herramientas del saber,
son poblados por la
naturaleza lúdica,
tejida junto con la
inocencia, llave dorada
que mantiene vivo el
estado puro de la
infancia. Y, de otro
lado, la infancia nunca
debe, antes de la hora,
ser oculta.
Quién así lo hace
merece, al menos, ser
prohibido de convivir
próximo al preludio
sensible de la vida, a
medida que su mal oficio
hace sombra al derecho
de jugar que
naturalmente pertenece a
cualquier niño.
Algunas reflexiones
Este texto tiene un
motivo: diseminar la
reflexión sobre la
infancia y el consumo
indiscriminado de
metilfenidato
(comercialmente conocido
como Ritalina), de la
familia de las
anfetaminas, prescrita
para adultos y niños
portadores de trastorno
de déficit de atención e
hiperactividad (TDAH).
Esa droga tiene por
objetivos: mejorar la
concentración, disminuir
el cansancio y acumular
más informaciones en
menos tiempo. Pero, como
un fármaco, ella trae
dependencia química,
porque tiene el mismo
mecanismo de la acción
de la cocaína, siendo
clasificada por la
Drug Enforcement
Administration cómo
un narcótico.
En Brasil, infelizmente,
actualmente responde por
la segunda posición
mundial de consumo de
esa droga, figurando
sólo detrás de Estados
Unidos.
¿En el caso de un
diagnóstico de TDHA que
deberían hacer los
padres?
1) Buscar una segunda
opinión. Y podrían
considerar, por ejemplo,
los argumentos de un
pediatra homeópata.
2) Revisar/cuestionar el
proyecto pedagógico de
la escuela frecuentada
por el niño.
3) Reflexionar la
pareja, o el responsable
por el niño, sobre los
hábitos domésticos, la
situación del niño en
casa, la ausencia de
contacto con
naturaleza/juegos,
tiempo dispensado
delante de la TV y/o uso
de tecnologías
digitales... Buscar
apoyo, en su caso, junto
a un terapeuta familiar.
La Ritalina y sus
consecuencias
Me adhiero a la crítica
implacable del
tratamiento con
Ritalina, conducida por
la pediatra Maria
Aparecida Affonso Moysés
(profesora titular del
Departamento de
Pediatría de la Facultad
de Ciencias Médicas –
Unicamp). Ella dice: “Para
quien indica [ritalina],
es en los casos con
diagnóstico de TDHA.
Yo no lo indico.
(...) Si no lo indico
para un nieto, un niño
de la casa, no lo indico
para otro niño.
Además de eso, ella
esclarece que la
“aparente calma”
promovida por la droga
en niños no es resultado
terapéutico positivo,
pero sí una “señal de
toxicidad”. Ella explica
aún que esa droga es
peligrosa, por cuanto
puede causar dependencia
química y síntomas como
cefalea,
tontería y efecto
zombie like, en que
la persona queda
químicamente contenida
en sí misma. Y en la
opinión de la médica lo
que vale es la
orientación familiar. En
una entrevista (Portal
Unicamp) es lanzada la
siguiente pregunta a la
pediatra Cida Moysés:
“¿Quién está siendo
medicado [con
Ritalina]? Son los niños
desobedientes (que no se
someten fácilmente a las
reglas) y aquellos que
sueñan, tienen
fantasías, utopías...
(...) ¿Con eso, qué está
abortándose? Son los
cuestionamientos y las
utopías”.
(Cf. Moysés, Maria
Aparecida Affonso
(2013). La ritalina y
los riesgos de un
‘genocidio del futuro’.
www.unicamp.br) |
Merece la pena asistir
al documental Tarja
Blanca – la
revolución que faltaba.
Dirigido por Cacau
Rhoden y producido por
Maria Farinha Films,
enciende la idea de que
el juego está [en
nuestras sociedades] en
peligro y, por eso, es
urgente rescatarlo,
promoverlo y para el
bien/salud de nuestros
niños.
Referências:
Breggin, P. (1998).
Talking back to Ritalin:
what doctors aren’t
telling you about
stimulants for children.
Monroe, Maine: Common
Courage Press.
Janin, Beatriz (2002).
“Vicisitudes del
proceso de aprender”.
Cuestiones de infancia,
n. 6, Buenos Aires,
UCES.
Visite o blog:
www.corujasabida.wordpress.com
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