En el Evangelio
de Mateo,
capítulo 27,
versículo 51,
está el relato
bien
significativo de
la ruptura del
velo del
santuario que
ocultaba el
tabernáculo con
el arca de la
alianza, en el
Templo de
Jerusalén,
producida por la
acción de manos
invisibles y
revueltos.
Como el
envoltorio era
considerado
sagrado, sólo
era abrir una
vez por año y
solamente por el
sumo sacerdote.
Nadie más podría
tocarlo, ni aún
el rey; pero,
seres
espirituales
lograron
penetrar en el
tabernáculo y
rasgaron la
cortina, por
cuenta de un
fenómeno,
perfectamente
explicado por la
excelsa Doctrina
Espírita,
encuadrándolo
como resultante
de la
mediumnidad de
efectos físicos.
Es imperioso
resaltar que
para que los
Espíritus tengan
condiciones de
manifestación
directa en la
materia, hay
necesidad de la
presencia de la
sustancia
ectoplasmática,
en el caso en
pantalla
hartamente
externa por
Jesús, en el
momento glorioso
de su desenlace.
Simbólicamente,
el velo
Parroquial
representa todas
las compactas
barreras,
edificadas en el
sentido de
impedir el
acceso al
conocimiento
espiritual, al
verdadero saber
que libera los
seres de los
grilletes de la
ignorancia,
formados a
voluntad propia
por el
oscurantismo
religioso y
científico.
Pero, el Maestro
resaltó que la
verdad sería
conocida (Juan
8:32) y,
consecuentemente,
la esclavitud
del dogmatismo
será paso a paso
extinguida,
haciendo libre
toda la
Humanidad.
El Espiritismo,
como lo
“Consolador
prometido por
Jesús”, tiene el
designio de
propiciar la
caída de los
velos de la
ignorancia, a
través de la
diseminación de
sus principios
básicos bien
estructurados y
claramente
definidos.
La pluralidad de
las existencias
corresponde a un
concepto básico
doctrinario muy
importante, por
cuanto la
evolución,
progreso
continuo y
armonioso de
toda la Creación
Divina, no
podría ocurrir,
en sólo una vida
física.
Ejemplificó
Jesús la
sobrevivencia de
la criatura
después de la
tumba,
apareciendo
completamente
materializado
a
María Magdalena
A través de la
palingenesis,
el átomo
primitivo puede
llegar el
arcángel, o sea,
el principio
espiritual va
perfeccionándose
dentro de
milenios,
pasando por el
vegetal, por el
reino animal,
reino hominal,
donde
individualizado
sigue el camino
de las estrellas
sin fin, hasta
llegar a la
condición de
Espíritu puro,
consciente
eternamente de
sí mismo,
viviendo
completamente la
felicidad y la
perfección.
Cristo probó la
presencia
potencial de
Dios en
nosotros,
diciendo:
“Vosotros sois
dioses” (Juan
10:34) y “El
Reino de Dios
está dentro de
vosotros”
(Lucas: 17:21).
Por medio de la
palingenesia la
reencarnación,
el ser
desarrolla y
exterioriza
potencialidades
inmanentes en
sí. En verdad,
desde el momento
de su formación
cósmica, ya trae
la perfección
latente en sus
repliegues más
íntimos.
A la vez, la
realidad de la
pluralidad de
las existencias
tiene como
colofón la
certeza de la
supervivencia de
la
individualidad
después del
fenómeno de la
muerte, desde
que reencarnar
significa nacer
nuevamente en un
otro cuerpo.
Quién “nace de
nuevo” es el
Espíritu,
revestido de un
envoltorio
semimaterial,
energético,
denominado
periespíritu o
cuerpo
espiritual.
Repudiando la fe
ciega, que
oscurece el
pensamiento del
hombre que cree
sin saber y
donde se cree
que la suerte
del Espíritu ya
está sellada
después del
deceso físico,
el Maestro abre
los velos de la
ignorancia,
volviendo del
Más Allá y
revelándonos la
muerte de la
muerte.
