Continuamos en esta edición el estudio del libro Instrucciones Prácticas sobre las Manifestaciones Espíritas, obra publicada por Allan Kardec en el año 1858. Las páginas citadas en el texto sugerido para la lectura se refieren a la edición publicada por la Casa Editorial O Clarim, basada en la traducción hecha por Cairbar Schutel.
Preguntas para debatir
A. ¿Cuáles son los puntos esenciales que se deben considerar en la formulación de las preguntas dirigidas a los Espíritus?
B. Kardec concibe el Espiritismo como una ciencia de observación, con principios propios. Ante eso, ¿qué proceso debe adoptar el observador que desee instruirse en la ciencia espírita?
C. Los Espíritus familiares, ¿pueden ayudarnos en nuestras dificultades y problemas?
Texto para la lectura
141. La emancipación del alma sucede casi siempre durante el sueño; ahora bien, la evocación la provoca si la persona no está durmiendo o, por lo menos, provoca un entorpecimiento y una suspensión momentánea de las facultades sensitivas. Sería, pues, peligroso si en ese momento la persona se encontrase en una situación en la cual tuviese necesidad de todo su raciocinio. Y sería también peligroso si estuviese muy enferma, porque el malestar podría empeorar. (Cap. VIII, págs. 160 y 161.)
142. Nos puede causar admiración ver a los Espíritus de los hombres más ilustres atender a los llamados de los hombres sencillos. Pero eso sorprende sólo a quienes no conocen la naturaleza del mundo espirita. Quien lo conoce sabe que la posición que ocupamos en la Tierra no nos da ninguna supremacía y que allá el poderoso puede estar por debajo del que fue su servidor. Pero si es verdaderamente superior, debe estar despojado de todo orgullo y toda vanidad, y entonces mira el corazón y no la apariencia. (Cap. VIII, págs. 161 y 162.)
143. El grado de superioridad o inferioridad de los Espíritus indica, naturalmente, el tono que debe usarse para hablar con ellos. En resumen: tan irreverente sería tratar de igual a igual con los Espíritus superiores, como ridículo tener idéntica deferencia para con todos, sin excepción. Tengamos veneración y respeto por los que lo merecen, reconocimiento por los que nos protegen y asisten, y para todos, de un modo general, benevolencia. (Cap. VIII, págs. 162 a 165.)
144. Desde que vemos a Espíritus tan diferentes unos de otros, bajo todos los puntos de vista, comprendemos que no todos tienen capacidad para resolver todas las dificultades y que una pregunta mal dirigida puede exponer a más de una decepción. (Cap. VIII, pág. 165.)
145. Como regla general: Cuando un Espíritu habla, no se debe interrumpirle; y cuando él manifiesta, por un signo cualquiera, su intención de hablar, debemos esperar y no interrumpirle hasta que estemos seguros de que no tiene nada más que decir. (Cap. VIII, pág. 167.)
146. Si, en principio, las preguntas no desagradan a los Espíritus, hay algunas que les resultan soberanamente antipáticas y de las cuales debemos abstenernos completamente, bajo pena de no obtener respuesta o de obtenerlas deficientes. (Cap. VIII, pág. 167.)
147. Los Espíritus inferiores no son escrupulosos. Responden a todo, pero como ellos mismos dicen: “A una pregunta tonta, una respuesta tonta”, y loco sería quien los tomase en serio. (Cap. VIII, pág. 167.)
148. Los Espíritus pueden abstenerse de responder por varios motivos: a) la pregunta puede desagradarles; b) ellos no siempre tienen los conocimientos necesarios; c) hay cosas que les está prohibido revelar. Entonces, si no satisfacen a una pregunta es porque no quieren, no pueden o no deben. (Cap. VIII, pág. 167.)
149. Sea cual fuera el motivo, es regla invariable que todas las veces que un Espíritu se rehúsa categóricamente a responder, nunca se debe insistir. (Cap. VIII, págs. 167 y 168.)
150. No basta que un Espíritu sea serio para resolver ex profeso toda pregunta seria: no basta inclusive, como hemos visto, que haya sido sabio en la Tierra, porque todavía puede estar imbuido de prejuicios terrestres. (Cap. VIII, pág. 171.)
151. Sucede habitualmente que otros Espíritus más elevados vienen en ayuda de aquél a quien interrogamos y suplen su insuficiencia: esto sucede principalmente cuando la intención del interrogador es buena, pura y carente de pensamientos preconcebidos. (Cap. VIII, pág. 171.)
152. Los Espíritus brindan, en general, poca importancia a las preguntas de interés puramente material y a las que conciernen a la vida privada de cada persona. Nos engañaremos, pues, si creemos encontrar en ellos guías infalibles a quienes consultar en todo momento sobre la marcha o el resultado de nuestros negocios. Sólo los Espíritus ligeros obran así y responden a todo. (Cap. VIII, págs. 171 y 172.)
