WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Editorial Português   Inglês    
Año 9 - N° 447 - 10 de Enero de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 


Aflicciones… ¿hasta cuándo?


Impresionante el noticiario que ocupó los programas periodísticos en el inicio de esta semana, la primera de 2016.

Terremoto en el nordeste de India, cerca de la frontera con Myanmar y Bangladesh, accidentes en las carreteras de nuestro país con varias muertes, riadas, inundaciones, deslizamientos de tierra, familia electrocutada delante de la propia residencia… Y, para culminar, los actos de agresión y violencia que se siguieron a la ruptura diplomática entre dos grandes naciones asiáticas donde el Islamismo es la religión dominante. Nos referimos, en este caso, Arabia Saudita e Irán, rompimiento que, a propósito, se amplió con la adhesión de Bahréin y de los Emiratos Árabes, que también rompieron con Irán.

Examinando ésos y otros casos que surgen a cada semana en los medios de comunicaciones, es obvio que no es difícil averiguar los que son causados por acciones del propio hombre y los demás, que ocurren sin que exista una relación directa entre el acontecimiento y lo que tenemos hecho.

“En el mundo habréis de tener aflicciones. ¡Coraje! Yo vencí el mundo.” (Juan, 16:33.)       

Las palabras arriba, pronunciadas por Jesús y apuntadas por el evangelista, son expresivas y, más aún, proféticas.

¿Por qué en el mundo habremos que tener aflicciones?

No es necesario adoptar creencia alguna para observar que, independientemente de nuestra voluntad, es eso que tiene marcado la historia de la Tierra desde sus orígenes.

Mundo de pruebas y expiaciones, nuestro orbe recibe Espíritus aún imperfectos, con un largo prontuario relleno de acciones y omisiones que es necesario resolver, reparar, corregir…

Nuestra imperfección no permite, excepto en rarísimos casos, que nos modifiquemos por la fuerza de una palabra o de un consejo. Surge, entonces, el dolor como medida necesaria y altamente eficaz, como todos ciertamente ya observamos en nuestro propio comportamiento o en la conducta de familiares y amigos visitados por el sufrimiento.

Ya mencionamos aquí y no nos cuesta repetir que, según enseñanza recibida de los inmortales, el proceso de regeneración  de alguien que hirió la Ley de Dios implica el concurso de tres factores: el arrepentimiento, la expiación y la reparación – éstas dos últimas, medidas educativas, no punitivas, que la propia persona solicita cuando prepara un nuevo pasaje por la experiencia reencarnatoria.

Como ejemplo de cómo se procesa la justicia divina, recordemos el caso de Letil, un industrial francés que murió en abril de 1864, de modo horroroso, cuando sobre él cayó todo el contenido de una caldera de barniz hirviente. En un abrir y cerrar de ojos su cuerpo se cubrió de materia candente. Cuando se pudo prestarle los primeros socorros, ya las carnes dilaceradas caían a pedazos, desnudos los huesos de una parte  del cuerpo y de la faz.      

Aun así, sobrevivió doce horas a terribles sufrimientos, conservando, sin embargo, toda la presencia de espíritu hasta el último momento, sin que se oyese de sus labios un único gemido, un sólo lamento. Letil murió orando a Dios.

Como se trataba de un hombre honradísimo, de carácter tierno y afectuoso, amado y estimado de cuantos lo conocían, es obvio que nadie comprendió por qué tan triste tragedia le segó la vida. Más tarde, no obstante, evocado en la Sociedad  Espírita de París, el propio Letil dio noticia sobre su situación en el mundo espiritual y reveló la causa que le había determinado tan triste destino.

Él contó entonces: 

“Pasados casi dos siglos, mandé quemar una muchacha, inocente como se puede ser en su edad – 12 a 14 años. ¿Cuál la acusación que le pesaba? La complicidad en una conspiración contra la política clerical. Yo era entonces italiano y juez inquisidor; como los verdugos no osasen tocar el cuerpo de la pobre niña, fui yo mismo el juez y el carrasco.

Oh! ¡Cuánto es grande, justicia divina! A ti sometido, prometí a mí mismo no vacilar en el día del combate, y bien que tuve fuerza para mantener el compromiso. No murmuré, y vosotros me perdonasteis, oh! ¡Dios! ¿Cuándo, sin embargo, se me apagará de la memoria el recuerdo de la pobre victima inocente? ¡Ese recuerdo es que me hace sufrir! Es necesario, por lo tanto, que ella me perdone.

Oh! Vosotros, adeptos de la nueva doctrina, que frecuentemente decís no poder evitar los males por no tener ciencia del pasado! Oh! ¡Hermanos míos! Bendices antes el Padre, porque si tal recuerdo os acompañase a la Tierra, no más habría ahí reposo en vuestros corazones. ¿Cómo podríais vosotros, constantemente asediados por la vergüenza, por el remordimiento, disfrutar un sólo momento de paz? El olvido ahí es un beneficio, porque el recuerdo aquí es una tortura. Algunos días más, y, como recompensa a la resignación con que soporté mis dolores, Dios me concederá el olvido de la falta. He aquí la promesa que acaba de hacerme mi buen ángel.” (El Cielo y el Infierno, de Allan Kardec – 2ª Parte – capítulo VIII.)      

Esperamos que las explicaciones arriba, aunque no nos traigan de vuelta el familiar querido que partió, nos ayuden a comprender que en la vida todo que emana del Padre es justo y tiene por fin solamente nuestro bien y nuestra felicidad. 



 


Volver a la página anterior


O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita