El fenómeno
espírita es
universal y la
doctrina que de
el se
levanta
también lo es,
porque puede ser
confirmada a
cualquier hora y
en cualquier
lugar
Allan Kardec en
su librito “Qué
que es el
Espiritismo”,
definiendo la
ciencia nueva a
que había
dedicado sus
últimos años,
escribió:
“El
Espiritismo es
una ciencia que
trata de la
naturaleza,
origen y destino
de los
Espíritus, así
como de sus
relaciones con
el mundo
corporal”.
Eso, en 1859,
dos años tras la
edición de El
Libro de los
Espíritus.
En 1893, treinta
y cuatro años
después, Gabriel
Delanne, en “El
Fenómeno
espírita”,
también define
el Espiritismo
sólo como
ciencia.
Veamos lo que él
dijo:
“El Espiritismo
es una ciencia
cuyo fin es la
demostración
experimental de
la existencia
del alma y su
inmortalidad por
medio de
comunicaciones
con aquellos a
los cuales
impropiamente se
ha llamado
muertos”.
Vea bien: la
finalidad del
fenómeno, según
Delanne, era
sólo demostrar
la existencia
del alma y de su
inmortalidad.
Sólo eso. Nada
más.
¿Por qué, en
ambas
definiciones, no
se da cualquiera
destaque a la
filosofía y a la
religión? (Más
tarde, Kardec va
a mejorar el
concepto,
ampliando el
campo de alcance
de la doctrina,
diciendo que el
“Espiritismo es
una ciencia y
una filosofía
con
consecuencias
morales”.)
Porque nadie, en
aquellas
alturas, ni
incluso Kardec,
podría imaginar
que por detrás
de los fenómenos
estaba surgiendo
una ciencia
nueva, una
filosofía plena
y una nueva
manera de ver la
vida.
En la
profundización
de las
indagaciones es
que surgiría un
edificio nuevo,
un mensaje nuevo
que abrigaría,
con mucha
claridad, la
filosofía, la
religión, y
todos los ramos
del conocimiento
humano.
Religión es,
antes de todo,
una manera de
ver las cosas
Harold Krushner,
en su
interesante
libro “Quién
necesita de
Dios”, aseguraba
con toda su
experiencia de
rabino que “la
religión no es
sólo un conjunto
de creencias o
de una serie de
rituales.
Religión es,
antes de todo,
una manera de
ver las cosas.
Ella no puede
cambiar los
hechos del mundo
en que vivimos,
pero puede
transformar
nuestra visión
de esos hechos y
reconocimientos,
lo que, por sí
sólo, hace mucha
diferencia.
Religión es
reunir a las
personas de modo
que puedan
compartir
momentos
importantes de
sus vidas”.
El sociólogo y
antropólogo
francés, Émille
Durkheim
(1858-1917),
después de
viajar para las
islas de los
mares del sur a
fin de estudiar
la religión en
su forma más
primitiva,
afirma que una
de las cosas más
importantes que
él aprendió fue
que uno de los
propósitos
esenciales de la
religión no era
colocar los
individuos en
contacto con
Dios, pero sí lo
de colocarlos
unos en contacto
con los otros.
Existen
acontecimientos
en la vida de
cada uno de
nosotros que no
deseamos vivir
solos, cosas
alegres, como el
nacimiento o la
boda de un hijo,
y cosas tristes,
como la muerte
de un ente
querido o una
guerra y
desastres
naturales.
El Espiritismo
rescata ese
concepto
original de
religión al
transformar sus
adeptos en una
gran familia,
compartiendo
conocimientos,
descubrimientos,
emociones. Y,
extrayendo de
las
informaciones de
los que ya
habían
atravesado las
fronteras de la
muerte, hizo
visible la
filosofía plena
que, de hecho,
responde a las
preguntas del
ser humano:
¿De dónde
vinimos?
¿Por qué
sufrimos?
¿Cuál es la
finalidad de la
existencia?
¿Para dónde
vamos?
¿Cómo entender
el problema del
mal y del bien?
¿A qué leyes
estamos sujetos
en nuestra
marcha
evolutiva?
Los fenómenos
mediúmnicos
existieron desde
todos los
tiempos
Además, al
encarar de
manera racional
el problema de
la fe y los
ejercicios de la
meditación y de
la oración,
estableció
reglas de
convivencia
fraterna entre
ese mundo y el
otro, entre los
que trabajan en
las dificultades
de la esfera
física y los que
de ella ya se
liberaron por el
fenómeno de la
muerte.
Como ciencia,
continúa
investigando los
secretos de la
comunicación
entre vivos y
muertos; como
filosofía,
aclara nuestro
camino para
evitar
sobresaltos y
caídas y, como
religión, nos
hace hermanos
con los mismos
sueños y las
mismas
aspiraciones.
Pero todo
comenzó,
modernamente, en
1848, en un
Villarejo de
Estados Unidos,
pequeña
comunidad
vinculada a la
ciudad de
Rochester, en el
Estado de Nueva
York, en América
del Norte.
Modernamente,
dijimos, porque
los fenómenos
mediúmnicos
existieron desde
todos los
tiempos. Hasta
donde la
historia pudo
registrar, no
hay un pueblo,
una patria, una
comunidad donde
el fenómeno no
haya ocurrido
siempre y con
gran abundancia.