153. No consideramos entre las preguntas frívolas todas las que tienen carácter personal: debemos evaluarlas con el buen sentido. Pero los Espíritus que mejor nos pueden guiar sobre esto en particular, son nuestros Espíritus familiares. Ellos, sin ninguna duda, conocen nuestros problemas mejor que nosotros mismos. (Cap. VIII, pág. 172.)
Respuestas a las preguntas propuestas
A. ¿Cuáles son los puntos esenciales que se deben considerar en la formulación de las preguntas dirigidas a los Espíritus?
Dos puntos esenciales deber ser considerados en la formulación de las preguntas: el fondo y la forma. En cuanto a la forma, ellas deben, sin fraseología ridícula, demostrar las atenciones y la condescendencia que se deben al Espíritu que se comunica, si es superior, y nuestra benevolencia si es igual o inferior a nosotros. Desde otro punto de vista, deben ser claras, precisas y sin ambigüedades. Es necesario evitar aquellas que tengan un sentido complejo.
En lo que se refiere al fondo, las preguntas merecen una atención particular, según su objetivo. Las preguntas frívolas, de pura curiosidad y de comprobación, son las que desagradan a los Espíritus serios. Ellos las rehúyen o rehúsan responderlas. Los Espíritus ligeros, incluso, se divierten con ellas. Las preguntas de comprobación son generalmente hechas por aquellos que aún no han logrado una convicción y tratan, de esta manera, de verificar la existencia de los Espíritus, su perspicacia y su identidad. Esto es, sin duda, muy natural de su parte, pero equivocan completamente su objetivo. (Obra citada, cap. VIII, págs. 168 y 169.)
B. Kardec concibe el Espiritismo como una ciencia de observación, con principios propios. Ante eso, ¿qué proceso debe adoptar el observador que desee instruirse en la ciencia espírita?
Aquellos que desean instruirse en la ciencia espírita deben resignarse a seguir un proceso diferente del utilizado por las ciencias en general. Si creen que sólo pueden hacerlo aplicando sus propios procesos, harán mejor absteniéndose. La ciencia espírita tiene sus principios. Aquellos que tienen el objetivo de conocerla deben adaptarse a ellos. En caso contrario no se pueden considerar aptos para juzgarla. Estos principios son los siguientes, en lo que concierne a las preguntas de prueba: 1º) Los Espíritus no son máquinas que hacemos que se muevan según nuestra voluntad. Son seres inteligentes que sólo hacen y dicen lo que quieren y nosotros no podemos sujetarlos a nuestros caprichos. 2º) Las pruebas que deseamos tener de su existencia, de su perspicacia y de su identidad las dan ellos mismos, espontáneamente y por su propia voluntad, en muchas ocasiones; pero las dan cuando quieren y de la manera que quieren. Nos corresponde esperar, ver, observar, y esas pruebas no faltarán; es necesario tomarlas al paso. Si quisiéramos provocarlas, se nos escaparían y en eso los Espíritus nos dan pruebas de su independencia y su libre albedrío. Este principio es, por otro lado, el que rige a todas las ciencias de observación. ¿Qué hace el naturalista que estudia las costumbres de un animal, por ejemplo? Lo sigue en todas las manifestaciones de su inteligencia o de su instinto; observa lo que pasa, pero espera que los fenómenos se presenten; no piensa ni en provocarlos ni en desviarlos de su curso; sabe además, que si lo hiciese, no los tendría más en su simplicidad natural. Lo mismo sucede con respecto a las observaciones espíritas. (Cap. VIII, págs. 169 a 171.)
C. Los Espíritus familiares, ¿pueden ayudarnos en nuestras dificultades y problemas?
Sí, en sus términos. Los Espíritus familiares, los que están encargados de velar por nosotros y que, por el hábito que tienen de seguirnos, están identificados con nuestras necesidades y conocen nuestros problemas mejor que nosotros mismos. Nuestros Espíritus familiares pueden, pues, esclarecernos y en muchas circunstancias, lo hacen de modo eficaz; pero su asistencia no es siempre patente y material; es, la mayoría de las veces, oculta. Nos ayudan por una multitud de advertencias indirectas que provocan y que desdichadamente no siempre tomamos en cuenta, de donde resulta que muchas veces, en nuestras tribulaciones, debemos quejarnos de nosotros mismos.
Cuando los interrogamos, ellos pueden, en ciertos casos, darnos consejos positivos, pero en general se limitan a mostrarnos el camino, recomendándonos que no nos desanimemos, y tienen para ello un doble motivo. Primero, las tribulaciones de la vida si no son el resultado de nuestros propios errores, son parte de las pruebas que debemos sufrir; ellos pueden ayudarnos a soportarlas con coraje y resignación, pero no les compete alterarlas. En segundo lugar, si ellos nos guían de la mano, para evitar todos los escollos, ¿qué haríamos de nuestro libre albedrío? Seríamos como niños colocados en andadores hasta la edad adulta. Ellos nos dicen: “He ahí el camino, sigue la buena senda. Yo te inspiraré para que hagas lo mejor, pero debes valerte de tu propio juicio, como el niño se vale de sus piernas para caminar”. (Cap. VIII, págs. 172 y 173.)