Ejemplificó
Jesús la certeza
de la presencia
de los muertos,
la supervivencia
de la criatura
después del
túmulo,
apareciendo
completamente
materializado a
Maria Magdalena
y a los
discípulos.
Mientras algunas
de las
religiones
dogmáticas aún
predican la
localización de
las almas en el
Cielo, en el
Purgatorio o en
el Infierno,
otras creen que
los Espíritus
quedan
adormecidos a la
espera de la
vuelta del
Maestro.
Los seres
prehistóricos
enterraban a sus
muertos junto
con sus
pertenencias,
porque creían en
la
continuación
de la vida
En consonancia
con el
Evangelio, se
puede afirmar
que no existe la
cesación de la
vida después de
la vida.
Posteriormente
al fenómeno del
fallecimiento de
la indumentaria
de carne,
permanece la
vida espiritual
pululante y
exponente.
Muchos sectores
científicos
famosos y
conceptuados
comprobaron y
continúan
probando la
realidad de que
los muertos
viven, bien
despiertos y
activos, y que
poden igualmente
reencarnar,
conforme
investigaciones
concluyentes
realizadas por
Charles Richet,
Premio Nobel de
Medicina, en
1913; William
Crookes,
descubridor del
talio y Premio
Nobel de Química
(1907), una de
las mayores
autoridades
científicas de
Inglaterra en su
época; el Dr.
Joseph Banks
Rhine (1930),
conocido como
“El Padre de la
Parapsicología”,
de la
Universidad de
Duke (USA); Dra.
Elizabeth
Klüber-Ross, Dr.
Raymond Moody;
Prof. Ian
Stevenson, de la
Universidad de
Virginia; Dr.
Morris
Netherton; Dra.
Edith Fiore y
muchos otros.
Goethe
(1749-1832),
famoso escritor
alemán, afirmó:
“Los que no
esperan otra
vida ya están
muertos en esa”.
Guerra Junqueiro
(1850-1923),
político,
diputado,
periodista,
escritor, poeta,
lusitano, ya
decía: “Sólo el
alma es
inmortal: sólo
esa pura
esencia. Jamás
se descompone o
jamás se
aniquila. El
cuerpo es
simplemente la
lámpara de
arcilla. El
alma, he ahí la
claridad". El
escritor,
también
lusitano, Eça de
Queirós
(1845-1900) así
se expresó: “Hay
cuerpos de ahora
con almas del
pasado. Cuerpo
es vestido. Alma
es persona”. El
afamado escritor
y humanista
francés Victor
Hugo (1802-1885)
aseveró que
“morir no es
morir, es sólo
cambiarse”.
Fernando Pessoa,
poeta, filósofo
y escritor
portugués
(1888-1935):
“Morir es sólo
no ser visto.
Morir es la
curva de la
carretera”.
Desde que el
hombre primitivo
adquirió el
intelecto en una
de las fases de
su evolución, él
sabe,
intuitivamente,
que la muerte no
interrumpe la
vida. Esta
preexiste al
vehículo
somático y
permanece en el
más allá de la
tumba. Los seres
pre-históricos
enterraban a sus
muertos, junto
con sus
pertenencias, ya
que creían en la
continuación de
la vida después
de la vida.
En la amalgama,
el ser
trascendental,
sufriendo el
rigor de un
estado
vibratorio más
denso, tiene la
oportunidad de
crecer
Carl Gustav
Jung, el afamado
psicoanalista,
dijo: “La
plenitud de la
vida exige algo
más que un ser;
necesita de un
Espíritu, es
decir, un
complejo
independiente
superior, único
capaz de llamar
a la vida todas
las
posibilidades
psíquicas que la
Conciencia-Ego
no podrá
alcanzar por sí”
(“Realidad del
Alma” / Editora
Losada, S.A., B.
Aires).
La presencia de
un cuerpo
físico, con
trillones de
células, creado
a partir de la
unión del óvulo
con el
espermatozoide,
no puede ser
fruto del acaso.
