Janjão, de ocho años,
chico experto y de buen
corazón, oyó decir que
todas las personas deben
ayudarse mutuamente y,
en su interior, gran
deseo de hacer el bien
al prójimo pasó a
dominarlo.
Sin embargo, Janjão no
sabía cómo hacer eso.
Como no tuvo nada
realmente suyo, pidió a
la madre que le diese
algunas cosas para poder
repartir con sus amigos:
objetos, frutas y
dulces.
Ese día, especialmente,
Janjão, no tenía qué
hacer. El tiempo estaba
cerrado y la lluvia
inmediatamente comenzó a
caer fuerte, entre
truenos y rayos.
Entonces, la madre
consideró:
— Mi hijo, yo apruebo tu
deseo de ayudar a las
personas. Sin embargo,
para que sea un gesto
realmente tuyo, es
preciso que tú des de
aquello que te
pertenece.
El chico quedó pensativo
y preguntó:
— Pero entonces, ¿qué
puedo dar mamá?
— Una pieza de ropa, un
par de calzados, un
juguete, un libro...
¡Hasta dulces y
caramelos que tú
obtienes de tus abuelas!
El niño abrió mucho los
ojos, sorprendido,
después replicó:
— ¡Pero todo eso es
mío!...
— A buen seguro, mi
hijo. Pero tenemos que
hacer el bien donando de
lo que es nuestro; si tú
das de lo que es mío,
por ejemplo, seré yo que
estaré haciendo la
caridad, y no tú.
¿Entendiste?
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Janjâo pensó... pensó...
y respondió:
— ¡Mamá, pero yo no
tengo casi nada!...
¿Cómo ayudar a las
personas, entonces?
La madre se compadeció
del hijo y lo abrazó con
amor:
— Janjão, tienes muchas
cosas que podemos hacer,
que nada nos cuesta y
que representa luz en la
vida de las personas. El
ejemplo de eso es el
Sol, que todos los días,
con su luz, ilumina a
todas las personas en el
mundo entero,
dondequiera que estén.
Pero tenemos ejemplos
más pequeños...
— ¡Sí, mamá! ¡Los postes
de luz que a la noche
clarean las ciudades!
Las lámparas que tenemos
en nuestra casa —
prosiguió el chico
animado.
— Eso mismo, Janjão.
Como si fuese a
propósito, todo quedo
oscuro. Y la madre
prosiguió:
— Pero tiene una luz de
gran valor que nos viene
cuando falta energía
eléctrica, los días de
tempestad, como hoy: es
aquella representada por
una humilde vela, que
ilumina la casa y nos
ayuda siempre que es
necesario. Ella es tan
pequeña, casi nada
cuesta, pero su valor es
inmenso, cuando estamos
en medio de la
oscuridad. Nos da paz,
alegría, confort al
corazón y expulsa el
miedo.
Janjão oyó a la madre
hablar, sorprendido y
conmovido. Ella volvió
la vela en la mano,
cogió un fósforo y la
encendió. El niño dijo:
— Es verdad, mamá.
¡Pensando mejor, quiero
ser como la vela, que es
débil, pero cuando es
necesario, ilumina todo!
Entendí lo que tú
quisiste explicar. Que
si nosotros no tenemos
dinero para donar,
podemos ayudar de otras
maneras. Pero, ¿cómo?
¡La vela ilumina, pero
yo no tengo luz
ninguna!...
La madre sonrió y
explico:
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— Pero tienes buena
voluntad, lo que es
fundamental. Entonces,
piensa: si alguien está
triste, ¿cómo ayudarlo? |
— ¡Poniendo alegría en
su corazón!
— ¡Eso mismo, hijo! Y si
un compañero tuyo no
sabe cómo hacer la tarea
escolar?
— ¡Yo puedo ayudarlo!
— ¿Y si alguien tiene
sed?
— Puedo darle un vaso de
agua.
La madrecita sonrió y lo
envolvió con cariño:
— ¿Viste cómo es fácil,
hijo? Ayudar es socorrer
a las personas en sus
dificultades. Lo que,
muchas veces, nada
cuesta. Eso no impide
que tú dones las cosas
que no usas más, los
libros que ya leíste,
los juguetes que ya
fueron muy usados, las
ropas que ya no te
sirven... Y una montaña
de otras cosas.
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Y a partir de aquel día
Janjão se transformó a
los ojos de todos.
Cuando un amigo llevaba
una caída y se golpea,
él corría a socorrerlo y
lo consolaba. Si el
vecino necesitaba quitar
las hierbas del jardín,
Janjão se ofrecía lleno
de buena voluntad. Si la
madre estaba apurada con
el trabajo de la casa,
él barría el patio,
cuidaba al perro y hasta
le daba un buen baño.
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Así, Janjão aprendió que
no importa si la luz es
grande o pequeña. Ella
tendrá siempre valor por
aquello que consigue
realizar. Como él, que
era pequeño, pero lleno
de buena voluntad,
conseguía ayudar a mucha
gente. |
En poco tiempo, Janjão
era el chico más querido
de la calle donde
vivía.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
20/10/2014.)
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