Cierto día, Frederico
oyó a la profesora decir
que todas las personas
necesitan ejercitar la
paciencia unos con los
otros.
— ¿Por qué, profesora? —
preguntó un alumno.
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— Porque todos nosotros,
en una hora u otra,
también necesitaremos de
la paciencia ajena! —
explicó ella.
Frederico fue para casa
pensando en el asunto.
¿Por qué él, Frederico,
necesitaría de la
paciencia de las
personas? ¿O de la
paciencia de la familia?
¡No conseguía encontrar
algo que le mostrase esa
necesidad!...
Llegando a la casa a la
hora del almuerzo, entró
en su cuarto y, viendo
una revistita, se puso a
leer. Luego Isabela, la
hermana más
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mayor, lo llamó: |
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— ¡Frederico, ven a
almorzar, sólo faltas
tú!
— ¡Ya voy, Isabela! ¡No
podéis esperar un poco?
— gritó.
Pero no fue. Después de
algún tiempo más, la
madre fue a buscarlo y
lo llevó por la mano.
Todos estaban sentados
alrededor de la mesa con
cara de reprobación.
Frederico se sentó,
descontento, pues la
historia que estaba
leyendo era muy buena.
El padre hizo una
oración agradeciendo a
Dios por la familia
unida y por el alimento
que iban a comer. Sin
embargo, el chico ni
comió bien con prisa de
volver a su cuarto.
Al final de la tarde,
Isabela buscaba un libro
y preguntó a Frederico
si sabía donde estaba
el, y el niño respondió
con malos modos:
— ¡Está conmigo, mira
esa! ¡Yo lo cogí porque
quería ver en el mapa
donde queda una ciudad!
La hermana, llena de
paciencia, explicó:
— ¡Frederico, pero el
libro es mío y tú
podrías haberme avisado
que lo cogiste!
¡Necesito hacer un
trabajo urgente para
mañana, sino voy a
quedar sin nota en
Geografía, y busqué ese
libro en la casa
entera!...
— ¡Ah! A ti no te gusto
yo. ¡Siempre protestas
de todo lo que hago!
— ¡Tú estás apelando,
Frederico! No me niego a
prestarte nada, sólo
deseo que me avises,
¿entendiste?
En eso la madre se
aproximó, al ver que los
hijos estaban
discutiendo.
— ¿Qué está ocurriendo?
¡No quiero peleas en
esta casa!
Y Frederico, en
lágrimas, protestó para
la madre:
— Mamá, a Isabela no le
gusto. ¡De hecho, a
nadie le gusto en esta
casa!...
Soy muy infeliz!...
La madre miró para la
hija, al ver la escena
del hermano que estaba
haciendo, lo halló
gracioso. Después miró
para el hijo y lo calmó:
— Frederico, cuéntame lo
que ocurrió.
Enjugando las lágrimas
con las manos, él
explicó:
— ¡Es que nadie tiene
paciencia conmigo aquí
en casa, madre! ¡Todos
peleáis conmigo! Mi
profesora dijo que
necesitamos tener
paciencia con los
otros.
La madre oyó aquellas
palabras y concordó:
— ¡Tu profesora tiene
toda razón, mi hijo.
¿Pero nadie tiene
paciencia contigo? ¡Mira
bien! Sólo hoy, ¿cuantas
veces ejercitamos la
paciencia contigo?
El chico paró de llorar,
sorprendido.
La madre prosiguió:
— ¡A La hora del
almuerzo, estuvimos
esperando por ti a la
mesa, pues no viniste
cuando Isabela te llamó,
y sólo lo hizo después
que yo fui a buscarte,
aún sabiendo que tu
padre tiene prisa en
almorzar para volver al
trabajo!
Y la hermana concluyó,
diciendo:
— ¡Siempre tengo
paciencia contigo,
Frederico! No me
incomoda que cojas mis
cosas, sin embargo
necesitas avisarme. ¡Yo
necesito hacer un
trabajo para mañana!...
Un poco antes, el padre
volvió del trabajo y
como nadie notó su
presencia, se quedó
parado en la puerta,
oyendo sin intervenir.
En ese punto de la
conversación, entró el
hermano pequeño, Leo,
que oía callado y
decidió hablar también:
— ¡Yo tengo paciencia
contigo, Frederico! ¡Hoy
mismo quería jugar y
busqué mi juego nuevo y
estaba en tu cuarto!
Pero, cuando yo cojo
alguna cosa tuya, tú
peleas. ¡No tienes
paciencia conmigo!
Todos encontraron
gracioso la protesta del
pequeño Leo, de cinco
años. La madre completó:
— ¿Entendiste,
Frederico? ¡La paciencia
es algo que necesitamos
cultivar en relación a
los otros también, no
pensando sólo en
nosotros! ¡Sin embargo,
tú sólo consideras tus
derechos, sin pensar que
debes actuar de la misma
manera para con el
prójimo, es decir, con
todos aquellos que
forman parte de nuestra
vida!...
Frederico, que había
parado de llorar y
pensaba en lo que fue
dicho, miró a cada uno y
dijo:
— ¿Vosotros me
perdonáis? ¡Mamá, yo
prometo cambiar! Quiero
ser así como tú, papá,
Isabela y hasta Leo, que
tanto habéis sido
pacientes conmigo.
La madre abrió los
brazos y ellos se
abrazaron, llenos de
cariño y de alegría por
saber que, a pesar de
todo, formaban una
familia que se amaban
mucho. El padre se
aproximó y envolvió a
todos con su presencia
fuerte y amorosa,
diciendo:
— Agradezco todos los
días por la familia que
Dios me dio. ¡Oí la
conversación de vosotros
y siento mucho orgullo
de esta
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familia
maravillosa, que
tiene problemas,
pero que
resuelve todo
con amor y
paz!... |
MEIMEI
(Recebida
por Célia X. de Camargo,
em 22/09/2014.)
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