Sabiéndose,
principalmente,
que ocurre una
diferenciación
celular
armónica,
constituyendo
diferentes
órganos y
sistemas, en un
trabajo
inteligente, sin
participación
ostensiva de la
gestante. Hay,
realmente, una
“Energía Central
Reguladora” o un
“Principio
Espiritual
Orientador”
responsable por
la formación de
la indumentaria
somática.
La Inteligencia
Extrafísica,
durante el
proceso de la
embriogénesis,
recapitula su
evolución
ocurrida en la
serie animal
(filogénesis):
inicialmente el
huevo recordando
una ameba,
después las
fases comunes a
los reptiles y a
las aves. Una
prueba segura de
la existencia
del ser
espiritual
rememorando el
camino
recorrido,
atestándose la
presencia de la
Energética
Extracorpórea o
Espíritu,
liberando todo
lo que se
encontraba
archivado
durante milenios
de evolución.
En la amalgama
terrestre, el
ser
trascendental,
sufriendo el
rigor de un
estado
vibratorio más
denso, actuando
como una
verdadera
prisión celular,
tendrá la
oportunidad de
crecer, de poder
desarrollar
potencialidades
y de buscar un
posible
perfeccionamiento
en las diversas
oportunidades
que la
reencarnación
proporciona.
El Espiritismo,
como el
“Consolador
prometido por
Jesús”,
igualmente
proporciona el
derrumbe de los
velos de la
crueldad, a
través de la
divulgación y
ejemplificación
de las
enseñanzas
morales de
Jesús,
claramente
insertadas en su
redentor
Evangelio.
Los velos de la
crueldad son
arrancados por
todos aquellos
que son
verdaderamente
discípulos
actuales de
Cristo
Cristo enseñó y
vivió el amor en
todos los
momentos de su
misión
grandiosa, en la
Tierra, desde el
nacimiento
humilde hasta la
crucificación en
el madero.
Desmantelando
los pilares de
la crueldad,
dejó dos
mandamientos
mayores: “Amarás
al Señor tu Dios
de todo tu
corazón, de toda
tu alma, y de
toda tu
comprensión y
amarás a tu
prójimo como a
ti mismo” (Mateo
22:37-39).
Conversando con
sus discípulos,
Jesús los
exhortó al amor,
diciéndoles: “Un
nuevo
mandamiento os
doy: que os
améis unos a los
otros, así como
os amé. En esto
conocerán a
todos los que
sois mis
discípulos…”
(Juan 13:
34-35).
Refiriéndose al
instante solemne
de la criba de
la cizaña del
trigo, aludiendo
a los elegidos
que permanecerán
en la Tierra
transformada en
mundo de
regeneración,
hizo del amor la
bandera de la
salvación,
clamando:
“Venid, benditos
de mi Padre.
Tomad posesión
del reino que os
está preparado
desde la
fundación del
mundo, porque
tuve hambre y me
distéis de come;
tuve sed y me
distéis de
beber; era
forastero y me
hospedasteis;
estaba desnudo y
me vestisteis;
enfermo y me
visitasteis;
apresado y
fuisteis a
verme” (Mateo
25:34-36). El
Maestro cita
como salvados a
los que lo
sirven en la
persona del
prójimo.
Realmente,
“fuera de la
caridad, no hay
salvación”.
Los velos de la
crueldad son
arrancados por
todos aquellos
que son
verdaderamente
discípulos
actuales de
Cristo,
ejemplificando
el amor en todos
los instantes de
la vida.
El Consolador,
que no dejará
huérfana a la
Humanidad (Juan
14:18), orienta
que los velos de
la
insensibilidad
sean rasgados a
través del
“amaos”. Al
mismo tiempo la
erradicación de
los velos del
desconocimiento
por el
“instruíos”.
El
despedazamiento
del velo
Parroquial
revela que, en
el momento en
que Cristo sea
conocido
verdaderamente y
su mensaje de
liberación sea
ejemplificado,
el tabernáculo
de Dios,
representado por
la verdad que
esclarece, no
quedará más
oculto, ya que
los velos de la
ignorancia y de
la crueldad
serán rasgados
Que la luz se
haga refulgente
después de la
caída de los
velos.
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