Lucas era un niño que
vivía descontento con la
vida. De familia
amorosa, pero pobre, él
se sentía inferior a los
compañeros de la escuela
que tenían una condición
mejor que la de él.
Ese día especialmente él
volvió para casa triste
y angustiado. En la hora
de la oración en
conjunto que hacían
todas las semanas — el
Evangelio en el Hogar —,
Lucas se mostraba de mal
humor, disgustado.
Después de leer un tramo
del Evangelio, en que
Jesús hablaba sobre la
necesidad de hacer el
bien al prójimo, cada
uno dio su opinión. Al
llegar la vez de él,
Lucas dijo lleno de
irritación:
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— ¡Hablar es fácil!
¿Cómo hacer caridad si
no tenemos nada?
¡Nosotros es que
necesitamos de la
caridad de las
personas!... ¡Por lo
menos en el día de los
niños a mí me gustaría
recibir un regalo!
La madre oyó y después,
con seriedad,
esclareció:
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— Yo sé, mi hijo. Pero,
¿cómo que no tenemos
nada? ¿Falta comida en
casa? ¿Tú y tus hermanos
no tienen qué vestir o
calzar? ¿Os
falta material escolar,
libros?
Los otros dos hermanos,
José y Márcio,
balancearon la cabeza
negativamente:
— No estoy hablando “de
esas cosas” de todos los
día, mamá. Quiero pasear
con los compañeros,
tener ropas nuevas,
viajar, ¿entiendes? Mis
amigos siempre llegan
contando lo que hicieron
a finales de semana; yo
me quedo callado porque
nunca tengo nada para
contar. ¡Somos pobres!
El padre, que se hubo
mantenido callado,
consideró:
— ¿Cómo no tenemos nada,
Lucas? ¡Tenemos cosas
mucho más importantes y
verdaderas que recibimos
de Dios para
administrar!
— ¿El qué, por ejemplo,
papá? — indagó el chico
irritado.
— Administrador no es
sólo aquel que cuida de
bienes materiales, como
dinero y autoridad. Es
también aquel que cuida
de los recursos que le
fueron confiados por
Dios, como el cuerpo
perfecto, salud, poder
trabajar, facilidad de
aprender, amigos
verdaderos, nuestro
hogar y, sin duda, el
tiempo que tenemos a
nuestra disposición.
¿Todas esas cosas no son
tesoros que Dios nos
da?...
— Es verdad, padre. Pero
yo me refería a las
cosas que a mí me
gustaría tener y que no
tengo. El padre sonrió
levemente y recordó:
— Yo sé, hijo. ¿Pero tus
compañeros de escuela
poseen todas esas
dádivas? ¡Piensa! ¿Todos
ellos están bien? ¿Están
en paz?
El niño pensó en los
colegas y recordó:
— Bien. Vítor ganó un
skate y se golpeó,
rompiéndose la pierna;
está enyesado. El padre
de Fernando, que tiene
una gran empresa, está
sin dinero y va a
cerrarla, fue lo que oí
decir. Tito y la familia
fueron a viajar esta
semana y sufrieron un
accidente; felizmente,
parece que están bien.
¡Ah, Melina! Ella me
contó que sus padres van
a separarse... ¡Felício
tiene un hermano que
tiene problemas y no
consigue aprender!
Hugo...
El padre, que oía en
silencio, consideró:
— ¿Tú ves cómo esos
valores son importantes?
La salud, la unión de la
familia, saber luchar
con los recursos que
tenemos, entre otras
cosas... ¿Entendiste?
Lucas balanceó la
cabeza, concordando con
el padre:
— ¡Es verdad, papá! No
había pensado en eso.
Nosotros tenemos menos
dinero, pero nada nos
falta. Estamos bien, con
salud, inteligencia para
aprender y estudiar,
tenemos un hogar
verdadero y nos amamos.
Lucas se levanto y
abrazó al padre, la
madre y los dos
hermanos.
Enseguida, emocionado,
el padre invito a todos
para hacer la oración
final, que Lucas pidió
hacer:
— Señor Jesús, nosotros
te agradecemos por todo
lo que hemos recibido en
nuestra vida.
Especialmente por el día
de hoy y por nuestra
reunión. Veo ahora como
somos felices aquí en
casa. Bendice a todos
nuestros parientes,
compañeros y amigos, y
el empleo de papá, que
nos da medios de vivir
bien. ¡Así
sea!
Al terminar la oración,
todos estaban contentos,
y Lucas completó:
— ¡Siento orgullo de
pertenecer a esta
familia! Gracias, papá.
¡Gracias, mamá! Y,
pensando en la lectura
que hicimos, recordé que
podemos hacer la caridad
a los otros, a través de
nuestros actos, del
cariño, de la atención,
de una palabra amiga.
El padre sonrió y
concordando:
— Es eso mismo, mi hijo.
No necesitamos de dinero
para ayudar a las
personas.
Basta buena voluntad y
deseo de servir.
Después, él paró de
hablar y sonrió:
— Estaba olvidando que
tengo una sorpresa para
contar a vosotros hoy.
¿Sabéis lo qué es?
Recibí un aumento y
pensé que iremos para la
casa de los abuelos.
¿Qué pensáis?
¡Todos saltaron de
alegría! Los niños
adoraban ir para la casa
de los abuelos, que
también quedarían
felices de poder verlos.
— ¡Que bueno! ¡Será
nuestro regalo del Día
de los Niños!
En aquella noche todos
durmieron bien,
especialmente Lucas, que
se sentía agradecido a
Dios por todo lo que le
dio.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
Camargo, em 28/07/14.)
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