Pero lo que
vendría a
desencadenar
todo el proceso
de elaboración
de la doctrina
es, realmente,
moderno. Es casi
de nuestros
días.
De repente, en
la casa del Sr.
John Fox, un
presbiteriano
asumido y
extremadamente
religioso, las
paredes
comienzan a
hacer ruido.
Eran golpes
secos, que en la
lengua inglesa
se decían
‘raps”. Corría
el año de 1848 y
el mes era
marzo. ¿Serían
juegos de niños
o perturbaciones
de los vecinos?
¿Estaría
estallando la
madera de que se
constituían
algunas paredes?
¿Qué diablo era
aquello? Golpes
insistentes que
no dejaban a la
familia dormir.
Venían curiosos
y los golpes
continuaban.
“No soy demonio,
no”, dice el
autor de los
golpes
Llamada la
policía, nada se
descubrió. Como
buenos
evangélicos,
pensaron
inmediatamente
en el demonio.
Eso es cosa del
demonio, decían
todos. Hasta que
un día, una de
las niñas
resolvió
conversar con el
demonio. Dijo
una de ellas: –
Su pie dividido
(pie de cabrito,
porque esa era
una de las
características
del demonio,
dadas por
aquellos que lo
conocían bien).
– Su pie
dividido – decía
ella –, haz lo
que yo hago. Dio
tres palmaditas
con las dos
manos unidas. Y
el demonio
la imitó. Golpeó
otras tantas
veces. Y la
pared repetía.
Se preguntó a la
pared. ¿Cuál es
la edad de Kate?
Y la pared dio
el número de
golpes igual al
número de años
de la niña.
Había una
inteligencia por
detrás de
aquellos golpes.
Ahí el Sr. Isaac
Post, amigo de
los Fox,
resolvió
inventar una
forma de
conversar con la
pared. Él
declamaría las
letras del
alfabeto en voz
alta y así que
surgiera la
letra que
interesaba, la
pared daba un
golpe. De esa
forma fueron
construyéndose
palabras, frases
y la historia
toda. La
inteligencia
decía: “No soy
demonio, no. Soy
un ser cómo
todos vosotros.
Ya estuve ahí.”
Y contó su
historia. El
autor de los
golpes era un
comerciante
viajero, Charles
Rosma, que había
sido asesinado
allí, en aquella
casa, cuando
allá se había
hospedado con
las mercancías
que buscaba
vender. Los
dueños de la
posada, por la
noche, con vista
en el dinero del
comerciante y en
las cosas que él
estaba
vendiendo, lo
asesinaron y
enterraron el
cuerpo, de
entrada en la
bodega. Más
tarde, debido al
riesgo de
descubrirse
donde el cuerpo
estaba
enterrado, lo
retiraron y lo
emparedaron
entre dos
paredes
duplicadas que
sólo más tarde,
cincuenta años
después,
desmoronadas,
dejarían
expuestos los
huesos del
indignado
vendedor.
Estaba
descubierta la
manera de
entenderse los
llamados muertos
con los llamados
vivos. Después
se perfeccionó
el proceso.
Hasta que se
llega a las
mesas giratorias
que tomaron
cuenta de
Europa.
Las mesas
giratorias: una
de las grandes
diversiones de
Europa
Con las mesas el
proceso era el
mismo. Reunidas
las personas en
torno a la mesa
y habiendo
entidades
espirituales que
quisieran entrar
en la
conversación, el
acto comenzaba.
Preguntada
alguna cosa, la
mesa golpeaba la
respuesta.
Madame Girardin
inventó una
mesita más
ligera y de tres
pies y la llamó
mesa para
conversar con
los Espíritus.
Fue una de las
grandes
diversiones de
Europa en el
siglo
diecinueve.
Hombres
importantes se
daban a ese
menester, Victor
Hugo fue uno de
ellos y que más
tarde vino a
continuación el
pensamiento
doctrinario de
Kardec.
Ahí entra el
sabio, el
crítico, el
investigador. El
hombre de
ciencia:
profesor
Hippolyte Léon
Denizard Rivail.
Magnetizador,
con más de
treinta años de
experiencia en
ese arte de
Mesmer,
observando más
que los otros, y
sin cualquier
tipo de
prejuicio, se
profundizó en el
estudio,
perfeccionó
procesos,
descubrió leyes
y construyó el
gran edificio de
ese mensaje de
renovación
espiritual de
tanta
importancia para
el crecimiento
de los hombres y
perfeccionamiento
de la Humanidad.
Toda la doctrina
emergió de ese
fenómeno
naturalísimo que
se repite en
cualquier parte
donde esté el
intermediario
(médium) y
alguna entidad
que desea
manifestarse. El
fenómeno puede
ocurrir
casualmente sin
cualquier
interferencia de
la voluntad
humana o por
efecto de
provocación,
llamada
evocación. Sin
cualquier
privilegio de
nadie. De
ninguna
creencia. En
toda casa,
bastando la
existencia de
esos dos
elementos: un
ciudadano que
tiene dones
mediúmnicos y
seres
espirituales que
se dispongan a
aparecer. Por
eso el fenómeno
es universal y
la doctrina que
de el se levanta
también lo es,
porque puede ser
confirmada, a
cualquier hora,
a cualquier
tiempo, y en
cualquier
lugar.
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