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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Ano 8 - N° 389 - 16 de Noviembre de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Tesoros verdaderos
 

  

Lucas era un niño que vivía descontento con la vida. De familia amorosa, pero pobre, él se sentía inferior a los compañeros de la escuela que tenían una condición mejor que la de él.

Ese día especialmente él volvió para casa triste y angustiado. En la hora de la oración en conjunto que hacían todas las semanas — el Evangelio en el Hogar —, Lucas se mostraba de mal humor, disgustado.

Después de leer un tramo del Evangelio, en que Jesús hablaba sobre la necesidad de hacer el bien al prójimo, cada uno dio su opinión. Al llegar la vez de él, Lucas dijo lleno de irritación:
 

— ¡Hablar es fácil! ¿Cómo hacer caridad si no tenemos nada? ¡Nosotros es que necesitamos de la caridad de las personas!... ¡Por lo menos en el día de los niños a mí me gustaría recibir un regalo!  

La madre oyó y después, con seriedad, esclareció:

— Yo sé, mi hijo. Pero, ¿cómo que no tenemos nada? ¿Falta comida en casa? ¿Tú y tus hermanos no tienen qué vestir o calzar? ¿Os falta material escolar, libros?

Los otros dos hermanos, José y Márcio, balancearon la cabeza negativamente:

— No estoy hablando “de esas cosas” de todos los día, mamá. Quiero pasear con los compañeros, tener ropas nuevas, viajar, ¿entiendes? Mis amigos siempre llegan contando lo que hicieron a finales de semana; yo me quedo callado porque nunca tengo nada para contar. ¡Somos pobres!

El padre, que se hubo mantenido callado, consideró:

— ¿Cómo no tenemos nada, Lucas? ¡Tenemos cosas mucho más importantes y verdaderas que recibimos de Dios para administrar!

— ¿El qué, por ejemplo, papá? — indagó el chico irritado.

— Administrador no es sólo aquel que cuida de bienes materiales, como dinero y autoridad. Es también aquel que cuida de los recursos que le fueron confiados por Dios, como el cuerpo perfecto, salud, poder trabajar, facilidad de aprender, amigos verdaderos, nuestro hogar y, sin duda, el tiempo que tenemos a nuestra disposición. ¿Todas esas cosas no son tesoros que Dios nos da?...

— Es verdad, padre. Pero yo me refería a las cosas que a mí me gustaría tener y que no tengo. El padre sonrió levemente y recordó:

— Yo sé, hijo. ¿Pero tus compañeros de escuela poseen todas esas dádivas? ¡Piensa! ¿Todos ellos están bien? ¿Están en paz?

El niño pensó en los colegas y recordó:

— Bien. Vítor ganó un skate y se golpeó, rompiéndose la pierna; está enyesado. El padre de Fernando, que tiene una gran empresa, está sin dinero y va a cerrarla, fue lo que oí decir. Tito y la familia fueron a viajar esta semana y sufrieron un accidente; felizmente, parece que están bien. ¡Ah, Melina! Ella me contó que sus padres van a separarse...  ¡Felício tiene un hermano que tiene problemas y no consigue aprender! Hugo...

El padre, que oía en silencio, consideró:

— ¿Tú ves cómo esos valores son importantes? La salud, la unión de la familia, saber luchar con los recursos que tenemos, entre otras cosas... ¿Entendiste?

Lucas balanceó la cabeza, concordando con el padre:

— ¡Es verdad, papá! No había pensado en eso. Nosotros tenemos menos dinero, pero nada nos falta. Estamos bien, con salud, inteligencia para aprender y estudiar, tenemos un hogar verdadero y nos amamos.

Lucas se levanto y abrazó al padre, la madre y los dos hermanos.

Enseguida, emocionado, el padre invito a todos para hacer la oración final, que Lucas pidió hacer:

— Señor Jesús, nosotros te agradecemos por todo lo que hemos recibido en nuestra vida. Especialmente por el día de hoy y por nuestra reunión. Veo ahora como somos felices aquí en casa. Bendice a todos nuestros parientes, compañeros y amigos, y el empleo de papá, que nos da medios de vivir bien. ¡Así sea!  

Al terminar la oración, todos estaban contentos, y Lucas completó:

— ¡Siento orgullo de pertenecer a esta familia! Gracias, papá. ¡Gracias, mamá! Y, pensando en la lectura que hicimos, recordé que podemos hacer la caridad a los otros, a través de nuestros actos, del cariño, de la atención, de una palabra amiga. 

El padre sonrió y concordando:

— Es eso mismo, mi hijo. No necesitamos de dinero para ayudar a las personas. Basta buena voluntad y deseo de servir. 

Después, él paró de hablar y sonrió:

— Estaba olvidando que tengo una sorpresa para contar a vosotros hoy. ¿Sabéis lo qué es? Recibí un aumento y pensé que iremos para la casa de los abuelos. ¿Qué pensáis?

¡Todos saltaron de alegría! Los niños adoraban ir para la casa de los abuelos, que también quedarían felices de poder verlos.

— ¡Que bueno! ¡Será nuestro regalo del Día de los Niños!

En aquella noche todos durmieron bien, especialmente Lucas, que se sentía agradecido a Dios por todo lo que le dio.      

MEIMEI

(Recebida por Célia X. Camargo, em 28/07/14.)


                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita