Nuestras
existencias son
como eslabones
de una
misma
cadena
Muchas personas,
especialmente
los que están
teniendo el
primer contacto
con la doctrina
espírita,
preguntan si en
la sucesión de
las existencias
corporales los
amigos y
familiares se
reencuentran en
la misma esfera
donde deberán
desarrollar sus
nuevas tareas.
La respuesta es
sí. Aprendemos
con el
Espiritismo que
nuestras
existencias en
la tierra son
como eslabones
de una misma
cadena, de
manera que vamos
a encontrarnos
en el seno de la
familia, de los
colegas de
trabajo, de los
amigos, de los
vecinos,
antiguos
compañeros que
de nuevo se
reúnen para que
sea dado curso
al programa
reencarnatorio
donde nos
encontramos
inseridos.
Ya vimos en esta
revista, en
innúmeros
textos, que el
proceso de
regeneración de
los Espíritus
que se desvían
del rumbo
requiere el
concurso de tres
factores: el
arrepentimiento,
la expiación y
la reparación.
Luego, para que
la reparación
ocurra, es
indispensable
que nos
reencontremos.
No fuese así,
¿cómo podremos
devolver a la
persona que
lesionamos todo
que
eventualmente le
tengamos
sustraído?
El reencuentro
tiene, además de
eso, otros
objetivos. La
expiación es uno
de ellos. Casos
hay en que, por
hubiéramos
tenido
participación en
la caída de
alguien,
asumimos con esa
persona el
compromiso de
ayudarla a
erguirse de
nuevo.
En la literatura
espírita hay
varios relatos
que hablan de
eso. Uno de
ellos, y de los
más expresivos,
es el caso de D.
Aparecida
Conceição
Ferreira, la
fundadora del
Hogar de la
Caridad,
popularmente
conocido como
Hospital del
Fuego Salvaje o
Hospital del
Pénfigo, de
Uberaba (MG),
cuya historia
puede ser leída
pulsándose en
este enlace:http://www.fogoselvagem.org/
Enfermera del
Sector de
Aislamiento de
Santa Casa de
Misericordia y
especializada en
el tratamiento
de enfermedad
contagiosa, D.
Aparecida
abandonó el
empleo para
acompañar doce
víctimas de
pénfigo
foliáceo,
también llamado
de fuego
salvaje. Corría
el año de 1958.
Con los cuerpos
cubiertos de
heridas, muchas
de ellas
transformadas en
costras, ellas
habían recibido
el altasin
cualquier
perspectiva de
cura. La
dirección había
considerado el
tratamiento
largo y
demasiado caro.
Aparecida las
llevó para su
propia casa.
Como en aquella
época la
enfermedad era
considerada
contagiosa, los
vecinos se
quedaron con
miedo y su
familia también.
Resultado: D.
Aparecida,
abandonada por
sus familiares,
se quedó sola
con sus
enfermos. Nacía
entonces el
embrión del
Hogar de la
Caridad, hoy una
referencia
nacional en el
tratamiento del
pénfigo
foliáceo.
Es obvio que,
hasta llegar a
las condiciones
que hoy
conocemos, la
lucha fue ardua
y necesitó de la
ayuda de muchas
personas. Una de
ellas fue el
inolvidable
médium Chico
Xavier, como la
propia D.
Aparecida hacía
cuestión de
decir a todos
que, yendo a
Uberaba,
visitaban el
hospital por
ella fundado.
En 1960, el
número de
enfermos ya
había llegado a
187. En 1961,
subió para 363.
La construcción
del hospital no
era solamente un
sueño, pero una
necesidad. La
lucha, por lo
tanto, apenas
empezaba y con
ella surgieron
acusaciones
frecuentes y
absurdas, como,
por ejemplo, la
falacia de que
D. Aparecida
ganaba dinero a
expensas de los
enfermos,
rumores que se
multiplicaban a
medida que las
obras se
expandían.
Cierto día, no
soportando más
tantas
injusticias,
ella decidió
parar. Fue
cuando Chico
Xavier le reveló
algo que la
convenció de que
parar era algo
absolutamente
fuera de
cuestión. En una
de sus
existencias
pasadas – le
contó el médium
– D. aparecida
había sido
responsable por
la muerte de
muchos “herejes”
en las hogueras
de la
Inquisición. En
la actual
existencia, ella
rescataba su
deuda y los
enfermos
también. Las
víctimas del
fuego salvaje,
tratadas por
ella, habían
obedecido a sus
órdenes e
incendiado los
cuerpos de
aquellos que
cayeron bajo las
garras de un
proceso de
triste memoria
cuya víctima más
conocida fue
Joana d’Arc.
Los verdugos
entonces habían
vuelto al mismo
plan material
donde fracasaron
y, evidenciando,
la sabiduría de
las Leyes de
Dios, no fue
necesario que
nadie los
enviase a la
hoguera, pues
ellos propios
así lo hicieron
al someterse a
una programación
meticulosa en la
cual D.
Aparecida era el
personaje
central.
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