María, de nueve años de
edad, una niña llena de
buena voluntad y deseo
de ayudar a los demás,
al terminar el año
escolar, comenzó a
reflexionar. “¿Qué haría
con su tiempo?”
Ya extrañaba a sus
amigas de escuela, ¡y
apenas habían terminado
las clases!
Era una costumbre de su
familia salir de viaje
por algunos días, rumbo
a una playa, una granja
o visitar a familiares
que vivieran en otras
ciudades. Pero, aun así,
las vacaciones eran
demasiado largas para
ella, y echaba de menos
las actividades más
serias. ¿Qué hacer?...
La madre, que notaba a
la hija pensativa,
preguntó:
- ¿Qué te pasa, hija
mía? ¡Pareces
preocupada, inquieta!
Entonces María le dijo a
su mamá:
- Mamá, es que cuando
comienzan las
vacaciones, necesito
tener actividades. ¡No
puedo quedarme sin hacer
nada, como muchas de mis
compañeras!
- Y tienes razón, hija.
Quedarte con la cabeza
vacía no es bueno para
nadie. ¡Organiza alguna
actividad como leer,
jugar con muñecas,
saltar la soga con las
vecinas! ... ¡Además,
puedes ir al cine,
pasear, visitar a tus
amigas! ¡Hay tantas
cosas por hacer, María!
Pero la niña continuaba
pensativa, como si nada
de aquello le interesara
realmente.
La madre fue a preparar
el almuerzo y dejó a su
|
 |
hija en la sala,
mirando los
libros de su
papá, buscando
alguno que
pudiera leer. De
repente, abrió
uno de ellos y
un mensaje cayó
al suelo. María
se inclinó y
leyó:
"Vacaciones
Espíritas". |
Empezó a leer el mensaje
y sus ojos brillaron.
Ahí el autor hablaba de
una serie de actividades
que se podrían ser
desarrolladas en
vacaciones. María sonrió
satisfecha. Por
supuesto, muchas de las
sugerencias no eran para
ella, ¡pero otras eran
geniales!
Entonces, satisfecha,
fue a la cocina:
- ¡Mamá! ¡Encontré lo
que quería! En estas
vacaciones voy a hacer
actividades diferentes,
como llevar todos los
periódicos espíritas que
recibimos y que papá ya
leyó a los hospitales
donde hay enfermos que
necesitan algo para
leer. O visitar enfermos
y niños con problemas de
salud y que necesitan
conversar con alguien.
¡Así, voy a llevar
alegría a los enfermos y
los niños!
¿Qué
te parece?
La madre sonrió
contenta:
- ¡Muy bien, hija mía!
Haz eso y Jesús va a
bendecirte. Y, cuando yo
pueda ir, también te
haré compañía. ¡Puedo
hacer pasteles y
llevarlos para quienes
puedan comer!
La niña aplaudió,
satisfecha:
- ¡Sí, mamá! ¡Qué bueno!
¡Qué bueno!...
 |
Y a partir de ese día,
María comenzó a llevar
periódicos y revistas a
los adultos y libros
infantiles a los niños.
La madre preparaba un
pastel dulce o salado,
llenaba un termo de té y
ellas sa-
|
lían a visitar a
adultos y a
niños enfermos.
|
Se volvió una actividad
tan agradable que,
incluso después de
terminar las vacaciones,
continuaron haciéndolo,
porque sus protegidos
extrañaban cuando madre
e hija no asistían.
Así, ellas desarrollaron
una gran amistad con
todos aquellos
necesitados que
visitaban,
convirtiéndose en sus
verdaderos amigos.
Cuando uno de ellos
empeoraba, ellas iban a
verlo al hospital y allí
encontraban a otros
pacientes que necesitan
atención y afecto.
Muchos, que residían en
otras ciudades, raras
veces recibían visitas
de familiares y, a
veces, esos enfermos no
tenían ropa, pasta de
dientes, jabones,
máquinas de afeitar y
otras cosas más. Y ellas
crearon una fuente de
ayuda para todos ellos,
recolectando entre sus
vecinos y amigos lo que
era necesario.
La obra, que iniciaron
sin ninguna pretensión,
fue aumentando con la
colaboración de otras
personas interesadas en
ayudar, y ahora tenían
un grupo de visitaba los
hogares de paralíticos,
de ciegos, sordos, mudos
y todo tipo de
dificultades.
Y María, en la escuela,
contaba su experiencia,
hablando sobre la
necesidad de las
personas, especialmente
de los niños, y
consiguiendo más amigos
para ayudar.
Se sentía feliz y
realizada, sabiendo que
el trabajo que hacían
era importante para
mucha gente. Y cuando
alguien le preguntaba si
ella no se cansaba de
esa actividad, decía
sonriente:
- No. ¡Siento placer de
ser útil!
Y, en la noche, una gran
cantidad de oraciones
llegaba a lo Alto en
agradecimiento a María
por la ayuda que
prestaba a todos.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
30/11/2015.)
|